Este siglo XXI nos ha traído a los seres humanos una serie de nuevas e impresionantes vivencias de la mano de la ciencia y la tecnología, que nuestros abuelos – asombrados con los hombres que llegaban a la luna – no podrían llegar ni siquiera a imaginar que pudieran suceder.
Puedo decir sin reparos que ante estas nuevas realidades, me siento como mis abuelos, asombrado e impresionado, y creo que en la mayoría de las situaciones que he podido observar tengo una mirada positiva sobre estas inquietantes realidades.
Sobran ejemplos de lo que estoy diciendo, y solamente a título ilustrativo porque el espacio de esta nota es limitado, me voy a referir a la “inteligencia artificial” que se lleva todos los premios.
En ese sentido, basta con darle una leída al reciente documento suscrito en el marco de la OCDE sobre los “Principios de la OCDE sobre la Inteligencia Artificial” y las recomendaciones a los gobiernos sobre la IA.
Pues bien, independientemente de que muchos me podrán corregir, y decir que las guerras comerciales – en mayor o menor medida – siempre han existido, y que han incluido una impronta muy importante de poder político en el amplio sentido de la palabra; no menos cierto es que la actual “guerra comercial” entre Estados Unidos y China, surge como la máxima expresión de una confrontación por poder político y de liderazgo en el futuro próximo y lejano. Y que a mi criterio se encuentra basado en el “dominio exclusivo y excluyente” de la “inteligencia artificial” y su inserción a todos los niveles posibles del relacionamiento económico y comercial en la comunidad mundial.
Podrá decirse que el presidente americano tiene que cumplir con sus promesas electorales ante la próxima elección si pretende ser reelecto, ya que parte de las mismas han quedado inconclusas (por ejemplo el muro con México) y que la política exterior además de errática no ha tenido resultados positivos (Corea del Norte, Irán, etc.). Pero esta “guerra comercial” le permite adquirir protagonismo, desviar la atención sobre promesas incumplidas, y en definitiva lo acerca a cumplir en parte el eslogan orientador de su gobierno, es decir “American First”.
Por su parte, el impacto de las medidas arancelarias impuestas por Estados Unidos al acero y al aluminio, y luego aquellas directamente aplicadas al comercio con China, han originado un cúmulo de represalias que han afectado no sólo la relación comercial entre esos países, sino que también han incidido – indirecta y en ocasiones directamente - en el comercio internacional a nivel mundial. Y a ello se pueden sumar los constantes anuncios de nuevas “medidas comerciales” (como los aranceles a la importación de vehículos de la Unión Europea y Japón).
Pues bien, esta “guerra comercial”, que para los simples “mortales” integrantes de los “países en vías de desarrollo” tiene – por el momento y esperemos que así siga – la bendición de que las armas no forman parte de la “negociación” aunque siempre están “listas”, tiene indefectiblemente, aunque sean lejanas, repercusiones comerciales.
Es con insistencia que reclamamos una activa participación y la búsqueda de una necesaria e imprescindible inserción internacional de nuestro país en su relacionamiento comercial para enfrentar desde nuestra “devaluada” región el futuro inmediato. Ya sea en forma bilateral, o con mayor énfasis por su importancia a nivel mundial, desde el MERCOSUR.
La notoria ausencia de una política de relacionamiento externo globalizada y abierta al mundo a nivel nacional, condiciona cualquier planteo a nivel regional. Y la primera consecuencia natural y obvia desde lo individual es que no “participamos del comercio mundial”, además de una renuncia a nivel regional.
Las alternativas comerciales se resuelven en forma bilateral por Argentina y Brasil, limitando nuestra eventual participación, y la demostración más clara es la reciente visita del presidente brasileño al presidente argentino, retribuyendo la visita que hiciera en el mes de enero de este año; mientras nosotros lo miramos desde la tribuna.
*ABOGADO. Director de la Maestría en Integración y Comercio Internacional de la Universidad de Montevideo. Profesor titular de la Cátedra de Derecho de la Integración de la Universidad de Montevideo.
por Jorge Fernández Reyes*
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