Cuando se conocieron los primeros casos de Covid-19 en la Argentina, la palabra “unidad” se puso de moda. El cierre de la grieta nacional ilusionó a más de uno. Hubo gestos amigables entre oficialismo y oposición, coronados con la postal periódica de Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof dando juntos la buena nueva de que la curva se estaba aplanando gracias al esfuerzo ecuménico de la clase política y de toda la sociedad. La tele se puso en modo “tensa calma”. De cuando en cuando, alguna voz chirriante rompía la monotonía de la cuarentena, pero quedaba feo: las encuestas premiaban el consenso. Pero pasaron cosas. O mejor dicho, pasaron horas, días, semanas y meses. Y el país volvió a mostrar sus grietas sin pudor.
Los nervios coparon las teleconferencias. Los debates parlamentarios perdieron el tono de camaradería que tuvieron en los primeros encuentros virtuales: ahora solo importa saber quién “mutea” a quién, y qué performance se destaca más en el mosaico de pantallitas que forman el videogame de la democracia en emergencia. Del viejo “Polémica en el bar” que se jugaba en el recinto legislativo, pasamos a un apocalíptico “Titanes en el Zoom”. La onda es ponerse “nerviosho”, como decía Néstor Kirchner. Y el Presidente, su mejor alumno, volvió a perder la paciencia con los “angustiados” mientras mete ruido diplomático con sus filminas mal chequeadas.
Al calor de los contagios en el AMBA, Horacio y Axel levantan temperatura, tal vez para revalidar lealtad ante sus respectivas internas: macrismo y cristinismo resisten menos el clima antigrieta que el Covid-19 al cloro. Como el virus, el miedo social también está mutando, compensando el temor a enfermarse con el pánico al crack económico. Ya no queda tan inteligente hablar del “falso dilema” entre salud y finanzas: la fórmula está gastada de tanto acomodarla a presión en cualquier argumento. Los “libertarios” explican que cuidar la vida con cuarentena estirada destruye el tejido social hasta poner en peligro muchas más vidas en un futuro cercano. El oficialismo sanitario insiste en señalar que igualmente cayó la economía en los países que toleraron miles y miles de muertos por la pandemia. En el apuro por levantar banderas, el Boca-River médico se formuló como testear más vs. quedarse en casa.
Más falsos suenan otros dilemas derivados del caos viral: capitalismo o poscapitalismo “solidario”, Mercado o Estado. Primera falacia confortable: el virus vino a demostrar la necesidad de un Estado fuerte y sin miedo a intervenir. El pequeño detalle es que la enfermedad que paraliza al planeta y arruina a millones de familias nació, creció y se esparció bajo las narices del Estado más poderoso y centralizado, que además observa el ritual comunista. Por otro lado, la multitrillonaria industria farmacéutica globalizada tampoco está llegando a tiempo a satisfacer la desesperada demanda de un remedio a esta calamidad con una oferta farmacológica que detenga la pandemia antes de que sea demasiado tarde.
A escala argentina, el dilema que enoja a unos y otros se enfoca, como el virus, en las villas: cercarlas o evacuarlas. Ambas estrategias -tardías- tienen riesgos, costos y derivaciones incalculables. Este dilema es la versión catástrofe y urgentísima del viejo debate sobre erradicar o urbanizar. Mientras el Coronavirus acelera los tiempos históricos precipitando procesos en marcha, la política le huye a las responsabilidades del pasado apostando a la indignación patriótica por el presente. La ideología nacional es el enojo, su sistema institucional es la grieta. Y la cuarentena, una coartada perfecta.
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