Orly Benzacar, junto a su codirectora e hija Mora Bacal, celebra los 50 años de Galería Ruth Benzacar, plena de confianza en que, una vez más, podrá enfrentar las turbulentas aguas de la economía local. Ya en el año 2000 supo surfear las olas del recambio generacional, cuando Ruth murió abruptamente durante arteBA. ¿Será porque alguna vez supo navegar su propia embarcación por el ancho y, a veces, traicionero Río de la Plata? Puede ser. Incluso heredó de su madre Ruth Benzacar (Buenos Aires, 1933-2000) un espíritu perseverante pero son tan parecidas como diferentes. Así, y contra todo pronóstico, a comienzos de año Orly mudó la galería a Villa Crespo, a un magnífico espacio –gran dimensión y espléndida iluminación– diseñado por Nicolás Fernández Sanz e inaugurado con una muestra de Liliana Porter.
Con 25 años en la galería y con 15 al frente de la misma, Orly dirige con la visión pionera de Ruth pero con distinta estrategia, sabe cuánto cambió el negocio en las últimas cinco décadas. Conoce todos los vericuetos de una profesión, que se traduce en diálogo creativo con artistas, el intercambio comercial de obras de arte y los deseos y billeteras de coleccionistas. “Entre el artista y el coleccionista estoy yo”, resume la galerista.
Pasado y presente. “El arte estuvo en mi vida desde chica. Recuerdo que cuando Roberto Aizenberg partió al exilio, mamá le compró una espléndida mesa que pasó al comedor de nuestra casa-galería de la calle Talcahuano. Mis sábados no eran como los de los otros chicos. De la mano de mi madre, yo paseaba por Florida, visitaba muestras, iba a la Galería del Este, al Instituto Di Tella, sin saber que tiempo después nuestra galería estaría a metros de allí”, dice Orly Benzacar. Antes quedaba en Florida 1000.
Florida fue la tercera sede de la galería, iniciada en 1965 en la casa particular de Ruth en Caballito. Fue cuando, tras algunas oscilaciones económicas domésticas, la futura marchand decidió vender pinturas coleccionadas con su marido. Un amigo artista la aconsejó y la incipiente emprendedora se percató de que debía incorporarse a una tarea en donde tenía todo por entender, incorporando a amigos y contenido intelectual a una aventura sin final. Tras los primeros azarosos años de trabajo, la próxima estación fue su departamento en Recoleta. Apenas pudo abrió su galería homónima al público debajo de la Plaza San Martín en 1983.
Soplaban los aires de la transición hacia la democracia y Ruth continuó desde la nueva sede difundiendo el arte contemporáneo y formando el gusto de muchos coleccionistas. Los amigos y artistas, críticos y coleccionistas, escritores y periodistas, siguieron frecuentando la gran tertulia que Ruth armaba en la calle Talcahuano donde, en torno a una generosa mesa, se sostenía el arte de la conversación, se armaban parejas y, a veces, negocios.
Fue en Florida donde surgió Adrián Villar Rojas quien, premiado en el concurso de la galería Currículum Cero, debutó con la asombrosa instalación “Lo que el fuego me trajo”. A partir de ese silencioso y a la vez excesivo escenario, repleto de futuras memorias, Villar Rojas saltó al mundo, en una trayectoria en global ascendente (F. Louis Vuitton, Documenta, y múltiples bienales; desde su inicial en Cuenca pasando por la reciente de Estambul).
La mirada de Orly Benzacar sobre el arte contemporáneo se expresa a través de lo que elige mostrar. Sabe que su prestigio se halla ligado al de sus artistas: “Trabajo muchísimo para lograr una gran visibilidad internacional para ellos”. Como Ruth, pionera en esa gimnasia de viajar a ferias, Orly sigue en esa ruta porque comprende que el vínculo con el exterior es imprescindible también para sustentar el frágil edificio comercial del arte actual en la Argentina. Orly contribuye a cimentar la carrera de los artistas y por eso no sorprende que dos –Eduardo Basualdo y Ernesto Ballesteros– de los tres convocados por la Bienal de Venecia 2015 sean artistas de Ruth Benzacar ni que cuatro de los cinco representantes oficiales de la Argentina de los últimos ediciones estén vinculados a la galería; como el actual Juan Carlos Distéfano.
La continuidad del trabajo puede ilustrarse con Leandro Erlich, que en 1994 exhibió en Benzacar una maqueta que proyecta el traslado del emblema de la ciudad a La Boca, y estos días sorprendió con su intervención sobre el Obelisco. Ahora Marina de Caro despliega “Hasta alcanzar la calma”; en Juan Ramírez de Velasco 1287.
por Victoria Verlichak
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