Cuatro hombres con Kalashnikovs, rodeando un hombre indefenso que está de rodillas, con las manos atadas en la espalda. El delito de Hervé Gourdel fue ser francés. Lo delató su pasaporte y por esa razón el verdugo le atenazó la cabeza con un brazo y serruchó su cuello con el otro, lentamente, entre gritos y cascadas de sangre, hasta que el cuerpo se desplomó decapitado.
Ningún prestigio puede sobrevivir a semejante escena de cobardía cruel y absurda. Nadie puede presumir de combatiente matando a un inocente de manera tan feroz. Pero lo hacen los yihadistas, como si fuera un honorable acto de guerra.
La cobardía de asesinar a un hombre atado, la injusticia de que la víctima no sea culpable de nada y la atrocidad de hacerlo como si fuera un cordero en un altar sacrificial solo debería causar repugnancia. Sin embargo, a ISIS le sirve para atraer fanáticos. Con la decapitación del montañista galo en Argelia, anunció su alianza con ISIS la organización Jund al Khilafa (Soldados del Califa), que posiblemente sea la misma que libra una Yihad en Kazajstán.
En el 2011, en ese país de Asia Central, el Jund al Khilafa declaró la “guerra santa” a Nursultán Abisulí Nazarbayev, el autócrata que reina desde tiempos soviéticos. La razón fue la Ley de Actividades Religiosas que prohibió en horario laboral las cinco oraciones diarias en dirección a La Meca.
Ahora, con una cabeza sangrante en la mano, el verdugo de esa milicia atroz le dijo a Francia, desde la Cabilia argelina, que debe salir de la coalición multinacional que ataca al ISIS en Irak y Siria.
Pero no fue el único grupo terrorista que anunció su alianza con los yihadistas del Levante. También lo hizo Abu Sayef, cuyo nombre significa “amos de la espada” y lleva décadas realizando atentados y secuestros masivos de turistas en el sur del archipiélago filipino.
Hubo otra revelación aterradora: en el “califato” que lidera Abu Bakr al-Bagdadí tiene su base una organización secreta. Se llama Khorasan, igual que la región centroasiática que abarca parte de Irán, Uzbekistán, Turkmenia, Afganistán y Pakistán. Está integrado por veteranos de “guerras santas” y lo encabeza Mohsin al-Fadhli, yihadista fogueado en el conflicto ruso-checheno y guardaespaldas de Abú Mussab al-Zarqaui, el creador de Al Qaeda Mesopotamia que impulsó las decapitaciones filmadas en la guerra civil iraquí de la década pasada.
Protegido por ISIS en el territorio sirio que controla, Khorasan se dedica a planear megaatentados de la envergadura del 11-S en capitales occidentales. Todo esto según servicios de inteligencia norteamericanos. Para otros aparatos de espionaje, no hay pruebas de que exista esa organización y probablemente sea una invención de la CIA.
No es descabellado sospechar que Estados Unidos haya inventado una amenaza global inexistente para sumar apoyos y miembros a la coalición multinacional que lanzó contra el “califato”. Aunque tampoco es inconcebible la existencia secreta de una organización que necesita no ser detectada para poder ejecutar ataques de escala genocida que tomen por sorpresa al mundo. Pero aún si no existieran ni Khorasán ni Mohsin al Fadhli planeando un nuevo 11-S, el aplastante avance de ISIS, el desenfreno del sadismo convertido en método y el eficaz sistema de reclutamiento global con que engrosó sus filas en tiempo récord, imponen una reacción internacional coordinada.
Sobre las masacres de chiítas, caldeos, asirios, siríacos, kurdos y yazidis en Irak, y de alauitas y chiítas libaneses en el Levante, no dio cuenta Washington sino gobiernos de la región. Y sobre la crueldad demencial con que ejecutan a sus víctimas hubo denuncias iraníes, iraquíes, libanesas y sirias. Hizbolá y el régimen que encabeza Bashar al Asad llevan tiempo denunciando crucifixiones y decapitaciones contra soldados sirios y milicianos libaneses.
Antes de ver las decapitaciones de norteamericanos y británicos, el propio califato había mostrado al mundo ejecuciones en masa de chiítas y cristianos en el norte de Irak. Si se suman las alianzas que con este “Reich” ultraislamista anunciaron Jund al Khilafa en Argelia y Abu Sayef en Filipinas, además de la existencia de engendros ligados a Al Qaeda, como Jabhat al-Nusra en Siria, Al Shabab en Somalia, las poderosas milicias que operan en Yemen y probablemente Boko Haram en Nigeria, se ve con claridad la dimensión de la entente terrorista y de su amenaza global.
Hay muchos responsables del surgimiento del fenómeno. Estados Unidos, por varias razones, la última de la cuales fue la desastrosa ocupación de Irak perpetrada por la patota imperial que integraban George W. Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz. La Unión Soviética hizo un aporte gigantesco con deportaciones en masa a Siberia de musulmanes caucásicos y con la invasión de Afganistán. A esas bestialidades, la Rusia postsoviética le sumó la guerra de exterminio con que reconquistó Chechenia y combatió el separatismo musulmán en Ingushetia, Daguestán y Osetia del Sur.
También engendraron al monstruo ultraislamista los corruptos y dictatoriales regímenes laicos árabes y centro-asiáticos.
No se puede eliminar un flagelo sin comprender sus causas. Pero más difícil es acordar la forma de enfrentarlo. Se han visto demasiadas guerras que no eliminaron al fanatismo que deforma y criminaliza al Islam. Por eso no está claro que la ofensiva impulsada por Obama consiga el objetivo que proclama. Sobre todo si sigue dejando de lado al ejército del gobierno sirio.
Lo que está claro es que la guerra civil convirtió a Siria en la “zona cero” de la actual ola del yihadismo mundial. Lo hicieron posibles la represión con que el régimen de Bashar al Asad respondió a las protestas de la mayoría sunita; las millonarias financiaciones saudita y qatarí al extremismo wahabita y salafista, y también la demora de las potencias occidentales en comprender lo que el conflicto sirio estaba engendrando.
La clave del nuevo monstruo es su método de reclutamiento global; el mismo que creó Osama Bin Laden en Afganistán. Al Qaeda significa “la base” y posiblemente se refiera a la base de datos de la computadora donde el terrorista saudí guardaba nombres y direcciones de combatientes que dejaban sus hogares en distintos rincones del planeta para convertirse en mujaidines contra la Unión Soviética. Desde entonces hay células dormidas en muchos países. Ellas reclutan ahora los yihadistas que se suman al ISIS.
Esos fanáticos no fueron a Gaza a colaborar con Hamás en la última guerra abierta contra el ejército israelí. Pero confluyen en Siria, atraídos por el dinero del ISIS y por esa bestial demostración de poder que consiste en crucificar soldados, masacrar poblaciones y decapitar a personas indefensas a las que arrodillan maniatadas y ejecutan sin que sean culpables de nada.
*PROFESOR y mentor de Ciencia Política,
Universidad Empresarial Siglo 21.
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por Claudio Fantini
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