Tengo una teoría: el lugar que ocupa la mujer es un índice infalible para medir el grado de civilización de un país, una comunidad o un grupo. Civilización no es lo mismo que riqueza: Qatar, Brunei, Kuwait y los Emiratos restringen la libertad de las mujeres y figuran en la lista de países más acaudalados. Islandia, Finlandia y Noruega, en cambio, con índice alto para la equidad laboral, política y familiar, son campeones en libertad de pensamiento, seguridad social, educación y distribución de la riqueza. El lugar de la mujer es un indicador preciso de evolución. Un caso emblemático es el de Ruanda, que dejó de ser el país del genocidio racial más importante de las últimas décadas para convertirse en el sitio más seguro y de mayor crecimiento del continente africano. ¿Cómo lo lograron? Después de la guerra las mujeres aumentaron su presencia en la vida política. Subió el índice mujer, se terminaron los asesinatos. El índice mujer es útil para las religiones. Cuando más bajo es el lugar de la mujer en el culto más terrible e inhumano se vuelve. Por el contrario, si la religión es laxa, como en el cristianismo y el judaísmo, donde la mayoría de sus miembros se dicen creyentes pero viven como si no lo fueran, la mujer encuentra un lugar más cómodo.
Hay algunas culturas ancestrales que por lo distintas nos enamoran. Pero habría que diferenciar unas de otras y ver cuál es el lugar que muchas de esas comunidades, que tanto idealizamos, le conceden a la mujer. La realidad es que en la mayoría de ellas el lugar real de la mujer se reduce a la actividad del hogar y al mantenimiento de las costumbres. Si observamos cuál es la relación que esas comunidades mantienen con la medicina moderna, veremos, una vez más, que cuando baja el índice mujer lo mismo ocurre con el grado de civilización.
Desconfiaría de cualquier movimiento que levante una bandera piadosa o peor aún, libertaria, y que no considere a la mujer en plano de igualdad. Algo similar ocurre con los individuos: cuanto peor trato tenga con las mujeres más necios son en la vida.
Historia. ¿Por qué el índice mujer va de la mano con la civilización?
Desde sus inicios la humanidad se organizó en comunidades. Por lo general lo hacía con un líder varón que concentraba el poder y ponía a trabajar al resto asegurándose para él un lugar de privilegio. Esto fue así, de manera espontánea, en distintos lugares del mundo y entre sociedades que no tenían contacto entre ellas. África, América, Europa, Asia, se organizaron, en su inmensa mayoría, como patriarcados. Decir que por culpa del varón la mujer estuvo siempre sometida suena a que los hombres, por naturaleza, somos una porquería. También que nos aprovechamos de la debilidad de las mujeres a las que ni queremos ni nos importan.
Creo que la organización espontánea de la humanidad se pareció mucho a la manera en que los animales armaron la manada. Tanto National Geographic como Animal Planet nos muestran hasta el cansancio los videos del macho alfa rodeado por un séquito de hembras y seguido por el resto de los miembros de su especie. Los animales vienen con un programa de fábrica que nunca modificaron y que les permitió constituir un grupo, alimentarse, cuidarse y reproducirse. Un programa no muy distinto al del hombre en el que el varón es el jefe y la mujer, la mujer del jefe. Por suerte el ser humano tiene la capacidad de pensar y pensando logra salirse del orden natural. Esa es la diferencia que permite, por ejemplo, la ciencia, el arte y la política. Todas invenciones humanas que no florecen en los árboles ni caen del cielo. Evolucionar es dejar de ser animales y volvernos personas. Gracias a eso aparece la mujer. Para que la mujer deje de ser solo un cuerpo que puede seducir, parir y criar hijos se necesitó un esfuerzo civilizatorio. Romper con el programa de fábrica, detener lo que la naturaleza propone, diferenciarnos de los cuadrúpedos y los bípedos y ser lo que somos, seres humanos. Eso implica algo que parece sencillo pero que al varón, históricamente, le resultó complicado: escuchar lo que ellas dicen.
Solo donde no se niega la ciencia, ni se condiciona el arte, ni se reprimen las formas del amor, sea en una comunidad o en la conciencia de una sola persona, puede aparecer la mujer rompiendo con su rol milenario y volviendo visible lo que siempre estuvo allí pero no podíamos ver. Ese paso tiene un nombre, se llama feminismo.
Es un momento de ebullición, donde los varones tenemos que callarnos y esperar que se desahogue tanto tiempo de injusticias. Espero que en el futuro, cuando se haya aliviado, se pueda diferenciar un caso de otro evitando condenas de antemano, como durante mucho tiempo los hombres hicimos con las mujeres.
Las sociedades matriarcales, el punto máximo del empoderamiento femenino donde ellas manejan el dinero, la sociedad y la familia, podrían ser un adelanto de lo que quizá, algún día, pueda ocurrir. Algunas características para tener en cuenta: la violencia desaparece en todas sus formas. No hay un culto a la musculatura ni a los deportes violentos. Ser agresivo es una vergüenza. La familia es de suma importancia y cuentan con un sistema que les permite mantenerse unidos. El sexo y el amor son cuestiones vitales y les lleva buena parte del día. Todos cuidan de los suyos y nadie pretende volverse rico.
En el Reino de las mujeres, son ellas las que tienen todo el poder, el apellido, las propiedades y el dinero. Es común que cuando le hablan a un varón lo hagan levantando un poco la voz. Lo extraño es que los hombres de esas comunidades defienden al matriarcado, dicen que la pasan, y es cierto, mucho mejor que con el patriarcado.
*Médico, periodista y escritor.
por Ricardo Coler*
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