Tal como suele pasarnos en las campañas electorales, los argentinos estamos perdiendo otra oportunidad de discutir uno de los temas clave para armar modelos de país: la educación. Por estas horas, a uno y otro lado de la grieta, los políticos se rasgan las vestiduras por el decadente estado del sistema educativo, pero ninguno apuesta en serio a refundar la herencia sarmientina. Nadie se queda sin decir algo emotivo al respecto: sea Roberto Baradel, Alberto Fernández, Patricia Bullrich o María Eugenia Vidal. Pero seguimos empantanados en los diagnósticos y en los relatos de ocasión. Parece que les importa más si habrá 2020 para ellos, que si habrá siglo XXI para todos.
Tomemos el caso de Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, que esta mañana inaugura un curioso plan educativo a cargo de la Gendarmería Nacional, órgano de aplicación del flamante Servicio Cívico Voluntario, que según el comunicado oficial, busca el fomento del "compromiso personal y para con la comunidad de hábitos responsables, el estímulo a la finalización del ciclo educativo obligatorio y la promoción del desarrollo de habilidades para el trabajo, culturales, de oficios y deportes".
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El proyecto, enfocado a los “NiNis”, los jóvenes que ni estudian ni trabajan, blanquea por decreto la impotencia del ministerio de Educación y el fracaso general de la política educativa macrista, tras cuatro años de intrascendencia. La idea de militarizar las rutinas formativas para relanzar la cultura del trabajo y el mérito puede tener cierta lógica silvestre ante la anomia social creciente, pero representa un paso atrás de varias décadas, que nos deja dudosamente parados frente a los desafíos de la revolución tecnológica global.
Tampoco la alternativa kirchnerista plantea miradas superadoras. Hace unas horas, el candidato presidencial del Frente de Todos se mostró con el gremialista Roberto Baradel, que le llevó su proyecto educativo. Los 10 puntos del plan mezclan típicas reivindicaciones laborales de cualquier sindicato con algunas máximas generales de inclusión social para el alumnado. El “plan Baradel" tampoco huele a siglo XXI, lo cual no sorprende viniendo de un sindicalista que tuvo que salir a mostrar su título habilitante como docente porque nadie lo recordaba a cargo de una clase y un pizarrón.
Tampoco parece el símbolo más eficaz de un salto cualitativo educacional un dirigente cómplice de la pérdida de cientos de días de clase durante su gestión. Lo único que importa es que Alberto, como viene haciendo en estas horas, se muestre orgulloso de su formación en la educación pública, en contraposición a los bloopers de Mauricio Macri sobre el tema.
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María Eugenia Vidal tampoco aprovechó la campaña para explicar cómo piensa revertir en su provincia la recurrente caída de jornadas escolares, producto de conflictos gremiales que no pudo resolver a tiempo en su gestión. Ella también se mostró esta semana preocupada por la educación, en un acto en el Teatro Colón con docentes y alumnos. Pero el drama bonaerense no se soluciona con galas motivadoras. Ni ella ni Pato Bullrich pueden ir más allá de una doctrina presidencial ambigua respecto de la sociedad del conocimiento: tras años de desidia, el Presidente recién se interesó en recibir en Olivos a una investigadora del Conicet, porque había ganado el concurso televisivo “¿Quién quiere ser millonario?”. Ésta era la batalla cultural que el PRO tenía que dar, pero ni supo ni quiso, acaso porque pensó que no le convenía.
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A uno y otro lado de la grieta, el déficit educativo es el mismo: les importa el lado de la oferta mucho más que el de la demanda. Es decir, cuando de educación se trata, los políticos tratan de quedar bien sin meterse en problemas. Si hay paros docentes, los funcionarios se alzan de hombros. Si hay merma en la calidad educativa, los gremialistas piden aumento. Del otro lado, el de la demanda instisfecha, quedan millones de argentinos que se las tienen que arreglar solos, a golpes de Youtube, para aprender a encarar los desafíos de un futuro que se nos viene encima.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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