Con la última crisis de los mercados estamos en un juego de suma cero en el cual la enorme mayoría pierde, tranquilidad y dinero, mientras muy pocos ganan. Y no estamos hablando de los muy grandes inversores que, generalmente, saben cómo cubrirse o tienen más espalda para esperar la revancha.
Nos referimos, entre los perdedores, al pequeño y mediano inversor que confió sus ahorros y hoy está, y con razón, muy preocupado por el destino de su dinero, pero no solamente por dicho capital, ni siquiera, tal vez sea eso lo que preocupa en primer lugar.
Antes que nada, es la sensación de sentirse defraudado ante la posibilidad de vivir un periodo de mayor estabilidad, ahorrando e invirtiendo en un mercado de capitales, digamos, normal. Y la paradoja es que, a la inversa de lo anterior, el tenedor de algún dinero siente que necesita sacarlos de su cuenta y meterlos en el colchón, a juzgar por las largas colas en los bancos. Y la autoridad monetaria, seguro, piensa que está tomando medidas justamente para cuidar a esas personas. Sin embargo, por alguna razón los supuestos “cuidados” creen que necesitan resguardarse, justamente, de los supuestos “cuidadores” que toman decisiones dañosas para la mayoría, al menos en el corto plazo, que es el único que cuenta actualmente.
Ahora bien, la crisis del mercado financiero, eufemísticamente llamada “volatilidad”, pega a inversores y no inversores. Porque las grandes empresas que cotizan en bolsa y ven bajar hasta un 50% su cotización se ven acosadas por la falta de consumo, o el alza de precios de la materia prima y la falta de trabajo. Luego compran menos, despiden o suspenden personal, y de invertir productivamente ni hablemos.
Asimismo, las proveedoras de las grandes compañías, las pymes, son un reflejo de todo lo anterior, corregido y aumentado por menor espalda financiera y, por ende, capacidad de aguante ante la falta de consumo generalizada.
Por otro lado, están los ahorristas e inversores, personas o familias a los que les quedan unos pesos o recibieron algún pago extraordinario o regalo de la tía Rosa.
Y sobre este punto vale recordar que con mil pesos cualquier persona puede comprar la cuota de un fondo común de inversión, y con un poco más algún bono emitido por el Gobierno, todo ello buscando preservar en algo la capacidad adquisitiva de sus ingresos/ahorros/ventas mientras la inflación corre por delante y con ventaja, sin por ello convertirse en el "Lobo de Wall Street".
Entonces cuando las cotizaciones de bonos caen 60%, o las acciones otro tanto como sucedió en los últimos tiempos, pierden el chico y la pyme. El grande, como se mencionó, tiene otras espaldas aquí o en el mercado internacional para fondearse o mejorar sus números.
Por ello el levantamiento del default selectivo, o el anglicismo reperfilamiento, importa casi exclusivamente para saber si la crisis se avecina ya, o se puede patear para adelante un tiempo. Pero el inversor de a pie siente que semejantes disquisiciones legales y semánticas poco lo ayudan a mantener expectativas de recuperar algo de lo perdido, sea “persona humana” o pyme del mercado. Y por ello muchas veces corre a las ventanillas a retirar efectivo o liquidar fondos de inversión porque lo único concreto es que resulta perdedor quien confió en el sistema.
Y ahí está la clave del problema. Porque en economía y, por ende, en las finanzas importan más las expectativas que la realidad del hoy. Ayudan a pensar que, aunque hoy se esté mal, en algún momento mejoraremos. Pero esa sensación positiva parece hoy lejos de la percepción de los inversores comunes, y no solo de ellos.
*Director de HR Global.
por Gabriel Holand
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