Un viaje en el tiempo
Retroceder a la gestación, sentir el calor de la panza materna, nueve meses de calidez, alimentación y amor.
De pronto, se sufre el primer impacto de la vida: el nacimiento. La incomodidad de tener que abandonar un espacio en el que flotar y alimentarse, para comenzar a respirar.
Se empieza a crecer, en una infancia de diversos sentires: separación materna, espacios transicionales de juego, ingreso a la escuela (debiendo aprender y socializar más allá de la familia).
Saliendo al mundo externo, llega la pubertad y adolescencia. Dificultades de pretender ser grande e ingresar al universo adulto, sin querer dejar de ser del todo niño: mejores amigos, ídolos, primeros amores, primacía de la imagen y del cuerpo, conexiones virtuales.
Pasa el tiempo y todo se complica al tener que formar parte de un mundo adulto, enfrentando la obligación de crecer, sin querer dejar del todo “esa ingenua inmadurez adolescente”.
Intento de pertenecer a distintos grupos, en una sociedad en que todo da la sensación de diluirse: trabajos se complican, relaciones se frustran.
¿Algo es como se desea?
La vida es un proceso de diversos crecimientos, en los que se pierde el equilibrio una y otra vez, para volver a compensarse y seguir creciendo.
Valientes equilibristas, siempre escuchen esa voz interna de esperanza inagotable en su lucha diaria y constante.
¿Qué sentido tiene este camino que toca recorrer?
Creer que es posible, existen momentos mágicos, instantes simples de conexión con la pasión y el deseo, “sal de la vida” que permite soñar y sentir que es maravilloso vivir la vida.
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por CEDOC
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