Gran parte de Europa asumió que Italia había dado el primer paso hacia a un nuevo amanecer cuando Mario Draghi fue nombrado primer ministro el 13 de febrero de 2021. Sin embargo, el jueves pasado, apenas un año y medio después, la era Draghi selló su ocaso.
El presidente del Consejo de Ministros presentó su renuncia luego de que parte de la coalición de Gobierno se rebelara (el Movimiento 5 Estrellas), absteniéndose en una votación que consideraba crucial para permanecer en el cargo.
El presidente Sergio Mattarella rechazó su intento de dimisión, y sugirió que Draghi buscara obtener los apoyos necesarios la semana próxima. dirigiéndose a los legisladores y explicando la crisis. Pero Draghi no logró el consenso para una coalición alternativa y habrá elecciones anticipadas.
Crisis
La tercera economía europea más grande está cayendo una vez más en la agitación política. Se desvaneció la esperanza de que el primer ministro lograra mejores finanzas públicas y crecimiento económico, en un país que no ha visto buenos años incluso desde antes de la pandemia (como Argentina marca un ciclo negativo desde 2017), que impuso cierres totales y aplastó áreas comerciales en todo el país: aquí el rebote post reclusión ha sido más positivo que el italiano pero como es sabido, con una inflación altísima.
Y esta nueva crisis llega en el peor momento y en las peores condiciones posibles: hay una guerra en curso y el Banco Central Europeo está a unos días de presentar una herramienta antifragmentación, en gran parte para beneficiar a Italia, al restringir los diferenciales de sus bonos. Una prueba más de que la clase política italiana (como sucede también en Argentina) es incapaz de mirar más allá del próximo ciclo electoral.
Incluso en las horas más difíciles del país, Roma no pudo evitar anteponer las maquinaciones partidarias al interés nacional.
Como resultado, no solo se ha visto empañada la reputación de Draghi, sino que Italia corre el riesgo de perder su lugar en la mesa de Bruselas, junto a Alemania y Francia, los pilares de la Unión Europea (UE).
Fue el prestigio de Draghi como ex presidente del Banco Central Europeo (BCE) que rescató a la UE en medio de la crisis del euro, el que le dio a Italia esa nueva influencia continental, a la par que el primer ministro imponía un sentido de una sólida disciplina tras años de déficit. Todo eso es ahora un espejismo, gracias a la miopía de la política italiana: un ciclo similar al que corre Argentina en el Mercosur.
Rival
Giuseppe Conte, el ex primer ministro y líder del Movimiento Cinco Estrellas abstencionista, funcionó como el catalizador de la decisión de Draghi de renunciar. Él justificó la actual crisis del gobierno argumentando que Italia enfrenta serios problemas económicos, y que Draghi no ha escuchado sus demandas sobre la desigualdad: así evitó asumir la culpa de la caída: el parecido con los planteos que hace la vicepresidenta Cristina Fernández y el kirchnerismo al presidente Alberto Fernández es innegable.
"No se puede estar en el gobierno y trabajar en su contra", apuntan en Italia, en una discusión que parece también calcada de la argentina. Conte y Draghi tienen profundas diferencias ideológicas más allá de lo económico. Draghi aprueba el envío de armas para ayudar a Ucrania, pero el Movimiento Cinco Estrellas prefiere mantenerse al margen por su sintonía con Vladimir Putin: aquí una vez más las similitudes entre las posiciones de albertistas y kirchneristas.
La rosca de Conte sin embargo, pasa por revivir en las encuestas a un partido moribundo (resuena una vez más), aunque una elección no garantiza nada en términos de escaños. Mientras tanto, la crisis económica que Conte dice que quiere suavizar en oposición al ajuste de Draghi, se verá amplificada por las turbulencias que ha creado: una vez más las similitudes con el caso local.
Antes de renunciar, a Mario Draghi le recordaron que como presidente del BCE, había restablecido la confianza en el euro con tres simples palabras: "Haré lo necesario". Le reclamaron que podría haber hecho lo mismo por Italia simplemente aceptando (el mismo destino acaso que Alberto Fernández). No era el final que esperaba, pero nadie logra una salida limpia en la política italiana. Y tampoco en la argentina.
Comentarios