El poder no solo se ejerce: también se viste. Y en 2025, más que nunca, la estética personal dice lo que aún no se pronunció, pero que los demás ya interpretaron.
La imagen dejó de ser un accesorio. Hoy es estrategia. Desde la elección del blazer hasta el color de labios, desde el corte del pelo hasta la elección del calzado: todo comunica. Hombres, mujeres y diversidades son observados (y leídos) a la velocidad de un scroll. En un mundo híper visual, lo que se muestra antes de hablar puede confirmar —o sabotear— el mensaje principal.
Estudios de neurociencia indican que se forma una impresión visual en menos de 7 segundos, y que más del 80% de esa percepción está determinada por señales no verbales. Lo que se viste, cómo se camina, qué gesto se hace: todo importa.
El indumento, entendido como aquello que se elige para vestirse, actúa como un mensaje potente. Anticipa, define y representa. Está profundamente ligado a la identidad y a lo que se desea expresar sin necesidad de palabras. Elegir qué ponerse no debería ser un acto automático, sino una construcción consciente. Vestirse con intención es construir un discurso visual. La pregunta ya no es solo “¿qué me gusta?”, sino “¿qué estoy comunicando con esto?” y “¿este mensaje es coherente con lo que represento?”.
La historia de la moda demuestra el peso simbólico de la vestimenta. Desde los mantos reales hasta los trajes sastre de la posguerra, pasando por los uniformes, los sombreros de ala ancha o las remeras con consignas en los años 60, la ropa siempre funcionó como un código político, social, económico y emocional. Roland Barthes, en El sistema de la moda, definió el vestido como “un lenguaje con su propia gramática”. Y como todo lenguaje, exige coherencia, tono y estilo propio.
No se trata de responder a un ideal externo o de encajar. Se trata de proyectar coherencia entre lo que se es, lo que se hace y cómo se aparece ante el mundo. La estética bien trabajada no es un disfraz: es un marco. La clave está en saber cuál es el mensaje que se quiere transmitir y en construir su realización a través de las prendas. Texturas, colores, cortes y combinaciones son elecciones que configuran una narrativa. Cuando el estilo está bien definido, habla por sí solo.
Coco Chanel lo dijo con lucidez hace décadas: “Viste vulgar y solo verán el vestido. Viste elegante y verán a la mujer”. Esa frase puede extenderse hoy a todos los géneros: cuando una persona encuentra su estilo, lo convierte en un lenguaje. El estilo no es moda; es identidad en movimiento.
En 2025, el poder se viste con nuevas claves. La rigidez del uniforme ejecutivo clásico va quedando atrás. Los códigos visuales del liderazgo se diversifican, se flexibilizan, se reinterpretan. Líderes como Alexandria Ocasio-Cortez, que transforma el maquillaje y la ropa en una herramienta política, o Emmanuel Macron, que cuida cada aparición como una puesta estética, comprenden que la imagen también es discurso. No es un adorno, es parte del guion.
El lenguaje visual masculino también está en transformación. De la corbata rígida a los trajes más relajados, de la camisa cerrada al uso de materiales nobles con impronta más personal. Las mujeres, por su parte, apuestan por siluetas poderosas y cómodas que integran fuerza y sensibilidad. Lo común: el poder ya no se impone, se comunica.
En Los ingenieros del caos, Giuliano da Empoli advierte cómo la estética y el relato visual fueron claves incluso en las estrategias de manipulación política contemporánea. La imagen de un líder tiene la capacidad de activar emoción, identificación o rechazo mucho antes de que se escuche una palabra.
*Soledad Depresbítero es relacionista pública experta en personal branding.
por Soledad Depresbítero
Comentarios