Los disparos del tanque israelí dañaron la única iglesia católica de Gaza, impactando también en Italia y en Argentina. Desde el Vaticano se escuchó la voz hasta ahora inaudible del Papa León XIV, exigiendo a Israel explicaciones y el inmediato fin a esta “barbarie”. Y como el sacerdote del templo atacado es argentino, el gobierno de Javier Milei, que siempre ha expresado un apoyo acrítico al turbio primer ministro israelí y su guerra de tierra arrasada en Gaza, debió emitir un comunicado que, aunque notablemente suave, deja ver la gravedad que implican las tres muertes y la decena de heridos que incluye al cura Gabriel Romanelli. Por eso, en el comunicado de la Cancillería, el último párrafo reclama “el resguardo de los civiles y de las instalaciones religiosas y humanitarias”, señalando que “constituye un principio esencial del Derecho Internacional Humanitario que debe ser plenamente observado”.
A Netanyahu no le gusta que le hablen del “resguardo de los civiles” y de organizaciones humanitarias, aunque se lo digan tan suavemente como el comunicado argentino. El otro ataque israelí impactó políticamente en el presidente sirio. Las explosiones en los principales edificios militares situados en Damasco, superaron ampliamente los desafiantes retos que implicaron los anteriores ataques de Israel al nuevo régimen de Siria. Pero Ahmed al Sharaa prefirió no recoger el guante y apaciguar la situación.

Nadie hubiera pensado que el jihadista de Al Qaeda que combatió en Irak contra los norteamericanos y después comandó el Frente Al Nusra en la guerra civil siria, usando como nombre de guerra Mohamad al Golani, en referencia a su objetivo de echar a Israel de las Aturas del Golán, arrugaría ante los ataques del vecino. Pero Al Sharaa no siente que su ejército esté en condiciones de enfrentar en una guerra abierta al poderío militar israelí. Por eso elude los retos de un Netanyahu cada vez más sediento de guerras, que son el energizante que mantiene a flote un gobierno que sólo sabe navegar ríos de sangre.
Así como el pogromo sanguinario que perpetró Hamás en aldeas agrícolas del sur de Israel le dio argumento para lanzar una guerra de exterminio en Gaza, la indiferencia del régimen sunita que encabeza Al Sharaa ante los pogromos de milicias beduinas contra los drusos, le dio el argumento para atacar puntos clave del poder militar sirio en la mismísima Damasco. Pero el ex jihadista de Al Qaeda volvió a izar bandera blanca.
Es cierto que la comunidad drusa pidió al gobierno de Israel que interviniera para defender a los drusos de Siria, que estaban siendo masacrados en Sweida por beduinos con permiso del régimen sunita. Las comunidades drusas repartidas en Israel, Líbano y Siria se defienden mutuamente. Pero es posible que Netanyahu esté viendo una oportunidad para que la provincia del suroeste sirio, que linda con Jordania y es cercana al Golán, se convierta en un Estado independiente con capital en Sweida y gobierno druso. O al menos logre un nivel de autonomía que le permita mantener sus milicias armadas y debilite la unidad de Siria.

Fortalecido por la caída del régimen de Bashar Al Assad y por sus éxitos militares contra Hezbola y contra Irán, Netanyahu muestra síntomas de delirios napoleónicos. Por eso Al Sharaa debe controlar al violento extremismo sunita que lo llevó al poder, para no dar más pretextos al gobierno guerrero de Israel y su sed expansionista.
Dos minorías han ocupado el centro del conflictivo escenario del Oriente Medio, los árabes cristianos de la Franja de Gaza, atacados por el ejército israelí, y los drusos de Siria, defendidos por Israel.
Aunque en la diáspora palestina supera el cincuenta por ciento, el cristianismo es alrededor del ocho por ciento de la población palestina en Gaza y Cisjordania. La mayoría es católica y las siguientes iglesias, en cantidad de miembros, son la iglesia ortodoxa del rito griego y la del rito asirio.

En Palestina, el cristianismo creció bajo el protectorado británico, pero luego fue decreciendo por tener una tasa de natalidad menor a la de los musulmanes. El hecho es que en la Franja de Gaza todas las iglesias cristianas tienen un fuerte vínculo entre ellas y una buena relación con las mezquitas que no están dirigidas por imanes radicales.
El padre Gabriel Romanelli hablaba todas las noches con el Papa Francisco describiéndole la criminal desprotección de Hamas a los civiles, sacrificados bajo las bombas israelíes para manchar de sangre la imagen del Estado judío. También le describía la brutalidad indiscriminada de los ataques del ejército israelí. Sin equipararlos, las descripciones de los cristianos de Gaza muestran la criminalidad de Hamas y de Netanyahu.

Mucho más enérgico que el gobierno argentino, el Papa León XIV calificó de “barbarie” a la guerra que está devastando Gaza, reclamando “la prohibición del castigo colectivo, el uso indiscriminado de la fuerza y los desplazamientos forzosos de la población”. Mensajes claramente dirigidos a Netanyahu.
Los que están agradecidos al premier israelí son los drusos, esa etnia cuyo sincretismo religioso y cultural la dotó de una diversidad tan rica como compleja. Las prédicas de un sabio persa, Hamza bin Alí bin Hamad, y los mitos sobre Al Hakim, el sexto califa fatimí, fusionándose con elementos del Islam, el judaísmo, el hinduismo y el zoroastrismo, además de conceptos platónicos, aristotélicos y pitagóricos en las páginas del sagrado libro Epístolas de la Sabiduría, convirtió a esa comunidad surgida en el siglo XI en la fascinación de místicos y de eruditos, así como de francmasones, rosacruces y templarios.
Los drusos fueron bien asimilados en Israel. En Siria fueron por momentos protegidos del régimen alauita, solidario con todas las minorías frente al mayoritario sunismo, mientras que en Líbano tuvieron líderes como Kemal Jumblait, cuyo hijo Walid, continuó con el liderazgo del Partido Socialista Progresista y de la milicia que combatió contra las falanges maronitas en la larga y cruenta guerra civil.
Ahora, las milicias drusas que atraen la atención del mundo son las que resisten los pogromos de beduinos sunitas por convertir Suwayda en los que fue el Valle de Bekaa para los drusos libaneses: un bastión inexpugnable.















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