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MUNDO | 26-11-2019 10:44

Investigación: la grieta abierta de América Latina

El golpe a Evo Morales terminó de romper la transición entre Macri y Alberto. Cómo sigue el TEG regional. El caso Faurie.

Alberto Fernández está consternado y se lo hace saber al actual Presidente. Le envía un WhatsApp, anticipando su pedido, y finalmente lo llama. Es la primera vez que, desde que comenzó la larga transición a mediados de agosto, el futuro mandatario busca hablar con el saliente. Hasta este momento, la comunicación siempre había arrancado al revés. Pero ese turbulento domingo, el líder del Frente de Todos había perdido la poca paciencia que le quedaba para con Macri. Estaba preocupado por la posición que iba a tomar Argentina y, en especial, cuál iba a ser la actitud de la embajada frente a los que solicitaran asilo diplomático.

Pero la conversación encalla rápido y antes de que se cumplan diez minutos de charla los teléfonos se cortan. La grieta aparece y brilla en todo su esplendor: para uno, lo que está sucediendo en Bolivia es lisa y llanamente un golpe de Estado, y el deber de la diplomacia local es proteger a Evo Morales y a los suyos, mientras que el otro piensa todo lo contrario, o al menos no ve nada que se acerque al nivel de gravedad institucional que denuncia Fernández. No hay punto de encuentro, ni en el país vecino, ni en el resto de continente, y tampoco en Argentina. Es blanco o negro. El gris se desdibujó hasta casi desaparecer, igual, y a la par, que la salud de muchas democracias en Latinoamérica.

Es tan espeso el clima que Alberto Fernández se siente “rodeado”. Atrapado en un continente caótico y, por lo que parece, hostil para él y para el país que va a comandar. Es en ese contexto regional que imagina que va a asumir su gobierno. Son palabras de su círculo íntimo, el que planea, organiza y piensa el complejo tablero internacional del futuro Ejecutivo. “Quedamos cercados”, dicen, para definir la dramática situación externa que deberá afrontar el próximo Presidente a partir del 10 de diciembre. En el mapa de Fernández, cargado de escollos y problemas, el elemento que hoy sobresale, y que más lo ocupa, es la crisis latinoamericana y su posible desenlace en este suelo. Además, sabe que sobre sus hombros pesa una carga de 170 mil millones de dólares de deuda externa, a la que sigue con atención Estados Unidos, y es un número que le marcará la cancha a sus relaciones con el mundo y, por lo tanto, a su gestión.

Solos. “Ganamos el gobierno, pero no el poder”. La frase es de un histórico peronista porteño, con la que define el presente complejo del Frente de Todos. El 10 de diciembre Fernández asumirá el mando, pero afianzarse en el Gobierno y gambetear al fantasma que recorre al continente es harina de otro costal. En el círculo del futuro Presidente sienten que “le corrieron la cancha”. Es que cuando ganó las PASO, el ex jefe de Gabinete tenía enfrente a otro continente: esperaba asumir, dialogar y afianzarse en la región de la mano de la Bolivia de Morales y del Uruguay del Frente Amplio. Hoy Evo está exiliado en México, algo que algunos albertistas, como el sindicalista Víctor Santa María, quisieron evitar, ya que fantasearon con traer y guarecer al ex presidente boliviano en la embajada mexicana en Argentina, incluso a cuenta de costear el viaje. También el Frente Amplio del “amigo” de Fernandez, José Mujica, se encamina a perder el ballotage a fines de noviembre.

Bolivia

La duda para el futuro Presidente, entonces, es dónde encontrar el apoyo geopolítico que busca y necesita. Paraguay y Ecuador, otra nación en crisis, se mantienen a una distancia prudente del radar albertista. Con el país que preside Sebastián Piñera el asunto es incluso más delicado: varios en el cristinismo duro hicieron patente su descontento cuando Fernández le devolvió, con mucha cordialidad, el saludo por la victoria electoral al presidente chileno, que por esos días mandaba a los carabineros a reprimir con dureza las manifestaciones masivas en las calles. “Trata de mil amores a Piñera, que es de derecha y conservador, y a Maduro le contesta con distancia”, dice un camporista ofuscado por la actitud de Fernández en sus redes.

Acercarse o aliarse a uno, en un país y un continente cooptado por la grieta, es distanciarse o enemistarse automáticamente con el otro. Casi una ecuación matemática, pero, a diferencia de la ciencia dura, en el campo de la política moderna latina predominan más las emociones que la lógica. Y en ningún lado ese raciocinio de café es más patente que en el caso de Venezuela: Fernández está obligado, por el termómetro propio de su militancia -y el jugo político que podría exprimir la oposición macrista-, a mostrarse cercano o, al menos, no demasiado hostil con el chavismo, del que el kirchnerismo siempre fue incondicional. Pero, y esto Fernández lo sabe y lo dice incluso con más franqueza en la intimidad, está claro que la “calidad democrática” de Venezuela está más que en duda. No es el único. “Cristina piensa lo mismo, y en parte es por eso que lo elige a Alberto, para que diga y haga cosas que ella no puede hacer. ¿O la escuchaste en algún momento de este año hablando bien de Maduro?”, reflexiona un albertista de la Ciudad.

Más allá de los posicionamientos privados, lo cierto es que Fernández se cuida de tildar de “dictadura” a la realidad venezolana, calificativo que no titubea en usar para definir el caso de la crisis boliviana. Y, con esa lógica agrietada, aparecer ante la opinión pública y la internacional como un aliado de Maduro podría traer varios dolores de cabeza, en especial con el poderoso país del norte. “Eso son fantasías. En la llamada entre Trump y Alberto ni se mencionó ni se habló de Venezuela, no va a ser un tema que esté en esa agenda bilateral”, minimizan desde las filas albertistas. Sin embargo, ahí saben que Bolivia puede ser un problema: el gobierno de Trump celebró el golpe contra Evo Moralesa, y Fernández criticó esa decisión con dureza, asegurando que “recuerda a lo peor de los setenta”.

Pero estas encrucijadas están lejos de ser el único o el principal problema. El vínculo con Brasil, el principal socio comercial de Argentina, está en temperatura bajo cero. Alberto tensó más de la cuenta la relación con Jair Bolsonaro cuando lo trató de “misógino” y “violento”, un hecho diplomático del que se lamentan, en estricto off, varios hombres de confianza de Fernández. “Se calentó por demás, él es así, pero ya se dio cuenta de que ese no es el camino”, dicen en los pasillos de las nuevas oficinas del albertismo en Puerto Madero, que quedan a diez cuadras del departamento de Enrique “Pepe” Albistur, en el que vivirá Fernández por tan sólo unas semanas más y al que están visitando, con perfil bajo, importantes empresarios con vuelo internacional como Eduardo Elsztain.

Los cruces con Bolsonaro fueron escalando, a la par de cruces tuiteros y pedidos de liberación de Lula, y hoy la presencia del presidente brasileño en la asunción de Fernández está prácticamente descartada. Además, Bolsonaro defendió públicamente la reelección de Macri. “Sabemos que el hecho de que un Presidente pida que liberen a alguien de mucha importancia política en otro país es delicado, pero Alberto lo quiere a Lula. Y, además, Bolsonaro está loco, es difícil mantener una relación con él”, sintetiza un hombre clave para Fernández en política exterior.

Bolivia

Contra el mundo. De ahí la encerrona en la que se va a encontrar el futuro Presidente. “Por eso es que queremos 'saltar' el cerco y buscamos encontrar en México a nuestro aliado estratégico”, razonan desde el albertismo, en referencia al viaje, que califican como exitoso, de Fernández a las tierras de Andrés Manuel López Obrador. El futuro Gobierno piensa, y se preocupa en hacerlo saber, en el político azteca, del que Alberto habló bien en público, como su gran interlocutor en el continente. El posicionamiento podría tener varios inconvenientes. Reemplazar a Brasil como el principal activo internacional de Argentina es de difícil realización, por una cuestión geográfica y por el poderío de su economía: el producto bruto del país vecino es seis veces más grande que el del México. La sustitución de aliados internacionales no puede ser lineal, y el albertismo lo sabe.

El problema que traería la crisis de relación con Brasil no se va a dar tanto por lo que es el comercio de commodities, como los granos, ya que en ese caso se consiguen rápido otros mercados para esos productos. El problema más grave sería con bienes como autopartes y autos. Ahí es más difícil conseguir nuevos destinos”, dice uno de los principales asesores económicos de Fernández, que probablemente obtenga un cargo en diciembre. Esta persona acepta que la situación “es preocupante”, y que México por sí sólo no resolverá el problema geopolítico. “Es que ellos siempre van a privilegiar su relación con Estados Unidos, más allá de las disputas del momento”, concluye.

Fernández, entonces, le prende velas al Grupo de Puebla. El albertismo asegura que si se quiere anticipar como será su posicionamiento internacional hay que buscar las claves en este pelotón de políticos y académicos latinoamericanos que se autodenominan “progresistas”, en el que se encuentran ex mandatarios como Dilma Rousseff, Fernando Lugo o Mujica, y que buscan mantener su perfil reformista, pero sin romper con Estados Unidos. A pesar de la buena sintonía que mantienen entre ellos, que se evidenció en la distendida cena con la que Eduardo Valdés los agasajó el viernes 8 a la noche, nadie le escapa a la realidad: el único que tiene poder entre ellos es Fernández. Incluso México, el aliado que Fernández quiere tener y al que incluso el grupo homenajea al llevar una ciudad de ese país como nombre, no tiene demasiada participación. Esa noche en el bar del ex embajador, entre las risas y la comida, Lugo dejó entrever esa falta de fuerza. “Nosotros ya estamos de salida”, fueron, palabras más, palabras menos, lo que dijo el ex presidente paraguayo ante Fernández, para que sea consciente de su posición. “Puebla es la demostración de que podemos tener un perfil progresista sin romper con Estados Unidos”, rescatan los cercanos al futuro Presidente.

Macri y Trump

Y contra todos. El vínculo con el país de Trump es de vital importancia. La deuda con el FMI es tan grande -calculan que el 20% de los recursos que produzca el país en el 2020 tendrán que ir a pagarla-, que el visto bueno de Estados Unidos es impresindible. Por eso festejaron tanto la trabajada llamada del empresario norteamericano a Fernández, el 1° de noviembre. “Es la primera vez en la historia que un Presidente norteamericano se comunica con un Presidente que todavía no asumió”, festejan, y destacan el rol clave que tuvo Jorge Argüello, ex embajador en ese país, para que se produzca la llamada.

Del lado norteamericano fue importante la ayuda de Chris Andino, consejero de la embada estadounidense, viejo conocido de Argüello y hombre del que se puede esperar que tenga alguna importancia en el vínculo entre los dos países. Gustavo Cinosi, empresario, asesor de la OEA, y cercano a Juan Manzur y a Carlos Zannini, es otro que busca instalarse como mediador en esa relación bilateral. Por ahora, Alberto dice que es con todos, en este país y en el exterior, aunque suene casi imposible.

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Juan Luis González

Juan Luis González

Periodista de política.

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