(CUATRO ESTRELLAS)
Gareth Edwards es, dentro del campo del gran blockbuster, una buena noticia. Si bien su versión de Godzilla es bastante despareja, tiene momentos de belleza visual y desarrollo de personajes que otorgaba esperanzas. Rogue One, su película en el universo Star Wars, es de lo mejor de esa serie. Resistencia muestra una gran habilidad para que las (enormes) escenas de acción tengan peso emocional más allá del espectáculo del “rompan todo”.
La historia no es demasiado original: una inteligencia artificial ha comenzado una guerra contra los Humanos y ha creado un arma definitiva. Un soldado tiene la misión de encontrarla, y lo hace: resulta un ser artificial que aparenta y se comporta como una niña de ocho años. Es difícil de destruir, digamos imposible.
Así que aparece un problema notable: el de la empatía. Ergo, tenemos Blade Runner, Terminator, Star Wars y un largo etcétera como matriz de base del cuento. Pero en todo caso la virtud de la película no proviene de ahí sino de otra cosa, de los personajes. Parecen realmente humanos y nos importan, más allá de que a veces parezcan estar allí para que “entendamos algo profundo sobre nuestro propio mundo”.
La relación entre ese soldado y esa niña artificial es lo que sostiene algo que, en el fondo, tiene más de Heidi que de ciencia ficción, aunque pertenezca por derecho a ese género. Más allá de su intención de gran espectáculo, algo así como un experimento.
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