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CIENCIA | 15-09-2015 14:33

En la era del adulto-niño

Los riesgos de la sobreprotección, según la ex rectora de la Universidad de Stanford.

A principios del año 2000, la entonces Rectora de la Universidad de Stanford, Julie Lythcott- Haims comenzó a advertir algo curioso en el comportamiento de sus alumnos. Estudiantes de veintitantos años, que en breve estarían formados y trabajando en las mejores empresas, comparecían ante ella invariablemente acompañados por su padre o por su madre. Y cuando ella les preguntaba qué es lo que querían hacer en el futuro, los jóvenes miraban a sus padres en busca de una respuesta.

Fue a partir d eesa experiencia y de la suya propia como madre, que Lythcott-Haims pasó a estudiar el fenómeno de la sobreprotección paterna (que en inglés se está popularizando como “overparenting”), que no es ni más ni menos que cuidar por demás a los hijos. El fenómeno surgió cuando la generación de post guerra, tratada con rigidez por sus padres, más influenciada por la contracultura de los años ´60 y ´70, decidió criar a sus hijos de manera diferente: con menos rigor, más amor, menos retos y más comprensión.

La exageración en el empleo de esta fórmula, asegura Lythcott- Haims, ayudaron a producir una generación de adultos incapaces de decidir por su propia cuenta y con dificultades para adaptarse al mercado de trabajo.

Periodista: Usted afirma que esta es la primera generación de “adultos-niños” de la historia. ¿Cómo son?

Julie Lythcott-Haims: Se trata de personas que no se sienten capaces de tomar sus propias decisiones ni de lidiar con los contratiempos y con las decepciones. A la primera señal de problemas, levantan el teléfono para llamar a sus padres o escribirles pidiéndoles que los orienten. Un adulto es, por definición, alguien capaz de reflexionar y descubrir cómo lidiar con determinada situación.

Periodista: Pero los adultos también piden orientación y consejos. ¿La diferencia podría estar en la frecuencia con la que los adultos-niños lo hacen?

Lythcott-Haims: La diferencia es que lo hacen a la primera señal de que algo es complejo. La actitud de un adulto es reflexionar sobre una cuestión, llegar a algún diagnóstico y, tal vez, entrar en contacto con alguien en quien confiar y decir “estoy con dificultades para resolver tal situación. ¿Qué pensas vos?” De esa manera, el pensamiento y la estrategia del individuo pasan a ser parte de algo que él elaboró. Esencialmente, un adulto se hace preguntas a sí mismo antes de hacerlas a sus padres.

Periodista:¿Cómo piensan esos “adultos-niños”?

Lythcott-Haims: Tienen poca confianza en sí mismos. “Soy incapaz de hacer eso solo”, suele ser su pensamiento más recurrente, y a lo largo de toda su vida van encontrando personas que hacen las cosas por ellos. En la psicología, eso se llama “desamparo aprendido”, algo que proviene de la falta de conexión entre el esfuerzo y los resultados. A lo largo de mis 13 años como orientadora en Stanford vi muchos alumnos que padecen ese mal, a punto tal que no saben siquiera cómo pedir orientación en una ruta.

Periodista: ¿Esa descripción vale también para las situaciones profesionales?

Lythcott-Haims: Si, y especialmente en lo profesional. En ninguna empresa las cosas orbitan en torno a un empleado y a sus necesidades, porque un empleado no es el centro del mundo. Lo que se espera de él es que contribuya al crecimiento de la empresa y de los colegas, que sea útil, que ayude antes de que se lo pidan, que pueda anticiparse a lo que hay que hacer. Ocurre que los padres de estos “adultos-niños” siempre determinaron lo que sus hijos tenían que hacer, y eso impidió el desarrollo de las habilidades relacionadas con la capacidad de pensar por sí mismos y de planear sus próximos pasos. Las consecuencias de una vida excesivamente gerenciada por los padres se reflejan muy acentuadamente en el trabajo.

Periodista: ¿Pero no es verdad también que las mismas empresas se adaptaron a estos adultos-niños, en cierto sentido?

Lythcott-Haims: Sí. El ejemplo perfecto son las startups del Silicon Valley, que ofrecen infinidad de mimos a sus empleados. Ellos trabajan muy duro, pero todo el ambiente está adaptado a sus necesidades, incluyendo la diversión. La comida es preparada por chefs de primer nivel, las ropas de todos son lavadas en la empresa. Yo me pregunto: ¿por qué tantos adultos de esa generación van para la tierra de las startups y el mundo de la tecnología? Porque el local de trabajo fue adaptado para ser una extensión de la casa de la infancia de los empleados. Pero cuando alguien inicia su vida profesional en un lugar así, lo que sucede después es que resulta muy difícil adaptarse a un lugar tradicional.

Periodista: Usted define tres tipos de pecados que suelen cometer los padres, el sobredireccionamiento, la sobreprotección y la sobreayuda. ¿En qué se diferencian y en qué se parecen?

Lythcott-Haims: Los padres sobreprotectores son aquellos que creen que cualquier cosa puede lastimar a sus hijos y, por eso, prefieren que ellos estén siempre dentro de su campo de visión. Toman siempre partido por los chicos en contra de quien sea, ya sea que se trate de un árbitro de fútbol o de un profesor que los criticó, y tienen la costumbre de decir que todo el esfuerzo de sus hijos es perfecto. Los que pecan por el sobredireccionamiento son los que definen lo que sus hijos deben estudiar, cómo deben divertirse, qué actividades deben practicar y en qué nivel, qué facultades valen la pena, qué curso es mejor, qué carrera precisan seguir. Ellos no solo resuelven los problemas de los hijos, sino que además moldean sus sueños. Por otro lado, los padres que ejercen la sobreayuda son los que acompañan a los chicos en todas las actividades, desde las deportivas hasta las escolares, y actúan como sus consejeros aún cuando los hijos ya son casi adultos.

Periodista: ¿Cómo pueden darse cuenta los padres que están cayendo en la trampa de confundir amor con cuidado excesivo?

Lythcott-Haims: En primer lugar, tienen que aceptar el hecho de que su trabajo, como padres, es salir de ese rol algún día. Y que el objetivo es criar a una persona que sea capaz de cuidarse por sí misma. No se trata de largar a los hijos en el medio del bosque para que se pierdan. Pero, en el siglo XXI, cuidar de sí mismo significa escribir solo su currículo, hacer una entrevista de trabajo, encontrar un empleo. Y tener las habilidades necesarias para mantenerse interesado, ser capaz de trabajar duro y sin equipo, ganar un salario, pagar sus cuentas, ser amable con los demás, descubrir como ir de un lugar a otro, hasta cocinar. Y todo eso sin tener, a toda hora, que preguntarle a la madre o al padre cómo hacerlo.

Periodista: ¿Cómo encontrar ese límite a partir del cual dar independencia a un hijo puede exponerlo a riesgos?

Lythcott-Haims: Es difícil, pero es preciso dejar que los niños vivan, para que luego se conviertan en adultos. Tenemos que fortalecer su carácter, su determinación, su sentido de “me lastimé, pero estoy bien”. Puede sonar cruel, pero es bueno que los chicos se lastiman en la infancia, y no me refiero solo al sentido físico. Porque ese es el único modo de que se vuelvan resistentes y capaces de lidiar con las cuestiones cuando crezcan.

Periodista: ¿Qué rol tiene el fracaso en la vida de los niños?

Lythcott-Haims: Lo que todos los padres que sobreprotegen a sus hijos tienen en común es el miedo al fracaso. Y en eso están equivocados. Para aprender, es necesario intentar, equivocarse, fracasar, y aprender a partir de allí. Intentar de nuevo, fracasar de nuevo y aprender de nuevo, hasta que finalmente llegue el éxito. Son los pequeños fracasos de la infancia los que ayudan a desarrollar las habilidades, las competencias y la confianza de los adultos. El fracaso es, tal vez, el mejor maestro de la vida, y nos hacemos más fuertes en la medida en que somos más y más desafiados.

por Stephane Sachs Feder

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