La apelación de Cristina Fernández al trap de Wos y LGante (“Elegant” para la vicepresidenta) reveló el interés político sobre la potencia de un género que creció en Argentina en el último lustro, a espalda de los grandes medios, pero triunfa en el mundo: Nicky Nicole cantó para el latenight de Jimmy Fallon en Nueva York, sin pasar por el ShowMatch de Marcelo Tinelli, aunque sus hijas son fans de la rosarina.
Una anécdota que resume la brecha generacional y mediática con el trap, en que los grandes, y los grandes medios, se mantienen al margen. Aunque los canales digitales líderes han puesto allí la mira hace tiempo: Youtube festeja las views de Duki, L-Gante, Trueno (novio de Nicky Nicole), KHEA, Cazzu y su ex YSY A. Los mismos que figuran con sus canciones al tope de las escuchas en Spotify, que funciona a veces como discográfica más que mero canal de reproducción para muchos de ellos, invirtiendo también millones en publicidad en potenciarlos.
El fenómeno que muchos identifican como heredero de la cumbia villera, género que despegó post crisis del 2001 a la par de rock chabón, tiene en común su espíritu antisistema. Así como aquellos nacieron del “que se vayan todos”, el trap desnuda en sus letras su apartamiento de la correción política. Sus voces celebran las drogas, reivindican sus figuras de pseudo gangsters, y eluden los cánones feminista. “Las letras de L-Gante no superarían las restricciones del ministerio de la Mujer”, refrenda Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales.
Es que el trap criollo deviene del estadounidense, género que tiene su meca en Atlanta (hay serie homónica en Netflix con el rapero y actor Donald Glover). Su nombre viene de “trapishing”, la acción de cortar la droga para el menudeo. La apelación “al faso” que escandaliza a Eduardo Feinmann y otros periodistas de ese arco está en el gen del género, como la apología al uso de armas y la obsesión con los traseros.
Localmente el trap se disparó con las batallas de gallos que surgieron en forma espontánea en esquinas de todo el país, emulando las que se daban en el norte de Atlanta y Chicago. Batallas que cobraron notoriedad auspiciadas por la reconocida bebida energética que tiene por imagen un toro rojo, como los Bulls de Chicago justamente. Un esponsoreo del que muchos traperos locales hoy reniegan porque lo emparentan con haber transado con un sistema del que prefieren mantenerse lejos. “Cuando hablamos de las pantallas y de las campañas políticas pensamos que los chicos siguen siendo espectadores y hoy las redes invirtieron la polaridad. Son comunicadores y no están mirando la escena local, están conetados con el mundo”, apoya Amado. Una conexión subterránea que la política no llega todavía a desentrañar.
por R.N.
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