Alberto Fernández quedó más solo que un títere con los hilos cortados. Su jefa acaba de partir hacia Cuba para visitar a su hija, entonces durante la próxima semana, toda la carga de la campaña va a quedar sobre las espaldas del precandidato presidencial del Frente de Todos. Y no va a ser fácil.
A Fernández le toca remar solo en el punto más bajo de la campaña K, con el Gobierno disfrutando de un relax financiero, del acuerdo con Europa y de un rebote en las encuestas. Encima, Alberto tiene que explicarle al juez Bonadio qué es lo que de verdad piensa sobre el pacto de Cristina con Irán por la causa AMIA.
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En febrero de 2015, el ahora candidato K escribió para La Nación una columna sobre el tema, y fue demasiado claro. Dijo, textual, "Cristina sabe que ha mentido y que el memorando firmado con Irán sólo buscó encubrir a los acusados. Nada hay que probar". Para que quede claro: lo publicó Alberto, no Carrió ni Laura Alonso. La propia Cristina hizo una autocrítica leve en “Sinceramente” sobre la firma del memorándum con Irán, pero los platos rotos se los está dejando a Alberto para que los pague, mientras ella sigue con su discurso habitual, más cercano a su zona de confort.
Parece claro a esta altura que el kirchnerismo apuesta por una campaña disociada, el problema es si el desgaste de la imagen de Alberto en esta tarea de explicación permanente de lo inexplicable no le impide conquistar votos suficientes en la franja moderada del electorado.
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Los sondeos indican que algo de eso está pasando, porque las contradicciones permanentes del discurso albertista lo están aislando del votante independiente. El caso de Daniel Scioli en 2015, con Carlos Zannini marcándole la cancha K, es un antecedente claro de las limitaciones electorales que enfrenta un candidato puesto por Cristina pero que tiene la tarea de mostrarse superador del kirchnerismo ante el establishment y especialmente frente al electorado del centro. La pérdida de autonomía –y por lo tanto de legitimidad como futuro líder de los argentinos- fue un obstáculo constante de la campaña sciolista: recordemos el “en qué te convertiste, Daniel” que le arrojó Macri durante el debate presidencial televisado.
En el caso de Alberto, el riesgo de desempoderamiento es mucho mayor, teniendo en cuenta que, a diferencia de Scioli, Alberto no trae un caudal de votos propios a la fórmula, no era una celebridad por derecho propio antes de Cristina, no gobierna ningún territorio y tiene demasiado archivo de críticas feroces contra su actual jefa, del cual ahora está forzado a desdecirse cotidianamente. Scioli siempre supo mantener la boca cerrada, por las dudas.
Es muy posible que Cristina tenga claro este problema grave de su campaña, y que piense en Sergio Massa como la carta de recambio proselitista en el caso de que Alberto se queme como un fusible sobreexigido. Lo grave es que el fusible Alberto, si todo sale bien para el kirchnerismo, en unos meses tendría que asumir como Presidente de un país bastante complicado.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
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por Silvio Santamarina*
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