★★★★ El Colón abrió su temporada lírica con “Fausto”, la ópera de Gounod estrenada en París en 1859. Basada en la primera parte de la obra de Goethe y despojada de la profundidad filosófica del libro, la ópera se centra en la relación de Fausto y Margarita, con una partitura de enorme riqueza melódica.
La producción de Stefano Poda que se presentó en el Colón fue visualmente deslumbrante. Fiel a su costumbre de configurar sus escenografías sobre algún elemento omnipresente, el director utilizó esta vez un enorme anillo, que a lo largo de la obra cambia de posición para convertirse, con el agregado de otros elementos, en el entorno en el que se despliega cada escena: el gabinete de Fausto, la casa de Margarita, la iglesia, la prisión. El énfasis no está en la teatralidad sino en la concepción de la obra como “un viaje por la mente humana”, tomando las palabras del propio Poda en el programa de mano. Con magníficos diseños de iluminación y de vestuario, la propuesta alcanza momentos de gran fuerza dramática.
En un elenco sólido, se destacó la soprano Anita Hartig, que plasmó en su canto y en su actuación la transformación de Margarita, de muchacha inocente a mujer desesperada. Liparit Avetisyan fue un Fausto de voz cálida y musicalidad depurada, mientras que Aleksei Tikhomirov supo encontrar el equilibrio justo entre maldad e ironía para su Mefistófeles. El Coro Estable, preparado por Miguel Martínez, descolló en cada una de sus intervenciones frente al público.
En la dirección musical, Jan Latham-Koenig logró una sonoridad homogénea y compacta en la orquesta, con precisión en los tempi y un eficaz balance entre las voces y el foso.
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