La electricidad generada a través de paneles fotovoltaicos alimentados por los rayos del sol es una de las opciones energéticas más prometedoras de los próximos años. Es que, desarrollada en forma correcta, podría ayudar a resolver algunos de los severos problemas ambientales y energéticos qué acosan el futuro inmediato del planeta. Sin embargo esta opción tampoco está exenta de problemas y si la humanidad quiere lograr que realmente la solar se convierta en una alternativa robusta para generar energía, su desarrollo necesita atravesar -y superar- varios problemas de sintonía fina.
Uno de esos temas es el espacio geográfico, la tierra, que requiere instalar la cantidad de paneles indispensable para que su aporte sea significativo: son muchos kilómetros cuadrados, que necesitan ser afectados en zonas de alta tasa de “asoleamiento”. Y lo cierto es que no todos los países tienen tanto espacio disponible. Ante esta problemática de la escasez, y del costo, de terrenos libre en los últimos tiempos surgió una nueva opción que está en pleno estudio y crecimiento: los paneles fotovoltaicos flotantes, instalados sobre cursos y espejos de agua o, incluso, en mar abierto: ¿es la hora de la energía “flotavoltaica”?
Para entender mejor porqué la superficie donde instalar paneles puede ser un problema complejo, vale considerar este dato: generar energía solar requiere de muchísimo espacio: al menos 20 veces más metros cuadrados por Gigawatt de electricidad que cualquier usina convencional de las que queman gas o petróleo. Por eso hay que salir del espacio de confort local y no pensar que la solar es una opción que sólo podrán aprovechar en forma intensiva y extensiva los países “grandes” en superficie como Australia, Estados Unidos o -incluso-, Argentina; naciones que cuentan con extensos espacios geográficos disponibles a bajo costo.
Pero hay muchos otros países donde la disponibilidad del recurso "terreno" es escasa y el factor se vuelve crucial. Por ejemplo, Japón o Corea del Sur deberían dedicar hasta el 5 % del total de su territorio a albergar este tipo de instalaciones si desean que el aporte solar sea significativo para su matriz energética. Y en estos países densamente poblados la demanda de tierra libre choca con otras necesidades importantes, sea para espacios habitables o para otros destinos productivos.
Obviamente, las zonas desérticas parecen ser un espacio ideal: reciben alta cantidad de rayos solares y es baja la densidad de habitantes en esos lugares. Pero -siempre hay un pero- los modelos matemáticos indican que "oscurecer" con paneles solares grandes extensiones desérticas, también puede alterar las temperaturas locales y eso influir en los patrones de flujo de aire global. De manera que cubrir con paneles una parte del Sahara podrían terminar generando más sequías en las zonas tropicales o aumentar el calor que llega al mar Ártico: el famoso efecto mariposa.
Ante esta situación, en los últimos años los especialistas comenzaron a pensar la posibilidad de instalar paneles solares flotantes lo cual le quita presión a la competencia por el uso de la tierra. Claro que esta posibilidad atractiva exige ser analizada en detalle antes de saber si es factible hacerla crecer en gran escala, tanto desde el punto de vista económico como también ecológico, ya que oscurecer y dejar sin luz directa a vastos espacios acuáticos también puede traer consecuencias negativas al medio ambiente.
Aprovechar. En ciertas geografías esta idea es doblemente atractiva. Por ejemplo, en los espacios acuáticos generados por los embalses de las grandes represas hidroeléctrica hay una oportunidad para aprovechar lagos artificiales como el Ramos Mexía, generado por la represa El Chocón que, podría ofrecer la posibilidad de complementar con “flotavoltaica” ese espacio acuático y haría qué todo el conjunto generador se volviera más eficiente.
Claro que el balance es delicado. Entre los elementos a considerar figuran varios datos. Por ejemplo, se estima que la eficiencia de estas estructuras acuáticas es de hasta 8% superior a la de su equivalente solar en tierra firme porque el agua actúa como un refrigerante para los paneles y aumenta su eficiencia y el rendimiento energético general. Pero, claro, hay que sumar que la inversión de montar un sistema fotovoltaico flotante es de entre 20 a 25% más caro que hacerlo en tierra. Esto podría, en parte, compensarse porque hacerlo en ciertos espacios también disminuiría los costos de infraestructura imprescindibles, tales como poder aprovechar las líneas de alta tensión necesarias que ya existen para poder llevar esta energía hasta los centros de alto consumo. Justamente Argentina tiene una cantidad considerable de represas con espejos de agua dónde podrían instalarse este tipo de dispositivos e -incluso- en naciones territorialmente extendidas como Brasil, el negocio “flotavoltaico” ya recibió una legislación específica que busca estimular la instalación de paneles en cuerpos de agua asociados a las represas.
Impacto. Claro que solucionar un problema energético causando uno ecológico no es buen negocio social. Por eso deberán analizarse previamente muchos detalles antes de potenciar esta alternativa. Entre esos estudios hay que considerar que el cambio climático provoca calentamiento de los cuerpos de agua en todo el mundo y eso genera impacto. Por ejemplo, la proliferación de algas subacuáticas. Los dispositivos flotavoltaicos al darle "oscuridad" a la superficie de un cuerpo de agua, podrían contrarrestar estos efectos. Pero ¿cuánto? ¿cómo? Y, ¿no podría también disminuir la calidad del agua que se usa para beber o reducir la concentración de oxígeno imprescindible que necesitan los peces y el resto de la biota acuática? En otras palabras, los flotovoltaicos podrían ser un beneficio contra el calentamiento, pero generar un desastre para la pesca o el agua potable. Por eso es clave completar estudios ambientales específicos antes de tapizar ríos y lagos con paneles solares flotantes.
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