A la lucha titánica por no perder reservas en el semestre de vacas flacas, agosto comenzó con una mala nueva para el objetivo anunciado por el Gobierno: encaminar la economía hacia la independencia, que significa prescindir del cepo y de la relación conflictiva con el único financista que queda en pie, el FMI. La brusca caída en el mercado de acciones de Wall Street no fue lo que los economistas ya naturalizan como un “cisne negro”. Los datos de empleo dados a conocer para fin de julio mostraron que la economía de los Estados Unidos ya no tenía el mismo nivel de actividad. Esto implica que es muy probable una rebaja en la tasa de interés porque se diluye el temor a un rebrote inflacionario, pero también que las valuaciones de las empresas tecnológicas, que no paraban de subir desde la pandemia, podrían estar por encima de sus ratios de mercado, ahora corregidos. Y este combo vertiginoso que parece lejano se transformó en una nueva amenaza sobre la precaria estabilidad argentina.
El Plan Llegar. La meta de ralentizar la caída en las reservas sigue vigente porque parece haberse convertido en una nueva “ancla” del programa económico. Según estimaciones de la consultora EcoGo, con el último pago del martes 7 de agosto al Fondo, las reservas brutas cayeron a US$23.311 millones y las netas bajaron otro escalón: US$ -3.995 millones según la metodología del FMI y más de US$-6.482 millones con su propio formato de cálculo. La anunciada suba de US$1.200 millones en el nivel de reservas para agosto se realizaría a partir de desembolsos positivos de los organismos internacionales, la reversión del déficit energético por una mejora climática y un eventual giro de divisas por efecto del blanqueo en marcha. Un bálsamo que no ahuyenta el riesgo de quedarse sin combustible antes de la meta.
Mirando siempre la otra variable que está en el centro del tablero de control oficial, el relevamiento de precios minoristas de la consultora C&T Asesores Económicos para la región GBA se incrementó 4,4% en julio, por debajo del 4,9% de la medición de junio. Sin embargo, como la inflación núcleo fue de 2,7% mensual (algo superior al 2,6% de junio) queda claro que para alcanzar el 1% mensual en el cuarto trimestre del año, lo que pujará será la actualización de tarifas. Esto, claro, si el dólar oficial sigue avanzando al 2% mensual.
El bunker. La crisis en los mercados internacionales fue como una ola de tsunami que nunca se terminó de armar. Precisamente el Banco de Japón fue el primero en corregir la tasa de interés y encadenar una caída récord del índice Nikkei (-12% en una sola rueda) que luego se moderó en los días subsiguientes. Lo mismo ocurrió con Wall Street: luces de alerta. Para Fernando Marengo, Chief Economist BlackTORO Global Wealth Management, el impacto fue sobre el valor de las acciones (por lo tanto, sobre la riqueza de compañías), pero fundamentalmente de personas. “Hay que ver qué decisión toma la gente: si está muy preocupada y deja de consumir, se convertirá en una recesión, si la gente cree que esto fue una corrección pero que no hay un cambio de fondo, puede ser que no vaya a una recesión y la Reserva Federal seguirá intentando controlar la inflación con tasas”, explica.
Respecto al mercado de deuda, señala que se empieza a ver lo que se llama un “fly-to-quality”: vender activos de riesgo (acciones y bonos de mercados emergentes) y comprar lo que se llama activos libres de riesgo, básicamente bonos del Tesoro Americano, con su consiguiente suba de precios y la fuerte baja en la tasa en los títulos a 10 años, el clásico.
La pregunta del millón es cuánto estos movimientos que encienden las alarmas a una economía argentina que no se termina de acomodar. “Un mundo desacelerado, con un fly-to-quality donde la gente sale de los países emergentes para ir a las economías centrales y con unos precios de materias primas estables, pero que ya están deprimidos, no es el mejor mercado para economías emergentes”, agrega Marengo. A su juicio, Argentina no necesita colocación neta de deuda, porque ya el Gobierno, sino un “rollover” (renovación) de deuda, porque ya tiene una sobretasa que triplica la de países de la región, con lo cual, con orden en sus cuentas, está tan aislado del resto del mundo que hasta podría bajar o comprimir esa brecha.
Cosecha en suspenso. Todo este panorama incierto también podría afectar la otra variable que productores y el propio Gobierno miran con ansiedad: el precio de los commodities. La cotización de la soja en el mercado de Chicago, por ejemplo, está muy lejos del récord (a valores actualizados) de hace dos décadas, pero también de los más de US$550 con que salió de la postpandemia.
Una mayor debilidad del dólar ayudaría a que suba el precio de materias primas, con lo cual restaría monitorear cómo la evolución del dólar, de difícil depreciación en un mundo que busca refugio seguro ante tanta volatilidad.
En este contexto volátil, el petróleo fue siempre un precio que se disparaba. Pero el mercado petrolero está increíblemente menos sensible porque Estados Unidos potenció su producción con la aparición del fracking como innovación en la explotación, algo que Argentina comenzó a transitar en el último lustro con la puesta en valor de Vaca Muerta. La reconversión de la matriz energética en una que exporte gas será en pocos años un compañero del sector agropecuario en la generación de divisas.
Para Marcelo Elizondo, director de DNI Consultores, la economía argentina, sin estar aislada, estuvo menos afectada que otras por tres razones. La primera es que somos una economía muy desvinculada internacionalmente en general. Por lo tanto, cuando hay menos ingresos de capitales, también hay menos salida. Segundo, porque existe el cepo, que limita mucho la operación de salida rápida. Y tercero, porque todo el ajuste que hizo el Gobierno (sobre todo el apretón monetario) también hace más difícil una corrida. La otra inquietud es, finalmente, como esta cadena de movimientos terminará afectando las exportaciones argentinas y, por lo tanto, la recomposición de reservas en forma sostenida. “En materia de commodities, Argentina tiene dos desafíos: uno que no maneja, que consiste en que los precios internacionales por lo menos vuelvan a niveles un poco más altos. Pero lo que sí puede hacer es que recupere el crecimiento de la productividad agrícola”, enfatiza. Al respecto, observa que la producción agrícola argentina es muy moderna y tecnologizada, pero su evolución en los últimos años estuvo muy afectada por las restricciones que impuso la política local. Retenciones, atraso cambiario, desdoblamiento cambiario, límites a la importación de tecnología o a la exportación de algunos productos como fue el trigo, la leche en polvo o la carne. “Creo que lo que hay que hacer es darle a la Argentina condiciones macroeconómicas, regulatorias, institucionales, incluso de relaciones internacionales, adecuadas” agrega, y pone como ejemplo la falta de trabajo profesional en derribar barreras arancelarias para que la soja que sale de Argentina no pague aranceles de ingresos en mercados en los cuales otros países productores están exentos. “Como síntesis, el gran desafío es que mejore la evolución de la productividad que en la Argentina que, pese a la modernidad de su producción agrícola, creció menos que el promedio mundial”, concluye.
En el corto plazo, aislarse fue un amortiguador de la caída de los mercados. Pero el futuro no podrá sostenerse colgándose del travesaño ante cada jugada del ataque contrario.
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