Hace mucho tiempo, un sindicalista enfurecido por lo que sucedía en el mercado cambiario pidió al ejército que enviara tanques al distrito financiero para restaurar el orden aplastando a sus habitantes. Sergio Massa tiene una idea mejor. Quiere que camioneros y piqueteros sean las tropas de asalto del gran ejército antiinflacionario que está movilizando. Desempeñarán un papel parecido a aquel de los mercenarios del Grupo Wagner en las fuerzas armadas de Vladimir Putin.
Aunque es de suponer que Massa, que tiene la reputación de ser un hombre inteligente y bien informado, entiende muy bien que es insensato culpar a los comerciantes por el aumento constante del costo de vida, puede creer que, para asegurarse algunos beneficios políticos, le bastará con dar la impresión de estar haciendo “algo” para combatirlo. Después de todo, sabe que la clientela electoral kirchnerista nunca se ha destacado por sus conocimientos económicos y que sería inútil señalarle que casi cuatro mil años de experiencia han mostrado que no sirven los intentos, por brutales que sean, por frenar la inflación amenazando a los almaceneros.
Si el gobierno kirchnerista tiene una estrategia socioeconómica, ella consiste en saquear la Argentina productiva para entonces repartir lo encontrado entre quienes dependen de la interesada benevolencia estatal. En términos políticos, el esquema ha funcionado porque, como es natural, los más pobres suelen preocuparse menos por los problemas enfrentados por los empresarios que por las limosnas que necesitan para ir tirando algunas semanas más. He aquí la razón por la que tantos siguen votando en contra de la racionalidad económica que, según los oficialistas y el coro progre que los acompañan, es intrínsecamente reaccionaria, una patraña inventada por neoliberales desalmados que anteponen los número al bienestar de la gente. Aun cuando sepan que están en lo cierto quienes hablan de “pan para hoy, hambre para mañana”, no pueden darse el lujo de pensar en el mediano plazo.
¿Están por cambiar de opinión quienes se han acostumbrado a apoyar al jefe o jefa peronista de turno porque creen que, a diferencia de sus odiosos adversarios, comparte sus valores y siente compasión por el pueblo? De tomarse en serio las encuestas, hay indicios de que algo así está ocurriendo. Para más señas, puede que el espectáculo brindado por patotas de matones fornidos patrullando los supermercados e intimidando a los trabajadores resulte ser tan negativo que el Gobierno termine anotándose un gol en contra.
Así y todo, el que, a pesar de disponer de un superávit de empleados públicos, el gobierno de los Fernández haya tenido que pedir ayuda a los Moyano, personajes que regularmente encabezan la lista de los menos respetados del país, y a los responsables de sembrar caos en el centro de la Capital Federal, nos dice todo cuanto precisamos saber acerca del estado de ánimo de quienes están en el poder. Contra las cuerdas, están tan groguis que no se les ha ocurrido nada mejor que ensañarse con los chivos expiatorios de siempre, debilitando aún más así a un sector que, con tal de que no desaparezca por completo, podría contribuir a mantener al país fuera del abismo hacia el cual los kirchneristas y sus amigos lo están empujando.
¿Lo están haciendo a propósito o porque realmente creen en el relato épico que han fabulado los intelectuales orgánicos del movimiento? Lo más probable es que, luego de darse cuenta de que la derrota de Mauricio Macri en las elecciones del 2019 no se vería seguida por el milagro económico que habían prometido, decidieron que les convendría armar nuevamente una bomba de tiempo programada para estallar cuando los oligarcas golpistas de Juntos por el Cambio estén a cargo del país. La prioridad de Massa, pues, será prolongar lo más posible la fase actual de la eterna crisis económica para que el próximo gobierno se vea sin más alternativa que la de ordenar un ajuste tan fenomenal que provoque una rebelión popular que pronto lo haga añicos, lo que permitiría que regresen en triunfo los salvadores del pueblo.
Como no pudo ser de otro modo, la decisión de Massa -que a buen seguro cuenta con el aval de Alberto Fernández y Cristina Kirchner- de alistar a “grupos de choque paraestatales” para presionar a los supermercadistas, ha puesto en alerta a la oposición. Sin perder un minuto, Elisa Carrió presentó una denuncia penal contra Massa, Alberto y Matías Tombolini por violar el estado de derecho e incitar a la violencia. ¿Convendría al Gobierno que estallaran conflictos violentos entre sindicalistas y comerciantes? Sólo si muchos los atribuyen a la voluntad oficial de librar una guerra sin cuartel contra la inflación en defensa del bolsillo popular. Se trataría de una ilusión, ya que nadie con más de dos dedos de frente ignora que, detrás de la inflación, está la manía oficial de imprimir una cantidad astronómica de billetes y permitir que se agigante el gasto público, pero por ser tan antipática la realidad así supuesta es comprensible que muchos se aferren a fantasías voluntaristas y se sientea atraídos por la noción de que el desastre se debe a la voracidad insaciable de los comerciantes.
Es posible que Alberto, cuya mentalidad es la de un abogado capaz de adoptar el punto de vista de cualquier cliente, por repugnante que sea su prontuario, se haya convencido de que la inflación sí es consecuencia de la malignidad empresaria; también lo es que Cristina, adoctrinada por ideólogos resueltamente heterodoxos como Axel Kiciloff, crea que es un fenómeno “estructural”. ¿Y Massa? Sin ser un economista, parecería que se ha familiarizado con las reglas básicas de la materia, pero que por razones políticas estará dispuesto a pasarlas por alto si lo ayuda a alcanzar el objetivo de reducir, aunque sólo sea pasajeramente, la tasa de inflación mensual. Sabrá que está vendiendo humo, pero a juzgar por su conducta reciente confía en que no le faltarán compradores.
Entre éstos, Massa ubicará a Cristina y Alberto, además de “los ñoquis de la Cámpora” que en una encarnación anterior fustigaba, y los miles de peronistas que por motivos es de suponer profesionales optaron por vincularse con la variopinta coalición gobernante. Si bien el vehículo político del ministro de Economía, el Frente Renovador, es más chico que los manejados por Cristina, nadie ignora que su eventual defección dejaría paralizado al Gobierno. Sin embargo, para extrañeza de muchos, Massa sigue siendo reacio a abandonarlo a su suerte. No sólo se ha mantenido leal, lo que por ser quien es podría tomarse por una forma de traicionarse a sí mismo, sino que ha colaborado con maniobras que lo perjudican, como la campaña furiosa de Cristina contra la Justicia y, últimamente, la renovada ofensiva contra los empresarios. ¿Entiende que, al obrar así, corre el riesgo de hacer todavía peor la situación económica y, mientras tanto, de dinamitar su propia reputación de ser un dirigente sumamente sinuoso pero así y todo relativamente realista en un gobierno dominado por delirantes y mediocridades? Ahora bien: la “grieta” que separa a los realistas que son conscientes de que en el fondo la inflación es un fenómeno monetario, si bien su persistencia aquí se debe a una multitud de factores distintos, de los escapistas que quieren creer que los comerciantes argentinos son por lejos los más codiciosos del mundo occidental, es tan importante como la que divide a los cleptócratas que quieren que Cristina permanezca por encima de la ley por un lado y, por el otro, aquellos que privilegian el imperio de la ley que se ve consagrado por la Constitución.
A menos que los primeros logren persuadir a la mayoría de que será necesario bajar drásticamente el gasto público y dejar de inundar el país de pedacitos de papel pintado que valen cada vez menos, la economía continuará hundiéndose y no habrá forma de impedir que la Argentina degenere en una inmensa villa miseria. Si tenemos suerte, la voluntad de Massa de, en efecto, entregar a los Moyano y un conjunto de piqueteros la política comercial tendrá un impacto tan desafortunado que en adelante nadie se sentirá tentado a hacer lo mismo. Caso contrario, sólo será otro jalón en la larga marcha del país hacia la perdición.
Que los kirchneristas y sus aliados se sientan nerviosos puede entenderse. Para la jefa está en juego su propia libertad ya que, sin el poder político que, menguante o no, ha sabido conservar, no le será dado mantener a raya a la Justicia. Por lo demás, no puede sino intuir que el veredicto de “la Historia” será más cruel que el emitido por el tribunal que la sentenció a seis años entre rejas. Asimismo, aunque Alberto, como a veces nos recuerda, no ha sido acusado de cometer actos de corrupción equiparables con los perpetrados por Cristina y sus cómplices, después de poner fin a su gestión accidentada pasará mucho tiempo desfilando por Comodoro Py para contestar a preguntas planteadas por fiscales y jueces que no lo querrán. En cuanto a Massa, el consenso es que, si no le es dado restaurar un mínimo de estabilidad a la anárquica economía nacional, se verá obligado a olvidar su sueño de mudarse a la Casa Rosada aunque, por ser tan amnésica la opinión pública local, sería un poco prematuro de su parte resignarse a ser uno de los muchos cadáveres políticos que siguen cumpliendo funciones en el país.
Comentarios