“La primera víctima” se llamó el libro en el que el australiano Phillip Knightley describió el arduo trabajo de los corresponsales de guerra desde el conflicto entre Gran Bretaña y Rusia por Crimea a mediados del siglo 19, hasta la Guerra de Vietnam. Por cierto, la primera víctima de aquellas guerras, como en todas las demás, era la verdad.
También en esta era de guerras transmitidas en vivo y en directo “the first victim is the truth”, como afirmó Knightley. Por eso la pregunta es cuál es la verdad sobre el nivel de daño que se han causado Israel e Irán desde que se abrieron las puertas de este infierno.
En la literatura, “El infierno tan temido” es el abismo de soledad y angustia en el que se sumerge Larsen, el personaje de la novela de Juan Carlos Onetti. En la realidad, son las cuatro palabras que, ordenadas de ese modo, señalan el desenlace presumible y trágico de una deriva encaminada al desastre. Mientras que en la actualidad de Oriente Medio, el infierno tan temido es la guerra abierta y total entre dos enemigos que llevan casi medio siglo odiándose.
La desató Israel después de que la OIEA dijera que, por primera vez en 20 años, Irán había violado el tratado de no proliferación nuclear. ¿Alcanzaba con eso y con los informes del Mossad sobre la capacidad alcanzada por el régimen de los ayatolas de producir quince bombas atómicas en cinco días, para justificar el devastador ataque?
Es lógica una dosis de paranoia en el único país del mundo cuya existencia es rechazada por Irán, sus proxis y algunos estados árabes. Mientras nada justifica el exterminio de civiles palestinos que perpetra Netanyahu en Gaza, es posible justificar la obsesión por impedir que la teocracia persa adquiera las armas con que podría borrar del mapa a Israel.
Por cierto, si Irán se acercó tanto al poderío nuclear es porque Trump, por presión de Netanyahu, rompió el acuerdo que habían alcanzado Barak Obama y Hassan Rohani en el 2015, y que el régimen persa estaba cumpliendo.
El problema es que Netanyahu es un autócrata rodeado de fanáticos religiosos y, si su percepción sobre el desarrollo nuclear iraní fuese equivocada, habrá provocado que, en caso de sobrevivir a esta guerra, el régimen lunático produzca o adquiera bombas atómicas para lanzarlas a Israel.
El conflicto irano-israelí atravesó décadas siendo una guerra indirecta. Empezó a acercarse a las puertas del infierno en abril del 2024, cuando Israel atacó la embajada de Irán en Damasco y el régimen iraní respondió con misiles sobre el territorio israelí.
Ahora es la tercera etapa de un odio iniciado en 1979, cuando la revolución islamista derribó al sha Reza Pahlevi y el ayatola Jomeini proclamó la teocracia chiita, entre cuyas primeras decisiones estuvo desconocer a Israel.
También los estados árabes lo habían desconocido e intentado eliminarlo en tres guerras: las de 1948, 1967 y 1973. La última de las tres dejó el rol de beligerancia directa a la OLP, liderada por Yasser Arafat. Pero tras las negociaciones secretas de Oslo al rol protagónico de enemigo existencial de Israel lo asumió Irán.
Fue una guerra indirecta, librada por Irán a través del eje de proxis que el general Qassem Soleimani, comandante de la Guardia de la Revolución Islámica hasta que murió desintegrado por un misil norteamericano en Bagdad, diseñó y puso en funcionamiento con Hezbolá en el Líbano, Hamas en Gaza, una milicia alauita en Siria, milicias chiitas en Irak y los hutíes de Yemen.
Recién el año pasado empezaron los choques directos. Fueron ataques que constituían mensajes de advertencia. Lo que ha detonado ahora el ataque israelí es la conflagración abierta y total.
Estaba claro que aparatos de inteligencia israelíes habían infiltrado Irán. La primera señal fue el asesinato de Ismail Haniye, líder de Hamas radicado en Doha, cuando fue a Teherán a la asunción del presidente Masoud Pezeshkian.
En los ataques que iniciaron la escalada Israel usó drones explosivos lanzados desde el territorio iraní, por lo tanto, como en la “Operación Telaraña” con que Ucrania destruyó decenas de aviones militares atacando desde adentro de Rusia, los israelíes habían infiltrado en Irán centenares de drones que estallaron sobre cuarteles militares, hogares de científicos del programa nuclear y la base donde se desarrolla el proyecto de misiles balísticos, además de centrales nucleares y centros subterráneos de enriquecimiento de uranio.
El hecho de que en un puñado de horas los ataques hayan eliminado a los seis científicos que dirigen el programa nuclear y a once miembros de la cúpula militar, entre los cuales estaba Hossein Salami, comandante de la Guardia de la Revolución Islámica, y el general Mohamed Bagheri, jefe del ejército y del Estado Mayor Conjunto, además de instalaciones nucleares, confirma que el ataque israelí fue el inicio de lo que los ataques anteriores advertían.
Esos intercambios de ataques directos fueron mensajes de advertencias. Aunque incluyeron lluvias de misiles lanzados contra Israel, Irán estaba dando una respuesta simbólica a un ataque israelí que había tenido intención de advertencia. En cambio el ataque del jueves 12 de junio fue el inicio de la guerra abierta y total.
La respuesta de Irán logró que sus misiles balísticos y los drones Shahed volando en enjambres, vulneren la Cúpula de Hierro y causen estragos en Tel Aviv, Haifa y otras ciudades, algo que Netanyahu parece no haber calculado. Si esa capacidad iraní se mantiene, no se puede descartar que Israel use misiles nucleares.
Si eso ocurre, es posible que Pakistán ataque con sus bombas atómicas al Estado judío, lo que activaría acuerdos entre el gobierno ultranacionalista religioso indio de Narendra Modi y el gobierno ultranacionalista religioso de Israel, y la India podría lanzar misiles nucleares sobre Pakistán.
Si Irán puede prolongar sus ataques, Israel mostrará postales dantescas que nunca antes había mostrado, lo que constituirá un fuerte golpe a su imagen de invencible. Pero si Irán no puede prolongar sus ataques, tendrá que capitular. Y el acta de rendición será la renuncia definitiva a enriquecer uranio.
La pregunta, entonces, será si un Israel victorioso se conformará con eso, o pretenderá que la capitulación incluya el fin de la teocracia chiita.
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