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MUNDO | 01-11-2014 08:31

Sin cheques en blanco

Qué significado tiene la reelección de Rousseff en la contienda electoral más apretada de su historia. ¿Una vuelta al pragmatismo?

Dilma Rousseff es la Angela Merkel de la centro-izquierda latinoamericana. También Michel Bachelet es humilde y discreta, pero la presidenta chilena es portadora de una sonrisa lumínica y de una alegre amabilidad que la diferencian de la adusta par alemana. En total contraste está la grandilocuencia escénica y el “glamour” de Cristina Kirchner. En cambio, la presidenta de Brasil exhibe la severa y desangelada sencillez que, además de la inteligencia y la eficiencia, la asemejan en a la mujer que gobierna Alemania y en buena medida Europa.

La gravitación regional es otro rasgo en común entre Dilma Vana da Silva Rousseff y Angela Dorothea Merkel. Brasil es la Alemania sudamericana. Lo que dicen sus urnas, resuena en el subcontinente. Su economía tracciona o, por el contrario, obstruye a las de sus vecinos. Y si la política brasileña gira, levanta vientos que provocan huracanes en otros países.

Ahora bien, el resultado de la elección brasileña ¿es un giro o una continuidad? En principio, no hubo un giro porque no triunfó la oposición. Sin embargo, no está claro que se trate exactamente de una continuidad.

En las urnas del gigante sudamericano hay un mensaje y dilucidarlo no parece tan fácil. Obviamente, el triunfo de Dilma es un dato insoslayable. El principal. Pero también fue el resultado más ajustado de la historia electoral de ese país. Un dato no menor.

El mensaje de las urnas tiene una complejidad. No se lo puede entender leyendo solo uno de esos datos, como hicieron los medios que tienen más posición ideológica que analítica. Los de izquierda, leyeron solo el dato del triunfo de Rousseff, mientras que la prensa de centro-derecha se quedó en el dato de la muy escasa diferencia que obtuvo. Para entender qué dijeron las urnas brasileñas, es preciso sumar los dos datos y analizar el resultado.

Inteligente, Dilma supo descifrar instantáneamente ese complejo mensaje. Lo prueba la claridad de su primer discurso como presidenta reelecta, la misma noche de la particular victoria. Prometió salir de la confrontación para volver al diálogo y buscar consensos para emprender de inmediato el camino de las reformas que permitan revitalizar la economía, estancada desde que empezaron a descender los precios de sus commodities.

Como suele ocurrir a menudo con sus primeras lecturas de los acontecimientos, los mercados no entendieron el significado de los guarismos finales. Entonces hicieron lo que mejor saben: entrar en pánico y derrumbarse.

Si hubieran escuchado atentamente el discurso que la presidenta dio la noche del ballottage, habrían entendido que ella había descifrado correctamente el mensaje de las urnas.

Con otras palabras, Dilma ahuyentó los fantasmas chavistas que asustaban a los mercados bursátiles. También con otras palabras, lo que en definitiva dijo es que no se encaminará hacia el nacionalismo cerrado y populista de algunos vecinos con las sociedades partidas y las economías en retroceso, sino que retornará a paso republicano y socialdemócrata hacia el pragmatismo progresista que inauguró Lula con formidables resultados, y ella empezó a dejar de lado cuando la caída de los precios internacionales de las materias primas trajo estancamiento y recesión.

Dilma no se quedó con el dato relevante de su triunfo. Se puso a descifrar el significado de la escasa diferencia que obtuvo sobre Neves. Que el partido que rescató a 35 millones de personas de la pobreza haya tenido el voto en contra de casi la mitad del país es un síntoma. ¿De qué? Posiblemente, del rasgo de Lula que Dilma estaba dejando de lado: el pragmatismo.

Los dos gobiernos de Lula tuvieron a la igualdad, la distribución y el fortalecimiento del Estado como valores, no como dogmas ideológicos. Para el primer presidente obrero del Brasil, la lucha contra la pobreza es un valor que debe guiar la acción gubernamental, pero no un accionar que implique ecuaciones ideológicas fijas. El Estado es un instrumento, pero no “el” instrumento. Por eso el lúcido ex presidente condujo al gigante sudamericano con un sano y eficaz pragmatismo.

Dilma, en cambio, fue menos pragmática y flexible desde mediados de su primer mandato. A diferencia de la forma con que manejó la jefatura de Gabinete en el gobierno de su antecesor y mentor, cuando los vientos de cola comenzaron a atenuarse y el crecimiento se frenó, la presidenta empezó a cerrar la economía y a practicar más intervencionismo estatal.

Fue precisamente la firmeza con la que Dilma jefa de Gabinete aplicaba el pragmatismo de su jefe, lo que la enfrentó con Marina Silva. La ecologista amazónica que había luchado junto a Chico Mendes contra la deforestación, dejó de ser la ministra de Medio Ambiente de Lula cuando perdió su pulseada con la jefa de Gabinete que impulsaba proyectos que implicaban deforestaciones.

Desde aquella renuncia, Marina fue la archirrival de Dilma y, en esa rivalidad, la principista era ella, mientras que la pragmática era la mujer que luego llegó a la presidencia.

Los indicadores económicos muestran que no tuvo buenos resultados. La economía continuó más cerca del estancamiento que del crecimiento. Hasta se justifica que algunos economistas la describan con claros síntomas de recesión.

Como practicó una mayor injerencia estatal y el ensimismamiento de la economía, en lugar de mantenerla con la apertura que Lula había heredado de Fernando Henrique Cardoso y que había mantenido, las urnas le avisaron a Dilma mediante el este triunfo ajustado que en el segundo mandato, sin dudas debe actuar con más pragmatismo que ideologismos.

De este modo, las elecciones en Brasil parecen haber dejado a la región dos mensajes: todavía desconfía del conservadurismo y de la centro-derecha liberal, por su dogmatismo de mercado y su insensibilidad social. Precisamente por eso, el otro mensaje sigue siendo la apuesta al progresismo, pero un progresismo no dogmático, y más dialoguista que confrontacionista. Un progresismo claramente diferente del populismo de matriz autoritaria que impera en el eje bolivariano y también en la Argentina.

Evo Morales se asemeja a la vereda populista en el discurso y en cierto rasgo autoritario de su forma de manejar el poder, pero se diferencia en la conducción pragmática, seria, inteligente y responsable de la economía; logrando resultados que están en las antípodas del languidecimiento económico argentino y venezolano.

Que ese es el mensaje de las urnas quedó claro hasta en la propuesta de Aecio Neves, tras aceptar las condiciones de Marina Silva para darle su apoyo: mantener las políticas sociales que cambiaron el rostro social del Brasil.

* Profesor y mentor de Ciencia

Política, Universidad Empresarial Siglo 21.

por Claudio Fantini

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