Antes de empezar, una advertencia: esto es más complejo que armar un grupo de WhatsApp sin conflictos. Bienvenidos al fascinante, caótico y, a veces, hilarante mundo de las empresas familiares.
¿Qué sucede cuando uno es director, socio y hacedor al mismo tiempo? Es como intentar ser arquero, delantero y árbitro en un partido. Imaginemos a Pablo, quien revisa los estados financieros como director, mientras su "yo" socio reclama: "¿Cómo que no hay dividendos este mes?", y su "yo" hacedor grita desde el fondo: "¿Quién me ayuda con el pedido del cliente?". No está loco, simplemente forma parte de una empresa familiar.
Estos roles laborales se superponen con los familiares. Pablo no es solo director; también es hijo, hermano y tío. En una reunión, cuando alguien cuestiona su estrategia, él podría estar escuchando: "Nunca estarás a la altura de papá". Y cuando su hermana propone algo, quizá piense: "Ahí va otra vez, como en la infancia, queriendo ser la favorita de la abuela". Estos patrones inconscientes pueden dinamitar relaciones y decisiones.
Hablemos de emociones. Como director, está el miedo: “¿Y si esta decisión es un desastre y mis hijos me lo reprochan en Navidad?”. Como socio, aparece la ansiedad: “Quiero resultados, pero ¿los veré en mi vida?”. Y como hacedor... bueno, el hacedor está demasiado ocupado apagando incendios para pensar en emociones.
Estas tensiones generan escenas dignas de una serie de streaming. En la reunión de directorio, alguien propone reinvertir. El socio dice: "Esperen, ¡quiero mis utilidades!", mientras el hacedor golpea la mesa: "¡No hablen de reinversión, que la cafetera sigue rota desde abril!". ¿Les suena?
Aquí es donde herramientas como las constelaciones sistémicas pueden marcar la diferencia. Ayudan a identificar patrones invisibles que afectan la dinámica familiar y empresarial. Por ejemplo, pueden revelar cómo una lealtad inconsciente al abuelo fundador frena decisiones arriesgadas o cómo un conflicto entre hermanos bloquea el crecimiento de la empresa. Al trabajar con estas herramientas, las familias pueden sanar relaciones y alinear objetivos con mayor claridad.
Las emociones no solo impactan a cada individuo, sino que contaminan las relaciones. Las discusiones técnicas se transforman en peleas personales. Un comentario como "No estoy de acuerdo con tu plan estratégico" se traduce en "Nunca confías en mí". Y si hubo un conflicto en la última cena, seguramente reaparecerá en la reunión del lunes.
¿Cómo manejamos este caos sin perder la cordura (ni la empresa)? Primero, claridad: antes de hablar, preguntémonos "¿Desde qué rol opino ahora?". No es lo mismo hablar como director que como socio o hacedor. Segundo, empatía: en lugar de pensar "Solo quiere complicarme la vida", intentemos entender su preocupación.
Tercero, aprendamos a reírnos de nosotros mismos. Si una reunión se pone tensa, podríamos soltar algo como: "¿Esto es una discusión de negocios o un reality show?". El humor desarma conflictos y nos recuerda que, al final del día, estamos en el mismo barco.
Por último, profesionalicemos. Implementar protocolos familiares y capacitar en inteligencia emocional hace milagros. Además, contar con un sistema de gestión eficiente reduce tensiones y evita malentendidos. Con reglas claras y tecnología de apoyo, el caos disminuye y el amor puede ser la guía. Porque lo que realmente sostiene a las empresas familiares no son los balances ni las estrategias, sino el deseo de construir algo juntos, incluso cuando queremos tirarnos con la cafetera rota.
En las empresas familiares, la emoción más poderosa no es el miedo ni la frustración, sino el amor. Amor por lo construido, por quienes trabajan a nuestro lado y por el legado que queremos dejar. Si logramos que ese amor nos guíe, cada decisión tendrá un propósito claro y compartido.
por CEDOC
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