Aunque le concedían cada día muy poco tiempo para escribir (a veces una hora, otras mucho menos), aunque solo tenía un cuaderno y una lapicera y con frecuencia sus papeles desaparecían luego de ser revisados por las autoridades de la cárcel, aunque sacar de la prisión sus textos era cada vez más difícil a medida que las condiciones del encierro se endurecían; las memorias de Alexéi Navalni lograron llegar a manos de sus colaboradores y editores y en octubre pasado, varios meses despues de su muerte, “Patriota” fue publicado en todo el mundo. Ahora, el volumen llegó por fin a las librerías argentinas.
Navalni murió en una de las prisiones más duras de Rusia, en el Círculo Polar Ártico; después de un derrotero penoso por las peores cárceles del país durante 3 años. Las autoridades informaron que el 16 de febrero de 2024 se desmoronó durante una caminata y no pudo ser reanimado. ¿Asesinato o muerte natural por falta de atención médica y cuidados básicos? Las respuestas se confunden y es posible que de persistir la actual situación política de Rusia, jamás se conozcan las verdaderas causas de su final.
Miles de personas en todo el país despidieron sus restos en marzo de 2024 y esas movilizaciones fueron reprimidas duramente. Su mujer, Yulia, y sus hijos, exiliados por razones de seguridad, no pudieron asistir a sus exequias en Moscú. Su madre fue la encargada de negociar la restitución del cuerpo que al fin pudo ser enterrado por la familia.
“No voy a entregarles mi país y creo que la oscuridad acabará por ceder. Pero mientras siga estando aquí, haré todo lo que pueda, intentaré hacer lo correcto y animaré a todo el mundo a no perder la esperanza. ¡Rusia será feliz!”. Así, uno de sus últimos textos reafirmaba su vocación de pelear por su país hasta las últimas consecuencias. Y esa convicción lo llevó a la muerte.
La historia
“En verdad, morir no dolía. De no haber estado exhalando mi último aliento, no me habría tumbado en el suelo junto al lavabo del avión, pues, como es de suponer, no estaba especialmente limpio”. Este es el primer párrado de “Patriota” y narra el momento más dramático en la vida de Navalni, el que marcó el punto de inflexión que determinó su final. En 2020, en un vuelo entre Siberia y Moscú, se descompensó y fue internado casi muerto al aterrizar el avión. La noticia de su envenamiento dio la vuelta al mundo y Alemania ofreció un espacio para que se rehabilitara en forma segura.
El documental “Navalni”, dirigido por Daniel Roher (puede verse en la plataforma MAX) da cuenta de la investigación que realizó el equipo del disidente ruso para desentrañar cómo la sustancia “novichok”, causante del envenamiento por contacto, había llegado hasta Alexéi. Muy pronto descubrieron que la acción había partido de una unidad del FSB (Servicio Federal de Seguridad) que se ocupaba de los asesinatos encargados por el gobierno. En 2023, mientras Navalni estaba en la cárcel, el film ganó el Oscar como Mejor Documental.
Con el protagonista ya respuesto de las secuelas del atentado, el relato de “Patriota” se remonta a la infancia de Navalni. Hijo de un militar, creció en una unidad cercana a Óbninsk, donde se construyó la primera central nuclear de la URSS, razón por la cual la tragedia de Chernóbil golpeó muy de cerca a su familia. En sus memorias, este recuerdo funciona como origen de la vocación por la verdad de Alexéi, pero también se señala como punto de partida para una de las transformaciones políticas más profundas de la historia del siglo XX: el derrumbe de la URSS. El libro, por lo tanto, resulta un testimonio de primera mano de lo que significó para los ciudadanos comunes la larga transición entre las reformas de Mijaíl Gorvachov y la perpetuación en el poder de Vladimir Putin.
En ese lapso, Navalni se recibió de abogado, empezó a intervenir en política y se transformó él mismo en aspirante a candidato, primero a la alcaldía de Moscú y luego a la presidencia. Sus críticas al sistema impuesto por Putin se centraron principalmente en la corrupción. Y para difundir sus denuncias utilizó una herramienta casi desconocida por entonces para la política rusa (y por lo tanto, incontrolable): un blog y, luego, las redes sociales.
Más tarde formó la Fundación Anticorrupción, armó un equipo de colaboradores e investigó cada empresa estatal hasta desmontar el secreto que permitía a sus funcionarios enriquecerse a costa del patrimonio de los rusos. Mostró mansiones, autos, villas y viñedos de los principales miembros del gobierno. Sus seguidores en las redes crecían en número, aportaban dinero para sostener sus investigaciones y acudían a las movilizaciones que convocaba. Su actividad llamaba cada vez más la atención del poder. Así empezaron las detenciones y las amenazas. Sus oficinas eran constantemente invadidas por las fuerzas de seguridad y sus archivos confiscados y destruidos. Una escalada de violencia que a lo largo de los años terminó con su muerte.
“Navalny comenzó siendo un bloguero anticorrupción. Antes de esto había tenido algunos coqueteos con los nacionalismos, algo que desde el gobierno le endilgaban siempre para desautorizarlo”, explica Hinde Pomeraniec, periodista y escritora, autora de “Rusos de Putin” (Ariel) una excelente guía para entender las claves de la política rusa. “En materia de denuncias anticorrupción siempre fue muy efectivo, porque manejaba muy bien la cuestión tecnológica. Era la figura del muchacho lindo, hábil con la tecnología, inteligente, pícaro, que conseguía llamar la atención. Siempre estaba muy dispuesto a provocar para que lo vieran dentro y fuera de Rusia. Así se convirtió en el adversario de Putin favorito de los medios occidentales anti Kremlin. Pero, en los últimos tiempos de su vida, demostró que además era un hombre muy valiente. Después del envenenamiento él podría haberse quedado viviendo en Alemania, como tantos opositores, y sin embargo decidió volver. Sabía que si volvía lo iban a detener y pagó con su vida. Hay algo de ese martirologio que resulta muy conmovedor”.
El final
Una vez repuesto de las secuelas del envenenamiento Navalni volvió a Rusia, pero fue detenido en el aeropuerto y encarcelado inmediatamente. Se le abrieron decenas de causas judiciales inventadas y las condenas sumaron años y años. Lo trasladaron de un penal a otro y las condiciones del encierro empeoraron con cada mudanza. Por sus dolores de espalda para los que se le negó ayuda médica, decidió iniciar una huelga de hambre. La segunda parte de “Patriota” es el diario de ese penoso final, en el que sufrió toda clase torturas: privación del sueño, aislamiento, vigilancia permanente, incomunicación.
“El progreso social y un futuro mejor solo pueden conseguirse si un cierto número de personas están dispuestas a pagar un precio por el derecho a tener sus propias convicciones”, escribió para justificar su fatal determinación de volver a Rusia.
“Era una persona muy inteligente y hubiera sido interesante ver si con el tiempo llegaba a convertirse en la alternativa política a Putin, aunque fue un modelo más seductor para el Occidente próspero que para los rusos. El libro es valioso también para entender cómo opera el gobierno de Putin con los opositores que se le enfrentan, para eliminarlos metafórica o realmente”, concluye Pomeraniec.
“Patriota” es la autobiografía de un hombre valiente, pero también un testimonio histórico valioso para comprender el mapa político del siglo XXI. Por todas estas razones, es un libro que vale la pena leer.
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