Abro los diarios y veo las noticias sobre despidos. En la automotriz Renault, en otra autopartista que cierra, en la fábrica de zapatos Dass en Misiones, en la fabricante de motos Zanella, en las cadenas Fallabella y Musimundo. El cierre con despidos de las cadenas del interior Lucaioli y Saturno; despidos en las petroleras de Chubut, una provincia colapsada. Despidos en Egger, una empresa maderera de Concordia, ciudad que se convirtió, según los últimos datos, en la capital nacional de la pobreza, con el 52% de pobres.
Ahí donde Saint Exupery se inspiró para escribir El Principito, tiene frontera con Salto, Uruguay, el país con menos pobreza de América Latina. Vaya contradicción.
Se habla de despidos en Oca, el correo que lleva años en crisis; en Kimberly Clark, la planta papelera de Bernal. Despidos acá y allá. Y la noticia nos lleva a pensar qué está pasando en el mundo de las empresas.
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Por supuesto hay una recesión, una caída de ventas que provoca estas medidas. Pero por otro lado, hay empresarios que están apurados por producir los cierres de planta y los despidos ahora, porque temen que un eventual gobierno de Alberto Fernández los presione para evitarlo o le imponga una ley de doble indemnización como la que existió en la crisis del 2002 para desalentar a las empresas a dejar gente en la calle.
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Este es el panorama actual, que un politólogo definió como la tercera gran crisis desde el regreso de la democracia: 1989, 2001 y, ahora, 2019.
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