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SOCIEDAD | 01-06-2017 02:12

Alerta orgánicos: Cómo no comprar gato por liebre

Estarán de moda los productos naturales, pero siempre hay peligros. Estrategias para detectar los falsos. El factor "cool gourmet"

Somos lo que comemos y cuanta menos manipulación tengan los alimentos hasta llegar a nuestra boca, mejor. Así lo entiende la producción orgánica, que está ampliando su mercado interno de la mano de quienes desean comer saludable y educarse con conciencia ecológica. Muchos adquieren estos productos de forma fortuita, siguiendo una moda “cool gourmet”. Otros lo ven como una filosofía de vida.

El problema con este tipo de tendencias es que no abundan las etiquetas de los alimentos, como si todo lo ofertado en el mercado fuese lo mismo: orgánico, agroecológico, saludable, vegano y hasta dietético. Pero ¿cuál es la diferencia entre estos productos y por qué son más caros que el resto? ¿Cómo detectar si estamos siendo estafados?

Producción local. El mercado de orgánicos surge en contraposición a la agroindustria, la cual utiliza productos sintéticos y modificaciones genéticas para maximizar y hacer resistentes las cosechas.

La demanda de alimentos que no contengan residuos de agroquímicos y la calidad de nutrientes que se les adjudican a estos, provocaron un incremento del comercio orgánico en los últimos años a nivel mundial. “El consumo está creciendo en diversos países hasta un 40% anual”, afirmó a NOTICIAS Julia Lernoud, representante local del organismo sueco sobre investigación orgánica Forschungs Institut für Biologischen Landbau (FIBL).

Este panorama es beneficioso para la Argentina, que exporta el 99,04% de su producción orgánica, según la Secretaría de Valor Agregado, dependiente del Ministerio de Agroindustria de la Nación.

El país ocupa el segundo lugar a nivel mundial en superficie sembrada exenta de químicos, con más de 3 millones de hectáreas, y percibe ingresos anuales por 200 millones de dólares, principalmente de Estados Unidos y Europa.

Sólo el 0,6% de la producción está destinada al mercado interno. Un número que las fuentes vinculadas al sector, dicen, va en aumento.

A nivel local, muchos consumidores que viven en las grandes ciudades están adquiriendo hábitos más saludables como disminuir la ingesta de comida procesada. Y, cuando pueden, promueven la huerta personalizada. “El comprador ‘verde’ se empieza a dar cuenta de que no es lo mismo tener agroquímicos en el cuerpo, que no tenerlos”, afirma Guillermo Butler, presidente del Movimiento Argentino para la Producción Orgánica (MAPO).

“La producción orgánica tiene un costo superior a la convencional, por eso sus precios son más elevados”, explica Gonzalo Roca, secretario del MAPO. Si bien hay ahorro por el no uso de productos sintéticos, este mercado presenta un costo superior de mano de obra. También hay que tener en cuenta que los fletes de traslado son especiales, ya que los alimentos no pueden cruzarse con los habituales.

No todo es orgánico. Las producciones orgánicas y agroecológicas descartan el uso de fertilizantes y de plaguicidas sintéticos. Minimizan la contaminación del aire, suelo y agua. Y no emplean la manipulación genética. Es decir, no usan semillas transgénicas. Pero no son lo mismo.

Muchos comercios al aire libre se denominan “ferias saludables” tan sólo porque venden frutas y verduras. Cuando no ofertan productos derivados de animales, se les suma la etiqueta de “veganas”. Pero no necesariamente son orgánicas o agroecológicas.

Los alimentos orgánicos, para poder ser vendidos como tales, deben presentar una certificación que les permite, además, exportar. Las regulaciones se consensúan con organismos nacionales como el Ministerio de Agricultura, e internacionales como la Comisión Interamericana de Agricultura Orgánica (CIAO).

En Argentina, las certificadoras son cuatro, Argencert (recientemente adquirida por la certificadora francesa Ecocert), OIA (Organización Internacional Agropecuaria), Food Safety S.A. y Letis S.A. Estas empresas son las encargadas de controlar los productos desde la producción hasta su comercialización. O sea, el producto debe ser orgánico desde la tierra donde se produce hasta el camión de traslado. Luego, otorgan una certificación y cobran un canon.

“Algunos productores son orgánicos por las ganancias que perciben, pero otros realmente están convencidos de un cambio cultural, porque creen que cualquier mercado que se expanda enfermando a la gente no es negocio” señala Mario Passo, director de Argencert, una de las certificadoras más importantes del país.

Sin embargo, orgánico no es lo mismo que agroecológico. Estos últimos se manejan bajo los parámetros de un “comercio justo”. Por medio de una garantía de confianza entre las partes involucradas. “Conocemos con quienes trabajamos y ofrecemos un producto que sabemos de dónde viene y cómo se produce”, cuenta a NOTICIAS María Caroli, una de las fundadoras de la cooperativa Iriarte Verde, quien además insiste en que la agroecología es una ciencia y una forma de vida que incluye la reproducción de la semilla, condiciones de trabajo dignas y autogestionadas y donde se respeten los tiempos de la naturaleza. Y diferencia al productor orgánico del agroecológico: “¿Por qué crear algo privado como una certificadora, si se debería producir lo más saludablemente posible para el ambiente y para la tierra, como lo hacían nuestros ancestros?”.

Por qué consumirlos. Un informe llevado a cabo por una investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), Elsa Rodríguez, indicó que los consumidores de productos orgánicos suelen ser personas con altos niveles de educación. Si bien la mayoría de estos rondan ambian hábitos de consumo para preservarse saludablemente–, cada vez son más los jóvenes que se suman a esta costumbre.

María Calzada, dueña de un restaurante y distribuidora orgánica de Palermo, con 27 años en la temática, asegura que hay distintos perfiles de consumidores: el “biomilitante”, que sabe distinguir los alimentos y está sumamente informado sobre la producción orgánica; el “gourmet”, que tiene un paladar entrenado y prefiere lo orgánico porque le interesa la calidad de los productos; el “saludable”, que por problemas de salud debe evitar los químicos; y el “bebé”, que se inicia en este tipo de alimentación.

Lo que nadie niega es el alto costo de los productos orgánicos. Aunque algunos intentan minimizarlo. “No hace falta ser millonario para consumir orgánicos, sino querer comer sano. Tiene que ver con la decisión de la persona y en qué decide gastar su dinero, si en ahorrar o en una mejor calidad de vida”, insiste Roca.

Sin embargo, Claudia Carrara, dueña hace 15 años de un restó orgánico de zona norte, reconoce que también están los que consumen por una moda: “En general, los extranjeros piden ver las etiquetas de los envases, pero a los argentinos no les importa mucho eso”.

Hecha la ley, hecha la trampa. Las ferias están habilitadas para funcionar por los organismos correspondientes de cada zona. “Si un productor tiene diez hectáreas agroecológicas y diez que no lo son, mezcla todo y quién va a sospechar. Ese es el riesgo de la garantía de confianza”, dijeron algunos consultados. Los productos orgánicos, en cambio, tienen una certificación. Una opción para no ser engañado es la guía digital “Orgánicos hoy”, impulsada por la ingeniera agrónoma Sofía Landa junto con la Subsecretaría de Alimentos y Bebidas, una idea que surgió a partir de la creciente demanda de orgánicos. Allí se puede consultar un mapa que indica, por zona y rubro, dónde ubicar los 338 productos ofrecidos actualmente, desde vinos hasta papillas para bebés. Landa asegura que también resulta una manera de controlar el cumplimiento de las normas establecidas por la ley de producción orgánica. Cumplir con los sellos oficiales es requisito fundamental para entrar en la distribución por esta vía.

También están las plataformas digitales de las cooperativas agroecológicas, que comercializan su producción online, y las ferias itinerantes como Sabe la Tierra, creada en el 2009 por Angie Ferrazzini, su actual directora, quien explica que la propuesta consiste en poner en marcha mercados de pequeños productores con el objetivo de tejer redes, promover el consumo responsable, el comercio justo, el desarrollo local y la producción sustentable.

Sabe la Tierra es un equipo de ocho mujeres y una red de aproximadamente 150 productores. Promueven la teoría del “kilómetro cero”, que valora al productor de la zona aledaña al mercado. Distintas estrategias para que no te vendan gato por liebre.

por Nadia Dragneff

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