Pasó 12 años de su juventud en las filas de la guerrilla, tomando el alias de un general revolucionario de “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Posteriormente, se desempeñaría como alcalde progresista de Bogotá, y como senador.
Se postuló sin éxito a la presidencia anteriormente en dos ocasiones, incapaz de saltar el muro conservador levantado hace casi dos siglos alrededor de La Casa de Nariño, sede del gobierno colombiano. Pero el domingo pasado, Gustavo Petro, de 62 años, pudo finalmente lograr el triunfo frente a un Rodolfo Hernández al que el apoyo del uribismo le resultó un salvavidas de plomo para una Colombia que -como Perú y Chile- apostó a los extremos peri privilegió finalmente a una izquierda capaz de guiños al centro. “No vamos a traicionar al electorado que le ha gritado a la historia”, dijo Petro en su discurso triunfal, antes de prometer que tampoco patearía el tablero de la economía capitalista, con expropiaciones a la venezolana.
Camino
El viaje -y el viraje- de Petro, desde las filas de la guerrilla M-19 hasta el palacio presidencial en Bogotá, incluyó un arresto por posesión de armas y el sobrevivir a la tortura. En 1990 el M-19 se desmovilizó, y algunos de sus miembros firmaron la constitución actual. Otros fueron asesinados, incluido Carlos Pizarro, su candidato presidencial ese año. Como alcalde de Bogotá, se ganó una reputación de prepotente y beligerante frente sus críticos, al tiempo que implementó un programa de ayuda para personas sin hogar.
“Petro tiene una visión diferente de Colombia. Ha centrado su campaña en los desprotegidos, los que viven en los barrios marginales de las grandes ciudades, así como a las comunidades negras e indígenas”, explicaban sus seguidores tras la victoria. Del otro lado estaba Rodolfo Hernández, un magnate y exalcalde de Bucaramanga propenso a las meteduras de pata: alguna vez se refirió a Hitler como un “gran pensador alemán”. El candidato de la extrema derecha bendecido por Álvaro Uribe, el mentor del actual presidente Iván Duque, que dejará su silla en agosto.
Y el proceso de cambio de Petro incluye a La vicepresidenta Francia Márquez, la primera mujer negra en ocupar el cargo. Ambientalista, madre soltera y defensora de los derechos humanos, la derecha la criticó por haber sido beneficiaria de distintos planes sociales. “Después de 214 años hemos logrado un gobierno del pueblo, un gobierno popular, de la gente callosa, un gobierno del pueblo de pie, de los don nadie de Colombia”, dijo Márquez en la celebración.
Expectativas
A pesar de la euforia izquierdista tras el resultado en las urnas, es probable que el tiempo de Petro en el cargo sea extremadamente desafiante. Su 50,47% de los votos no solo le da un poder escaso en el Congreso, sino que refleja además que una parte importante del país lo ve con desconfianza, y lo equipara por un lado con los grupos rebeldes a los que perteneció, y por otro a los populismos en la región.
“En un país conservador tradicional de derecha, algunos colombianos temen cuánto puede cambiar un gobierno de izquierda”, reconoció Silvana Amaya, analista de la consultora de Control Risks. “Algunos colombianos comparan la izquierda con Chávez y la desgracia socioeconómica de Venezuela. Otros consideran que un país que vive un conflicto interno desde hace más de 60 años, liderado por grupos guerrilleros de izquierda, trastabilla al permitir que esa ideología gobierne en Colombia”, agrega.
Sus planes para reestructurar la economía de Colombia, alejándose de los combustibles fósiles y fomentando la agricultura, asustan a los mercados. Pero Estados Unidos no ve con malos ojos el recambio en la región: tiene buena relación con el México de Andres Manuel López Obrador, y el Chile de Gabriel Boric, a quien Joe Biden recibió en bilateral durante la Cumbre de las Américas: mucho antes que a Alberto Fernández, quien tiene programada cita para el 25 de julio.
“Hoy celebramos la democracia colombiana y su elección pacífica”, tuiteó tras los comicios Brian Nichols, subsecretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos del Hemisferio Occidental. “Esperamos trabajar en estrecha colaboración con la administración de Petro para promover objetivos mutuos para los pueblos colombiano y estadounidense”.
Dudas
Un punto clave de la agenda de Petro será el frágil proceso de paz con los rebeldes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). El tratado que firmó Juan Manuel Santos en 2016 puso fin formalmente a cinco décadas de guerra civil: un enfrentamiento en el que murieron 260.000 personas, expulsando en el proceso a más de 7 millones colombianos que buscaron refugio en otros territorios.
Ese acuerdo ha sido implementado de manera vacilante por el gobierno saliente de Iván Duque, quien ha sido acusado de retrasar deliberadamente su implementación. Y las facciones disidentes de las Farc que no se desmovilizaron, y otros grupos rebeldes como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), continúan dominando regiones enteras, mientras lucran con el narcotráfico.
“Petro es el candidato que prometió más, y con más detalle, en torno al acuerdo de paz de 2016”, apuntó Adam Isacson, director de supervisión de Defensa en Washington. “Un elemento clave del plan de Petro es aumentar la gobernabilidad y los servicios básicos en el campo abandonado, donde los grupos armados y la coca continúan prosperando, y ese es un compromiso central del acuerdo de paz. Gran parte de su base electoral está en estas zonas históricamente conflictivas, que votaron por él de manera abrumadora”, apunta Isacson.
Si logra expandir el Estado para la conquista del mapa en puntos marginales, habrá cumplido una misión enorme. En el trámite deberá no chocar una economía colombiana que marca un crecimiento del 12% tras la pandemia. El reemplazo del petróleo fue cuestionado por el propio Lula Da Silva. Y la estatización de las jubilaciones privadas AFP, advierten economistas, solo generará más déficit sin solucionar el problema de fondo: la creciente pobreza.
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