Desde la noche de las PASO, Mauricio Macri no para de lamerse su “herida narcisista”, como dirían los psicoanalistas. Siguiendo a Freud, podemos calcular que semejante golpe a la autoestima presidencial puede desatar la reacción contraria, de venganza aleccionadora. Y como el golpe en las urnas vino por el lado de la economía, es lógico intuir que el contragolpe revanchista vuelva, precisamente, por el lado económico.
De hecho, en Comodoro Py se tramita velozmente una causa sobre la actitud del Ejecutivo respecto de la escalada del dólar en la fatídica mañana pos PASO, donde hay quienes sospechan que el Presidente dio la orden al Banco Central de dejar correr la catarata devaluatoria disparada por el aplastante resultado electoral del 11 de agosto. Las declaraciones dolidas y hasta resentidas de Macri en las primeras horas de la debacle alimentaron aquella suspicacia.
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No es la primera vez que el Presidente interviene para desmentir su aparente apego a la doctrina ortodoxa de autonomía del Banco Central: por estos días, lo recordó Federico Sturzenegger, al traer a la memoria colectiva el 28D de 2017, aquella humillante intervención pública orquestada por Marcos Peña, donde se ordenaba la relajación de metas inflacionarias, con la mira puesta en la estrategia y la inseguridad política macrista ante la impaciencia colectiva con las reformas.
Pero hoy todo ha empeorado, y Macri se encuentra ante el desafío emocional de aprender a perder, déficit que en su momento él mismo le achacó a la saliente Cristina Kirchner, cuando ella se resistía a entregar la banda y el bastón presidencial con buenos modales. Hay que entender el volcán afectivo que hace erupción ahora en el corazón de un Macri que soporta desde hace más de un año el operativo clamor para que se baje de la reelección y deje su lugar vacante para candidaturas más queridas por la gente.
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Las medidas de “alivio” económico para la población y la reciente relajación monetaria anunciada por el Central de Guido Sandleris contienen un mensaje a varias bandas. Por un lado, pueden ser leídas como una lisa y llana capitulación del Gobierno, que renuncia al ajuste estructural luego del voto de desconfianza expresado en las urnas. También puede interpretarse esta trasnochada lluvia de pesos como el último y desesperado intento macrista de dar vuelta una elección que parece perdida. Pero la visión más inquietante es la psicológica, que supone una venganza caprichosa del Presidente contra sus verdugos K.
Si Macri le estuviera armando sistemáticamente a los Fernández una bomba de populismo monetario difícil de desactivar, el ciclo histórico volvería a 2015, cuando la herencia recibida por el macrismo se describía como un explosivo mecanismo de relojería imposible de desmontar sin alto costo social. Por eso el kirchnerismo fluctúa entre el respeto de los tiempos constitucionales y la impaciencia por el fin de la gestión macrista. Es que hoy ya no queda claro a quién le conviene menos un final de año caótico. Y por eso ambos bandos temen que la venganza pueda ser terrible.
*Editor ejecutivo de NOTICIAS.
por Silvio Santamarina*
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