A simple vista, el estado actual de la discusión pública por la cuarentena extra large enfrenta a liberales “descerebrados” con oficialistas sanitarios. Por un lado, Alberto Fernández reta a la población quejosa, mientras los “angustiados” le meten presión al Presidente en las redes sociales, en algunas manifestaciones callejeras aisladas y a través de los voceros macristas ortodoxos. Unos apuran y los otros piden más paciencia, hasta que llegue finalmente el pico de contagios, paradójicamente tan temido y tan deseado a la vez, como punto de inflexión que indique la salida del laberinto viral. Sin embargo, hay otra fuerza, por ahora menos visible, que le mete presión al albertismo. Es el fuego amigo, un clásico del peronismo.
Llámese Gabriel Mariotto, Dady Brieva o cualquier otra voz que difunda en tono áspero el clima reinante en el Instituto Patria, ya se va definiendo una línea discursiva clara para meterle presión a Alberto Fernández, con un empuje que quizá lo preocupe más que la indignación estresada de los libertarios hogareños. Ese relato ad hoc para persuadir al Presidente funciona así: primero se elogia la moderación albertista como la carta electoral ganadora, e inmediatamente se aclara que ese período de gracia negociadora con la sociedad ya cumplió su ciclo, y que urge pasar a la próxima fase, la verdadera gestión K para la que Cristina puso los votos.
El reciente pedido presidencial a la Justicia, en una entrevista periodística, para que se apure el trámite de las causas contra Cristina Kirchner y los suyos es un síntoma de este apuro que padece el Presidente de parte de sus poderosos vecinos de coalición. La otra cara de la premura judicial que reclama el cristinismo es el juicio y castigo a los macristas, acusados de habre dejado “tierra arrasada”. Aunque los kirchneristas duros reconocen la problemática económica que plantea la pandemia, no obstante insisten en que justamente el estado de excepción representa la gran oportunidad política para disciplinar a los medios díscolos y a los capitalistas poco solidarios. Y no le perdonarán a Fernández haberla dejado pasar: #EsAhoraAlberto, le advierten.
¿Qué hará el Presidente con este empujón aliado? Al principio del mandato, con cuestiones como la de los “presos políticos” o la reforma constitucional zaffaroniana, Alberto mostró cierta autonomía respecto del estilo K, lo cual alimentaba el eslogan: “volvimos mejores”. Luego pasó al modo actual, que implica surfear la ola cristinista dura, aprovechando el impulso para mostrar los dientes ante acreedores, críticos de su cuarentena económica y de los primeros relativismos republicanos. Pero la nueva inclinación de la curva de contagios, más la olla a presión de una economía con más pesos y menos empleos productivos, puede obligarlo muy pronto a sincerar para siempre su plan de gobierno: buscará una síntesis superadora de peronismo pos-K o, por el contrario, se resignará al rol de una Cristina con bigotes. De su decisión, pende el destino de millones de argentinos, muchos más que los dañados por el Coronavirus.
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