El frío, que no daba ni para las dos cifras de grados celsius, hacía presagiar que la convocatoria de las elecciones internas, no obligatorias, sería escasa. Al promediar la tarde del domingo 30 todavía no se habían filtrado ningunas de las tres grandes novedades de la jornada: el triunfo de Ernesto Talvi en la interna colorada, la gran votación de Óscar Andrade en el duelo intestino del FA y el anuncio de la fórmula electoral nacionalista (Lacalle Pou-Argimón) sobre las 23 horas.
A las 18, el hall central del hotel NH Columbia, sobre la rambla Gran Bretaña, reunía tan sólo una decena de periodistas, y otro número similar de fotógrafos y camarógrafos. Se anunciaba que el precandidato Jorge Larrañaga llegaría sobre las 19 horas, pero saludaría y subiría a su habitación a descansar, hasta tanto no se conocieran los ganadores. Tenía armado un estrado con una enorme bandera de Uruguay para hacer su discurso, una vez que se conocieran las cifras finales, o casi. El entorno del líder de Alianza Nacional se mostraba confiado de, por lo menos, resultar segundo en la interna. Pero ese optimismo era tibio, casi que para la tribuna.
Una hora después, la sede de Todos sobre Bulevar Artigas era un hervidero. Muchos periodistas, pero además, los técnicos y asesores que acompañan a Luis Lacalle Pou (Azucena Arbeleche, Pablo Da Silveira, Pablo Bartol, Sebastián Bauzá, entre otros), más senadores y diputados de su ala, con sus familiares cercanos, y militantes, esperaban la llegada del entonces precandidato. El enjambre de comunicadores se comió el amague un par de veces, cuando paró un auto frente a la sede y era Jorge Saravia, o unos minutos después cuando llegó el nonagenario Carlos Julio Pereyra caminando con dificultad.
Un instante antes de las 19 el comando de Juan Sartori en Plaza Independencia era noticia. Pero no por el júbilo ni el clima festivo, sino por una carpa para 250 personas que apenas había reunido unas 15. Y sobre todo por un militante que gritaba a viva voz que saliera Juan, porque los patovicas de la puerta no lo dejaban entrar. Hasta que salió Alem García, uno de los más allegados a Sartori, y el hombre hizo catarsis: “¡Este Alem, fue éste!”, le dijo y señalaba a un empleado de la seguridad que custodiaba el ingreso y no le había franqueado el paso. “Estoy desesperado, Alem. Me mato... mirá que salgo y me mato si no entro”, decía, claramente con muchas ganas de ingresar a la sede del precandidato, que en la mañana había votado por primera vez en su país y se había convertido en meme por una foto que lo inmortalizó cerrando el sobre de votación con su lengua.
Seguía exaltado el militante, quien dijo llamarse Ruben Saravia y ser bisnieto de Aparicio: “¡Me están haciendo daño, Alem! A mí... ¡a la Patria!”, exageraba. “¡A Saravia le están haciendo daño!», y ahí no faltaba a la verdad, por apellidarse igual que el prócer blanco. “¿A mí... que doy la vida por Juan? Por el partido, ¡por nuestro partido!”, le gritaba a García, quien buscaba calmarlo y alejarlo de la curiosidad mediática.
Entra Lacalle, gana Talvi. A las 19. 20, por fin, llegó Lacalle Pou. Enseguida se vio rodeado de micrófonos y cámaras y atisbó a excusarse: “Pa, me van a matar, pero... mejor hablamos después, ¿ta? Gracias por venir, pero... hablo cuando tengamos los primeros datos”. Pero ante la insistencia periodística, le tocó hablar. Ahí dijo que cargaba un pabellón nacional y una bandera del partido: la bandera uruguaya se la había regalado Carol en Guichón días atrás, justo cuando él había perdido su bandera. Y la del partido se la había regalado Bruno, un adolescente que todavía no vota. “Me las dieron. Quieren que (yo) sea custodia de estas banderas”. Luego dijo que no alteró su rutina habitual en jornada electoral, y que algún periodista había comido “de arriba” en una parrillada en la localidad canaria de Castellanos (asado, choto y riñón, entre otras cosas, detalló).
A medida que fue ingresando a su búnker, era saludado por cada funcionario y funcionaria que quería abrazarlo y besarlo. Y todos empezaron a aplaudirlo. Saludó a Javier García, a Bauzá, a Álvaro Delgado, a su asesor más cercano Nicolás Martínez, al intendente de Florida, Carlos Enciso, y siguió repartiendo simpatía, como para demostrar que las sonrisas no eran patrimonio sartorista.
El reloj arañaba -con esfuerzo- las 20.30 cuando Canal 4 anunció que Luis Lacalle Pou se había convertido en el candidato del Partido Nacional de cara a las elecciones nacionales, y el local de Todos explotó como en un grito de gol en un bar. Los militantes se abrazaban y besaban como “el Edi” lo hubiera hecho con sus compañeros si el VAR no nos hubiera despojado de la clasificación a semis. Graciela Bianchi pasó resumiendo alivio. Tenía unas manchas encima de los labios, como si estuviera brotada por exceso de chocolate. “¿Por los nervios?”, le preguntó una colega. “¡Claro! Mirá cómo estoy”, le dijo.
En ese momento también se supo la primer gran noticia de la noche: Ernesto Talvi era el ganador de la interna colorada, por varios puntos porcentuales encima de Julio María Sanguinetti. En el hotel Four Points toda la estética lucía el eslogan “Lo nuevo se viene” y se vino nomás. Talvi recién llegó 19.30 y ya los micrófonos dejaron de apuntarle a Mercedes Menafra, la viuda de Jorge Batlle. Recién una hora después Talvi se acercó a un escenario para hacer uso de la palabra y era impedido por algunos ciudadanos que querían felicitarlo. Tenía anotado algunos conceptos en una A4 de Word sobre el estrado.
Primero felicitó a Sanguinetti “por la patriada” y le dedicó un piropo profesional: “Que les quede claro que se le puede ganar en votos, pero no en política”. Luego felicitó al senador Amorín, “que sostuvo al partido en sus peores momentos” y también tuvo tiempo de acordarse de Pedro Bordaberry. Después se salió con la suya, y recordó su predicción: “En los descuentos, con gol de cabeza y en el área chica...”.
Había metido el batacazo de la noche, y quiso jactarse, en buena ley, de ello.
Hasta tuvo palabras de felicitaciones para precandidatos que compitieron en otras internas, sólo omitió a Sartori. La prensa quiso saber por qué y el economista dijo que le habían molestado “algunas actitudes” del candidato, quien a su juicio, “no respetó las reglas de juego de nuestra democracia”.
Si a las 19 el local de Todos estaba bastante completo, a las 21 en La Huella de Seregni no cabía ni un alfiler. Además de dirigentes frenteamplistas de todos los pelos, había curiosos y periodistas trabajando. Diez minutos pasadas las 21, los cuatro precandidatos subieron al estrado acompañados por el presidente del FA, Javier Miranda. Martínez, Andrade y Bergara portaban una bandera del FA, mientras que Cosse llevaba el pabellón nacional. Detrás de ellos, otra bandera uruguaya en bastones de led, y un jingle nuevo que el partido parecía estrenar, “Soy vos”, que en su estribillo decía: “Yo... también soy vos, con ella y él, ser todos juntos a un tiempo/Yo... también soy vos, con ella y él, renovar siempre los sueños”.
Hasta que habló Martínez, el consabido ganador de la interna. Primero, con humildad que juraba sincera, decía no haberse imaginado el momento en que tuviera que hablar como ganador de la interna. Luego, ya en modo candidato, dijo otras cosas. “Sabemos que en la política uruguaya hay un sector de la población que está desencantado de la política y tal vez con ese segmento de la sociedad tenemos que revisar los partidos si hemos hecho todo lo correcto”, dijo autocrítico. Luego añadió que el FA podía ofrecer “renovación en la unidad”. Y volvió a tender puentes hacia afuera: “Es importante comprender que el Uruguay requiere compromisos-nación, proyectos políticos que involucren a todos los actores, y que en vez de hacer un show de enfrentamiento ante cada cosa, debatamos ideas y sepamos encontrar los caminos que nos unen, aunque no sean en el 100% de los temas”, dijo desde el escenario.
Abajo del escenario, Pepe Mujica y Lucía Topolansky se robaron mucha atención. Hasta una mujer asiática quiso sacarse una foto con la vicepresidenta. Martínez -lentes de montura fina, camisa celeste, sweater gris-concedía notas por separado a cada Canal apostado allí, mientras el jingle se repetía por los parlantes como un mantra. El exintendente, como un rato más temprano había dicho Talvi a quien quisiera escuchar, insistía con que no había apuro para sellar la fórmula de cara a octubre. Hay tiempo -coincidían-, no hay urgencia (“soy economista, necesito analizar las cosas con cautela”, se había atajado el electo candidato colorado ante las requisitorias periodísticas). NOTICIAS le preguntó a una fuente muy allegada a Martínez, y ésta contestó “off the record”: “¿La fórmula? ¿Hoy? Ni en pedo”, dijo, ilustrativa.
Óscar Andrade parecía eufórico. Lo estaba, de hecho. Según algunas encuestadoras, había salido segundo en la interna, otras lo daban en un virtual empate con Carolina Cosse.
Por lo bajo, una fuente allegada al dirigente comunista se congratulaba por el buen desempeño en el debate televisivo del ex panelista de Todas las Voces, y reconocía en susurros, que quizás había sumado algún punto aprovechándose del magro papel de Cosse en su propio debate con Larrañaga.
Afuera de La Huella, en la calle, algunos militantes enfundados en banderas tricolores comían papitas de una bolsa y tomaban vino en caja para festejar. Sobre la calle Colonia, a esa hora, muchos portaban banderas del FA y gritaban cánticos futboleros.
En ese preciso instante, pasadas las 21.30, Lacalle Pou se quebraba en su alocución en la sede de Todos. Le dedicaba su agradecimiento a su familia, en especial a sus hijos (que habían hecho una penca de resultados, comentó) y a Nicolás Martínez, su asesor más fiel.
Fórmula paritaria. Sobre las 22 horas, un buen número de militantes nacionalistas bancaban el frío con camperas, gorros y bufandas, agitaban banderas y cantaban el jingle de su partido. El musicalizador, astuto, bajaba el volumen para que los hinchas gritaran la parte que dice: “Uuuuoooó, uuuuoooooó, ¡Orgullosamente blancos!”. Decimos hinchas porque parecía una tribuna futbolera. Quedó demostrado cuando apareció Juan Sartori en la pantalla enorme led atrás del estrado preparado en la calle, sobre Juan Carlos Gómez, frente a la Plaza Matriz. La transmisión reprodujo el discurso del “outsider” que salió segundo en las internas.
Se esperaba que Sartori bajara 20.30 del quinto piso del edificio Unión frente a la Plaza Independencia, pero no lo hizo hasta las 22. El clima en su búnker era de tristeza, de decepción o pesadumbre. El paso del tiempo les hará ver que en seis meses el empresario, que se fue a los 12 años del país y recién el domingo votó por primera vez, logró colocarse segundo y desplazar a un tercer lugar a Jorge Larrañaga, el otro gran líder blanco. Cuando le tocó hablar, Sartori prefirió mirar el medio vaso lleno: “Somos el segundo movimiento de nuestro querido Partido Nacional, creamos una nueva realidad política”.
Luego, eligió una frase para aleccionar a “la vieja política”: “La política todavía está resistente al cambio”, dijo, y los militantes estallaron en ira. Le endilgaron cosas como: “¡Paracaidista!», «¡traidor!”, “¡Judas!”, “¡ladrón!” y otros exabruptos más subidos de tono. Lo dicho: la política futbolizada. Parecía el grito enojado contra el árbitro o el rival cuando ingresa a la cancha. Y era, a la postre, el segundo de los suyos. La misma hinchada (con visibles carteles y banderas de la 404 y de la Unión Cívica), pegó grandes alaridos cuando llegó el ganador de la interna nacionalista. Lacalle Pou subió las escaleras y la cámara se detuvo cuando paró a darle un beso y un abrazo a su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera. La hinchada gritó, feliz. Mientras los precandidatos y sus séquitos iban llegando, el actor y comunicador Juanse Rodríguez conducía la transmisión del Partido Nacional y llamó para entrevistar a la dirigente Gloria Rodríguez. Como tuvo que “estirar” porque los principales líderes se hacían rogar, Juanse le dijo: “¡Quedaste como co-conductora, Gloria!” “Ay, ningún problema. ¿A ver si la gente nos está escuchando? Algún grito o algo de la calle para saber que nos están escuchando”, dijo la diputada negra de los blancos. Y la gente explotó cual si hubiera sido un pedido de “grito de desesperación” de Omar Gutiérrez. Los demás precandidatos y sus principales allegados fueron llegando al directorio del PN sobre las 22 y poco: Larrañaga, Antía, Sartori y Iafigliola. Sergio Abreu y Beatriz Argimón comenzaron a hablar en una sala abarrotada del directorio pero lo conversado no se escuchaba por los parlantes. Luego fueron bajando para subirse al escenario, donde un día antes, el sábado, el encargado de prensa del partido pronosticaba -en lo que era una expresión de deseo, en realidad- “una foto con el abrazo de todos los precandidatos”. Fueron subiendo dirigentes hasta completar el estrado. Pero no fue fácil para Sartori, quien tampoco fue bienvenido cuando subió. “¡Vendepatria! ¡Ladrón! ¡Andate Sartori, no te queremos!”, fueron algunos de los epítetos escuchados. Lacalle Pou habló visiblemente emocionado, por haber ganado, y con holgura. “Yo ya no pertenezco a ningún sector, soy el líder de todo el Partido Nacional, el mejor instrumento”, dijo. Su discurso apeló a lo emotivo, pero también dejó claro que la gente “empezó a elegir un cambio, un paso a la alternancia” y en tal sentido, dijo, se viene “un gobierno multicolor”.
El momento de mayor sorpresa para (casi) todos fue cuando anunció: “Hoy aquí este partido le va a ofrecer al país un programa de gobierno, un equipo de gobierno de primer nivel, un equipo técnico y...” en ese instante miró a su costado, se recostó a la presidenta del Directorio y le tomó su mano para levantarla: “...¡y una candidata a vicepresidenta!” La gente aplaudió, Argimón se emocionó, la hinchada gritó: “olé, olé, olé, olé... Beatriz, Beatriz”. Lacalle Pou diría que el anuncio de la fórmula esa misma noche fue posible por el visto bueno de los demás precandidatos nacionalistas.
Los dirigentes se fueron bajando del escenario pasadas las 23 horas, y a la hinchada ya no le provocó insultar a Sartori. Estaban demasiado eufóricos y exultantes de optimismo. Ni el diputado Pablo Abdala, muy crítico durante la campaña con el empresario millonario, se gastó en esas minucias: “Ahora es tiempo de mirar todos juntos para adelante”.
Muchos en tanto, comentaban otras de las grandes novedades de la jornada: Cabildo Abierto, el partido del general retirado Guido Manini Ríos, lograba casi 47 mil votos.
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OTRA MIRADA (por María García Arenales)
Pese a que llevo seis años viviendo en Uruguay, me sigue impresionando cómo el país, y en general América Latina, vive la política. En cierto modo me recuerda al fervor que despierta el fútbol: los hinchas siguen a su equipo con lealtad al igual que lo hacen militantes y simpatizantes con los partidos políticos. En España por ejemplo no es habitual ver a electores con la bandera de su partido colgada sobre su espalda ni a voluntarios repartiendo con ímpetu las listas de cada candidato.
Tampoco es habitual en España la designación de candidatos mediante elecciones internas y el hecho de que en Uruguay esté institucionalizado por ley me parece que lo hace más democrático y que otorga más legitimidad social a los elegidos, aparte de movilizar a la ciudadanía.
Sin duda estas internas estuvieron marcadas por la irrupción del precandidato blanco Juan Sartori, quien no dudó en poner toda la maquinaria con la que contaba -una cantidad importante de dinero- para lograr el mejor resultado posible, pese a que eso incluyera acciones poco éticas y desconocidas hasta ahora en el país.
Si bien Uruguay cuenta con una democracia mucho más estable que la de sus vecinos y el tono del debate político es bastante civilizado, esta vez no se ha librado de una campaña un poco más turbia que recuerda a lo que ya han vivido otras naciones de la región, como la que dio la victoria a Jair Bolsonaro en Brasil a golpe de manipulación y falsas noticias.
Respecto a los debates, me pareció interesante que se hayan vuelto a celebrar después de tanto tiempo, porque es una herramienta útil para conocer mejor los programas de cada candidato, aunque creo que se notaba la falta de costumbre en los participantes. A veces, más que un debate, parecía que estaban leyendo apuntes, pero imagino que con la práctica irá mejorando.
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LISTOS YA (por Danilo Arbilla)
Están los candidatos. Sorpresa en el partido Colorado. Entre los blancos ganó el favorito y cómodo, pero el segundo lugar lo consiguió un recién venido. Comenzó a despuntar una derecha, llamémosle así, que puede crecer y en el Frente Amplio todo bajo control y según lo previsto. En la izquierda, llamémosle así, la nomenklatura deberá decidir por el segundo/a en la fórmula.
Ahora comienza la carrera. Las primarias nos aportaron los nombres de los corredores, pero no más.
Votaron 1.076 mil de 2.678 mil convocados. Esto es,1 millón 600 mil uruguayos no votaron. Son los que decidirán. Son los que dan el trofeo. Puede cambiar de manos, pero sus tenedores actuales pelearán con uñas y dientes y como sea, para no perder el poder. Ahora sí comienza la campaña sucia.
Por qué no fueron a votar.¿ no les interesa la política? No. Es que una mayoría ya tiene decidido lo que va a hacer en octubre. Están divididos. Parte votarán por el Frente y la otra que está podrida de los frentistas, se inclinarán por la opción con más posibilidades: Luis Lacalle Pou.
Pero hay un tercer contingente de varios cientos de miles de indecisos, por los cuales todos los partidos, grandes y chicos, habrán de pujar.
Los que están con el Frente son muchos. Una buena parte gente mayor, jubilados, muy mejorados en los últimos 14 años y los funcionarios que están “de bigote p’arriba”. Son unos cuantos cientos de miles. También son cientos de miles en contra. Los que no dependen ni viven del Estado. Los trabajadores privados y los desempleados privados, los empresarios, las víctimas del mal manejo de la economía. Se suman los que ya no soportan la soberbia y la prepotencia del Ejecutivo y del poder sindical. Están los que perciben el avance totalitario, la pérdida de libertades más los que repudian la corrupción y los que creen que Venezuela no es una democracia.
Estos irán por Lacalle; alternativa más cierta. El problema del líder blanco es cómo retiene algunos votos que vinieron de afuera seducidos por Sartori, al que muchos quisieran bajar del ómnibus (lo que por cábala no parece aconsejable).
Lacalle no tiene enemigos. Talvi no ofrece nada diferente. Ni el Talvi de otrora, “Chicago Boy”, que renegaba del batllismo y hasta de los colores del propio partido y resumía en lo que él llamaba “el sanguinetismo” todo lo que había que desterrar de la política, ni el Talvi que sufrió la metamorfosis que le permitió ganarle a Sanguinetti, al que pasó a considerar, junto con José Batlle y Ordoñez y Jorge Batlle, uno de los más grandes hombres de la historia del Uruguay. “Sólo le faltó proponer la sustitución de importaciones” me dijo un colega al término de un acto en Maldonado. La imagen y la oferta colorada se desfiguró. Sirvió para la interna pero comprometió su suerte futura, creo.
Se hará más fácil para Lacalle, entonces, recoger entre los indecisos, pero tras ellos va también el FA y está la competencia de los partidos menores. No sé si el Gral. Manini pescará mucho – su gente se decidió de entrada – pero sí Novick, si afina el discurso, y ni que hablar el Partido Independiente cuyas credenciales son impecables y porque es el que resume con su actuación todo lo que los uruguayos reclaman de los políticos y gobernantes. Caso raro, el PI debería ser votado en masa si uno atiende lo que quieren los ciudadanos. Ayuda a entender un poco esas cosas el último libro de Tomás Linn – “Como el Uruguay a veces hay”- que se los recomiendo aunque nos pueda doler.
Son, entonces, sólo unos cientos de miles de uruguayos que deben convencer en este último tramo. Son decisivos eso sí; ellos son los que decidirán en qué manos depositan el trofeo consistente en una gran brasa ardiendo.
por César Bianchi, Daniel Castro Veiga
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