Hacer inteligencia previa a un atentado u otra acción de ataque o sabotaje, implica utilizar medios y personas que no parezcan estar realizando inteligencia previa a un atentado u otra acción de ataque o sabotaje.
En un escenario urbano los operadores de inteligencia suelen camuflarse de taxistas, vendedores ambulantes o mozos de bar vecino del lugar observado. Por la misma lógica táctica, si se pretende enviar cargamentos de armas o explosivos a combatientes de un conflicto, su pueden usar vías clandestinas de ingreso trazadas en zonas inhóspitas, o se pueden usar vías oficiales de acceso. En este segundo caso, el vehículo de ingreso debe resultar confiable por dedicarse al transporte de carga y por estar cumpliendo esa función.
Por ejemplo, si el eje Teherán-Caracas decidiera que, en su estrategia de diseminar conflictos para generar desestabilización, debe posibilitar una rebelión separatista de los mapuches chilenos y argentinos, podría utilizar un avión de carga que pueda llevar armamentos, pero en un vuelo que oficialmente tenga como misión el transporte de una carga legal para una empresa que haya contratado legalmente ese servicio.
Precisamente por eso se llaman operaciones encubiertas. Resulta una obviedad. Nadie transportaría armamentos sin ocultarlos adecuadamente, por ejemplo, detrás de cargamentos legales, ni haría inteligencia previa sin camuflar a los espías en otras actividades que permitan buenos puestos de observación. Bien lo saben los Guardianes de la Revolución Islámica, brazo militar de la cúpula religiosa iraní que a través de su cuerpo de elite dedicado a las acciones en el exterior, la Fuerza Quds, ha realizado cientos de operaciones de ese tipo en Líbano, Afganistán, Irak, Siria, Palestina, Yemen, países europeos y también, posiblemente, latinoamericanos.
Por eso sus estrategas habrán sonreído al escuchar a altos funcionarios argentinos dando por hecho que el cargamento de autopartes que transportó el Boeing 747 explicaba, de manera clara e incuestionable, la totalidad de su arribo a la Argentina.
Es posible que esa sea la verdad sobre el vuelo. Pero ni esa ni la versión contrapuesta son conclusiones a las que se pueda llegar de inmediato, por simple presunción.
En todo caso, la aerolínea venezolana de carga tendrá que admitir que no fue una buena idea enviar a un país que sufrió dos sanguinarios ataques posiblemente decididos en Irán, un avión comprado a Mahan Air, una empresa que pertenece a la Guardia Revolucionaria, y que en el vuelo hubiera cinco tripulantes iraníes.
El hecho, en sí, debe encender alarmas porque impone hacerlo tanto la relación de la Guardia Revolucionaria Islámica con ese tipo de aerolíneas y de operaciones encubiertas, como la naturaleza y profundidad del vínculo entre el régimen chavista y la teocracia persa. Un vínculo cuya intensidad varía según se encuentre en la presidencia de Irán un moderado o un miembro del ala dura del régimen.
El comienzo fue tibio porque, entre los años 1997 y 2005, el presidente iraní era el reformista Mohamed Jatami. Creció abruptamente y alcanzó su mayor intensidad cuando llegó a la jefatura de gobierno el fanático Mahmud Ajmadineyad. Volvió a atenuarse cuando se convirtió en presidente el moderado Hasan Rohani, pero ha vuelto a intensificarse desde que asumió el actual presidente, Ebrahim Raisi, otro exponente del ala dura de la teocracia chiita.
Con moderados como Jatami y Rohani en la presidencia, el vínculo no se extinguía porque el canal de conexión es entre el régimen chavista y la Guardia Revolucionaria Islámica, que al no depender del gobierno sino del máximo ayatola, puede mantener sus políticas internas y externas. Pero cuando la relación Teherán-Caracas cuenta con el apoyo de quien preside el gobierno del país asiático, el vínculo se fortalece. De hecho, el gran forjador de esa relación tan íntima entre ambos regímenes fue el presidente Ahmadinejad, quien en su primer viaje, realizado en el 2006, creó con Hugo Chávez la Alianza Estratégica Bilateral, que nació con una treintena de acuerdos de cooperación en distintas áreas.
En el 2009, el segundo viaje a Caracas de aquel líder fundamentalista y anti-semita de marcada beligerancia anti-occidental, multiplicó los acuerdos superando el centenar, mientras que en la visita que realizó en el 2011, además de que ambos líderes batieron records de encuentros personales, los acuerdos de cooperación llegaron a ser varios centenares. Y esa era sólo la parte visible de una relación que también tiene un lado oculto.
En el lado oculto del vínculo es posible suponer que juegue un rol la explotación ilegal del arco minero. En esa parte de la Cuenca del Orinoco, mafias locales y también extranjeras, además de guerrillas colombianas como el ELN y algún tentáculo de las FARC, realizan explotación ilegal de minas, aportando dinero a las arcas clandestinas del régimen que también recaudan del narcotráfico.
En el arco minero, además de oro y coltán, se extrae torio, elemento químico radioactivo de la serie de los actínidos, que podría suplantar al uranio en la producción de energía nuclear. De hecho, China construyó un reactor nuclear en Wuwei, que funciona con sales fundidas de torio. El primero de ese tipo en el mundo.
Con esas recaudaciones, el régimen financiaría la buena vida de la nomenclatura chavista, para que nadie saque los pies del plato, además de comprar lealtades y complicidades a nivel regional. Y según la CIA y el Mossad, también financia operaciones de inteligencia de la Guardia Revolucionaria y actividades de Hezbolá en Latinoamérica.
Si ese partido-milicia del chiismo radical del Líbano tiene células esparcidas en el mundo, incluida Sudamérica, es porque forma parte de los instrumentos de Irán en el tablero internacional.
Como brazo de acción de la Guardia Revolucionaria en el exterior, la Fuerza Quds, cuyo anterior comandante fue el general Qassem Soleimani, asesinado por un dron norteamericano en el aeropuerto de Bagdad en enero del 2020, habría diseñado y organizado esa dispersión de células de Hezbolá, utilizándolas como instrumentos de posicionamiento y de influencia iraní en los puntos del mundo donde actúan.
Uno de esos puntos es la Triple Frontera, junto a Ciudad del Este, donde estuvo el Boeing 747 antes de aterrizar en la Argentina.
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