La comunicación oficialista está descontrolada por el miedo y la bronca de la derrota. Y corre serio riesgo de entrar en “modo payasada”.
El stand up de Elisa Carrió en la reunión de gabinete ampliado realizada ayer en el CCK dejó claro el peligro de desbarrancar en el absurdo, por los nervios de este difícil momento. El pico delirante lo marcó el diagnóstico de Lilita, que calculó el aporte electoral extra que podría beneficiar al Gobierno en octubre cuando vuelvan sus votantes del veranito europeo y de los centros de esquí. La ironía no causó gracia en el auditorio macrista: más bien horror al relato payasesco en medio de una crisis nada graciosa.
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Carrió no es la única que está derrapando, seamos justos. El video que se viralizó en las redes con María Eugenia Vidal enfrentando personalmente un caso de violencia de género de una ciudadana bonaerense tampoco ayuda: cosechó críticas por todos lados, incluso entre las filas amigas de la gobernadora. Hay ciertos modales que son ya son seña de identidad del PRO, y abandonarlos por pura desesperación electoral no sirve para nada.
Este tipo de patinadas grotescas eran más propias del elenco kirchnerista, que tuvo la lucidez de disciplinar rápidamente a la tropa de artistas, dirigentes sociales, sindicalistas, periodistas nac&pop y otros militantes culturales que se fueron de boca al principio de la campaña, poniendo en riesgo la imagen del Frente de Todos ante el votante desconfiado.
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El mismo riesgo está corriendo hoy el Gobierno y Juntos por el Cambio, a falta de un liderazgo comunicacional que vuelva a ordenar las voces oficialistas con la disciplina y coordinación de otros tiempos.
Aunque hoy parezca un milagro, quizá sea posible todavía volver de un resultado adverso en las urnas, para darlo vuelta en octubre. De lo que seguro nadie vuelve, es del ridículo.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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