"Los Sorias surgió cuando tenía nueve años y no sabía que iba a escribir. Pero fabriqué un mundo imaginario compensatorio porque, como era un chico muy reprimido, siempre en toda mi infancia y en mi adolescencia me sentí el último orejón del tarro. Entonces inventé un mundo en donde yo era poderoso. Sabía que no era cierto, no estaba loco. Pero ahí dirigía ejércitos. Por supuesto era todo imaginación. Pensaba que debajo de Camilo Aldao, mi pueblo, había túneles llenos de soldados, niños igual que yo. No tenía hombres a mi servicio, tenía otros niños, miles y miles. Mis soldados eran más que todo el pueblo junto, que no somos más de 400.
Con los chicos del barrio era el dictador perpetuo. Era el Julio César. Y todo el mundo obedecía sin rechistar. Eran seis niños y yo el séptimo. Con ellos compartía mis delirios, la cueva secreta, todo ese tipo de cosas infantiles. No tenía la menor idea de que iba a ser escritor alguna vez, ni me lo soñaba. Lo que sí me hubiera gustado es que fuera algo más que delirio. Me hubiera gustado tener en serio esos ejércitos de niños. Tenía solo seis, algo escasísimo. Y después, ya de grande, ni uno. Ya todo el mundo creció, perdí mi poderío. El único poderío que tuve en la vida real, cuando fui niño, eran esos seis camaradas que me seguían incondicionalmente en mis delirios. Después nunca más.
Mi familia hizo los más nobles y denodados esfuerzos por hacer que desistiese de esa locura que es la literatura. Ellos leían novelas y libros, eso estaba muy bien, pero que los escriban los otros. La familia es el primer desgaste que uno tiene cuando quiere ser escritor o pintor o dibujante o músico, o lo que fuera. Tan sólo hubiese habido una cosa peor a que me dedicara a la literatura, que quisiera formar una banda de rock & roll. Para que mi familia me aceptase a mí como escritor pasó mucho tiempo. Por supuesto, de ninguna manera me imaginaba que iba a ser escritor hasta que Los Sorias fue escrito y publicado. Fue una obra formativa. Escribí Los Sorias pero Los Sorias me escribió a mí, como el cuadro de Escher. Nos fuimos escribiendo mutuamente. ¿Saben lo que hay que crecer para poder escribir Los Sorias? Todo lo que hay que estudiar, todo lo que hay que evolucionar en literatura. Y ni siquiera podía escribir un cuento, cuando empecé. Solo textos caoístas.
Prefiero los discursos abiertos, la música abierta, el romanticismo. Es una novela romántica, Los Sorias. Básicamente es romántica, no tiene, de ninguna manera, el desapego, es algo completamente comprometido del autor con su obra. Esa novela soy yo mismo repartido en muchos personajes. Como decía Oscar Wilde en el colofón, en el preámbulo de El retrato de Dorian Grey: "Revelar al arte ocultando al artista, tal el objeto del arte". Es un poco de eso Los Sorias. Estoy disimulado, son fragmentos míos entre miles de personajes, miles de delirios de personajes chiquititos que entran y salen. Las dificultades que tenía para escribir una novela son muy sencillas: ¿cómo se hace para escribir una novela? Quería empezar y me salía otra cosa, me salían siempre textos caoístas. No había hilación novelística. Me desesperaba, no podía. Estaba muy metido en ese mundo, que podía tener muchos genios pero era un mundo cerrado.
He llegado a repetirme. Lo único en lo que no hay repetición es con la novela, porque la novela es abierta. De una novela se salta a la próxima, después a otra. Si no fuera así, si la novela no tuviera esa riqueza, después de escribir Los Sorias no hubiera podido escribir nada más. Y sin embargo, montones de novelas vinieron después, y de ninguna manera son repeticiones de Los Sorias. Son otras facetas del mismo diamante que me propuse tallar. Ese diamante no es otra cosa que la propia alma, el alma del escritor. El alma del escritor es esta misma que estoy mostrando en mis libros y en la vida que hago. Todavía no apareció el genio que sea capaz de definir un alma. Soy creyente. Creo en el basamento sobrenatural de todas las cosas, de toda la materia. En el origen sobrenatural. Las diosas y los dioses crearon este universo y lo siguen creando todos los días. No concibo el universo como una cosa creada de una vez para siempre. Eso no. Por así decirlo, permanentemente necesita un service, si no la máquina se apaga.
Escribo cuando tengo tiempo porque también tengo que ganarme el pan y tengo que hacer muchas otras tareas. Los Sorias, por ejemplo, lo escribí francamente robándole tiempo a otras cosas, tiempo a relaciones humanas, que me trajo furias y problemas enormes. Llegando tarde a trabajos. Decía: “A esto no lo puedo largar porque, si lo largo, ya no se me va a ocurrir, me voy a olvidar”. Yo seguía y los minutos pasaban y se iba a ir el último ómnibus que me llevaba a la estación donde tenía que tomar el último micro. Las veces que he tenido peloteras con mis mujeres, con mis patrones. Las cosas tienen que ser escritas cuando a uno se le ocurren, efectivamente, porque después pasa tiempo y ya uno no se acuerda o no puede. Parece mentira. Es tan luminoso cuando a uno se le acaba de ocurrir algo y capaz que mañana ya no recuerda. O dentro de 24 horas. Entonces he preferido tener peloteras con las personas, sean mujeres o patrones. Después de todo uno es escritor. Es tradicional que los escritores tengamos problemas de relación. La literatura, el acto de escribir, suele despertar bastantes furias en este mundo.
Escribo a mano, después corrijo, después lo escribo a máquina y lo vuelvo a corregir. Y así, hasta que lo entrego al editor, ha sufrido 25 correcciones. Hay un momento en el que hay que parar con las correcciones porque es totalmente imposible. Nunca vas a estar conforme, así que hay que dar las cosas por terminadas en un momento dado. Y listo. Hago chistes con la manera de escribir. Me burlo de mí mismo como escritor perfecto. Si quiero puedo escribir muy bien, con mucho estilo, lo que pasa es que no siempre quiero. Lo demostré en La mujer en la muralla o en Poemas chinos y en Las cuatro torres de Babel, que es un ejercicio de estilo. Si quiero, puedo. Lo que pasa es que muchas veces quiero escribir estilo hacha brava, a lo bestia, underground. Como, por ejemplo, El gusano máximo de la vida misma, donde me di todos los gustitos, desde gramaticales hasta delirios, todos, sin estar reglado por ninguna vaina. Y muchas veces, por ejemplo en Filigranati, hago muchos chistes conmigo mismo. Es una burla al purismo, en realidad, porque jamás uno va a escribir perfecto. Si me hubiese propuesto la estúpida tarea de ser perfecto tendría una única novela: Su turno. No la hubiera publicado porque es imperfecta naturalmente, la hubiera seguido escribiendo y escribiendo y escribiendo hasta morir. Y nunca hubiera quedado una obra perfecta. No hubiera escrito Los Sorias, muy ocupado en reescribir Su turno. Pero ya de esto habló el propio Albert Camus en La peste. Tiene un personaje absurdo que se propone escribir una novela perfecta. Y entonces el pobre idiota, porque no es más que un infeliz, tiene este renglón escrito nada más, y lo reescribe una vez y otra y otra y otra. La novela son cinco renglones, y sigue hasta el fin de su vida con esa idiotez de siete renglones escribiendo una vez y otra y otra. Entonces yo también hubiera podido ser como ese personaje de Camus y reescribir Su turno eternamente. Es una idiotez. No tiene sentido. Los Sorias no es una novela atonal, es perfectamente tonal para usar un término de música. Es una obra continua. No discontinuidad, es otra cosa. Tiene vertebración ontológica. Tiene jerarquías. Que no ocurre justamente en el atonalismo, sea en música o en novela. Hago finas referencias a mi propia obra en otras, las obras que siguen, porque amo a mis obras y no puedo menos que citarlas. Además, las citas que hago de mi propia obra vienen al caso, no las pongo porque sí. Es para demostrar que una obra completa a la otra, que es todo parte del mismo mundo Laiseca, eso es básicamente."
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