Las imágenes no podrían resultar más complacientes para el jefe del Kremlin. Multitudinarias marchas con banderas palestinas en Europa. Las universidades norteamericanas con aires a la Sorbona del Mayo Francés de 1968, con los estudiantes marchando y levantando barricadas para exigir a la Casa Blanca que detenga la ofensiva israelí en la Franja de Gaza. Y masivas manifestaciones en los países árabes, presionando a sus gobiernos para que ataquen a Israel.
A eso se suma la embestida de Erdogán contra Israel, con discursos justificando la masacre de civiles judíos perpetrada por Hamas el sábado 7 de octubre, haciendo que el tembladeral generado por el conflicto en Gaza sacuda a la OTAN, de la cual Turquía es un miembro poderoso y de altísimo valor estratégico.
Ucrania ha desaparecido de las pantallas y de los titulares de los diarios desde que Hamás lanzó un pogromo sanguinario en el sur de Israel, haciendo estallar el conflicto que eclipsó la guerra desatada por la invasión rusa a su vecino eslavo.
Convulsión en sociedades noroccidentales, sacudón turco en la alianza atlántica y peligro en el Oriente Medio de una escalada del conflicto de magnitud tal, que obliga a los Estados Unidos a destinar una parte de sus energías militares en la costa oriental del Mediterráneo.
La guerra entre israelíes y las organizaciones terroristas Hamas, Jihad Islámica Palestina y Hizbola es tan funcional a los planes y urgencias de Vladimir Putin, que su sombra se proyecta sobre ese conflicto.
¿Por qué tiene lógica sospechar que no sólo Irán, sino también Rusia está detrás de la guerra que se desarrolla en Gaza, colaborando de manera imperceptible con Hamas? Hay varias razones.
Una de ellas es, precisamente, la funcionalidad que tiene este conflicto para la guerra expansionista que Rusia está librando en Ucrania.
Son tan grandes los márgenes de expansión del conflicto que se está desarrollando en la Franja de Gaza y va creciendo en la frontera entre Israel, Líbano y Siria, que Estados Unidos se vio obligado a brindar un fuerte apoyo en armamentos a Israel, bifurcando de este modo el respaldo masivo que le da a Ucrania en materia de armas y municiones.
De tal modo, la guerra que gatilló Hamas con una sanguinaria ostentación de crueldad en el sur de Israel, puede menguar el suministro de armas con que las potencias de Occidente sostienen la resistencia de Ucrania ante el ejército invasor.
La guerra en Ucrania lleva meses empantanada en una situación que, en definitiva, resulta funcional a las fuerzas rusas que están logrando contener las ofensivas ucranianas en el Este y en el sur.
Si la provisión occidental de armas y municiones al ejército ucraniano declina, porque el conflicto en Israel absorbe parte de esa asistencial militar, las dificultades de Kiev para recuperar territorios ocupados por los rusos crecerán de manera exponencial, obligando a Volodimir Zelenski a entablar una negociación que ampliará el mapa de Rusia.
Esa razón pudo confluir con otra: el vínculo que llevan años cultivando Rusia y la República Islámica de Irán. Ese vínculo revirtió la enemistad entre la Unión Soviética, un estado marxista oficialmente ateo, y la revolución islamista con que el ayatola Ruholla Jomeini creó un estado religioso en el país que el despótico sha de Persia había intentado occidentalizar.
Como la llegada al poder de Hafez al Assad en Siria implicó un régimen secular que se enfrentó a organizaciones islamistas como la Hermandad Musulmana, cuya rebelión en la ciudad de Hama aplastó con masivos bombardeos, Damasco buscó acercarse a Moscú concediéndole a la URSS una base militar en Latakia en 1970.
Para defender esa base militar que Rusia heredó de la era soviética, es que Putin mandó fuerzas militares y al Grupo Wagner a pelear contra las milicias enemigas del régimen alauita sirio, durante la guerra civil.
Como su régimen se basa en la minoría alauita de Siria, abrumadoramente más pequeña que la mayoritaria comunidad sunita, basándose en algunos rasgos de su etnia Hafez al Assad había planteado que el alauismo era una de las ramas del chiismo.
Buscaba de este modo el apoyo de la importante comunidad chiita del Líbano y del único régimen chiita del mundo musulmán: el de los ayatolas iraníes.
Bashar al Assad continúa el rumbo de su padre. El actual autócrata de Siria lleva años acercándose a Irán para fortalecer las alianzas frente a sus mayoritarios enemigos sunitas. Por eso la entrada de Rusia en la guerra civil, defendiendo al régimen alauita para que no desaparezca, e incluso pueda reconquistar territorio que había perdido en el comienzo del conflicto, convirtió a Bashar al Assad en puente de acercamiento entre Moscú y Teherán, porque en el conflicto sirio ambos quedaron del mismo lado.
Esta relación mostró su vigor desde el inicio de la invasión a Ucrania, ya que, desde entonces, Irán está suministrando drones explosivos y otros armamentos al ejército ruso.
Si Irán ayuda a Rusia en su guerra contra Ucrania ¿por qué Rusia no ayudaría a Irán en la guerra que libra contra Israel, hasta el momento de manera indirecta a través de Hamas, Yihad Islámica Palestina en Gaza, y de Hizbolá y las milicias pro-iraníes en Líbano y Siria?
Uno de los aportes que estaría haciendo el presidente ruso a los brazos árabes de Irán que están enfrentando a Israel, es la experiencia y la capacidad de acción de los escuadrones de hackers y de trolls con que el Kremlin ha efectuado injerencias en procesos electorales occidentales y en campañas de gran alcance en redes sociales de las potencias de la OTAN.
Las masivas manifestaciones que están sacudiendo universidades norteamericanas y ciudades europeas, si bien se explican en la solidaridad que despierta esa indudable víctima del conflicto que son los habitantes civiles de Gaza, evidencian el efecto amplificador de respaldos y repudios que tienen las campañas de los escuadrones cibernéticos rusos.
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