El régimen residual chavista festejó un triunfo electoral sin votantes, mientras los uruguayos despedían a un líder querido por la izquierda y respetado por las demás posiciones políticas. En el mismo día, fueron noticia dos figuras que representan antípodas en lo que se supone el mismo sector del espectro político latinoamericano: la izquierda.
En Caracas, Nicolás Maduro festejaba un “triunfo” que en realidad fue una visible derrota, mientras a Uruguay llegaban mensajes de gobernantes y figuras políticas de todos los rincones y posiciones políticas del planeta. Los uruguayos despedían a un estadista y los venezolanos le daban la espalda a las urnas de un dictador.
El féretro de Tabaré Vázquez recorrió las calles de Montevideo para que las multitudes pudieran despedirlo como debieron despedir los argentinos a Maradona: dispersados por avenidas recorridas por el cortejo fúnebre, en lugar de aglomerados en un recinto cerrado.
Los organismos internacionales y la legión de países que calificaron de farsa electoral a las legislativas en Venezuela, saludaron al líder que llevó la izquierda al poder en Uruguay y la hizo gobernar con muy buenos resultados.
Tabaré Vázquez representa el pragmatismo democrático con valores de izquierda y Nicolás Maduro representa el ideologismo autoritario moldeado en aparato de propaganda. El mismo día que la casta militar imperante realizó una elección con los principales partidos opositores intervenidos y sus dirigentes proscriptos, todas las fuerzas políticas de Uruguay despedían a uno de los gobernantes latinoamericanos más respetados de las últimas décadas.
Tabaré. El oncólogo que atendió a pacientes graves incluso durante su presidencia, terminó perdiendo a los 80 años la batalla que el cáncer le había declarado. Su capítulo en la historia hablará del aporte a la unificación de la izquierda que impulsó Líber Seregni y dirá que el suyo fue un izquierdismo de valores, no de dogmas.
Como alcalde de Montevideo mostró su pragmatismo al privatizar el casino de Carrasco. Y como presidente, favoreció la llegada de multinacionales como la finlandesa Botnia, por la que tuvo su único conflicto en política exterior.
Posiblemente, Néstor Kirchner pensó que ante su fuerte presión, aquel presidente uruguayo rompería el contrato con la papelera, pero lo que hizo Vázquez fue resistir la embestida.
El médico socialista que había perdido frente a Julio Sanguinetti y Jorge Batlle, finalmente llegó a la presidencia en el 2004, iniciando tres gestiones consecutivas del Frente Amplio y dejando su impronta con la creación del Ministerio de Desarrollo Social, la distribución de una computadora a cada niño y una campaña antitabaco sin precedentes en la región, entre otras políticas implementadas durante sus dos mandatos.
La segunda presidencia afrontó la desaceleración del crecimiento económico y las denuncias que desembocaron en la renuncia de su vicepresidente, Raúl Sendic. Pero la suma deja un saldo positivo. Incluso el caso de las tarjetas corporativas de ANCAP que había usado arbitrariamente Sendic cuando presidía la petrolera estatal, mirado desde Argentina causa envidia. En pocos países latinoamericanos un caso como ese hubiera causado la renuncia de un alto cargo. En el grueso de la región, el “caso Sendic” no habría sido más que un recuadro en los diarios.
Extremos. En Venezuela, por el contrario, gobierna la arbitrariedad. Por eso la valoración positiva sobre el régimen surge de la fe ideológica, no de los valores de la izquierda democrática. Sólo un dogmatismo blindado contra la realidad evidente, permite creer lo que Maduro describe.
Votar no es lo mismo que elegir. Al régimen residual chavista le interesa que los venezolanos voten, pero no permite que elijan.
Que haya urnas y boletas significa poco si no hay Estado de Derecho. Dictaduras étnicas como la de Saddam Hussein en Irak y la de los Assad en Siria, entre otras, ostentaban victorias electorales con pisos del 98% de los votos. Cifras absurdas en sí mismas y más aún teniendo en cuenta que los chiitas y los kurdos eran víctimas del régimen criminal sunita y rosaban el 70% de la población iraquí, mientras que el régimen sirio se apoya en la minoría alauita y es resistido por la inmensa mayoría sunita.
Desde la fe ideológica, el resultado de la elección legislativa en Venezuela está en los votos obtenidos por el Gran Polo Patriótico encabezado por el PSUV. Desde la observación realista, lo que se mira es el porcentaje de abstención, porque los líderes opositores proscriptos habían convocado a no votar, mientras que el régimen recurrió incluso a la amenaza para lograr que la gente vote. Y tomando en cuenta los datos que dio el propio régimen, la abstención alcanzó el 70% del padrón.
Advirtiendo que “el que no vota no come”, Diosdado Cabello amenazó a la población dejando a la vista los poderosos instrumentos que tiene el régimen para controlar a la sociedad. Por caso, el manejo monopólico de la distribución de alimentos. Para comer hay que hacer lo que el poder ordene, como advierte de manera explícita el agresivo número dos del régimen.
Derrota. En esta ocasión, la orden fue votar. Necesitaba entonces que la afluencia a las urnas supere o al menos se acerque al 70% del padrón. Por debajo del 50% equivale a derrota frente a la oposición que fue proscripta y llamó a no votar. Y la participación estuvo entre 20 y 30 puntos por debajo del 50%.
El llamado disidente fue a no votar porque, además de que no existen garantías de una elección limpia, el Tribunal Supremo de Justicia intervino las tres principales fuerzas opositoras, Voluntad Popular (de Juan Guaidó y Leopoldo López), Primero Justicia (de Henrique Capriles) y Acción Demócrática (de Henry Ramos Allup). Y a las dirigencias de esos partidos y otras siete agrupaciones políticas, las impuso la burocracia judicial que responde a la casta militar imperante.
De ahí en más ¿por qué pensar que los venezolanos pueden elegir? La última elección en la que el chavismo no dibujó el resultado, fue la del 2015 para conformar la Asamblea Nacional. Como ganó la oposición y quedó con mayoría parlamentaria, el régimen aisló al poder legislativo y le aplicó una vasectomía institucional que le impidió legislar y ser un poder independiente.
En la siguiente elección, realizada para establecer un supuesto poder constituyente, la empresa Smartmatic, que desde el año 2004 proveyó la plataforma tecnológica de elecciones en Venezuela, denunció que el poder electoral manipuló la votación para añadir “al menos un millón de votos falsos” sobre los que realmente existieron.
Ese poder constituyente no redactó una constitución, sino que reemplazó, de hecho, a la Asamblea Nacional. Por eso el resultado que anunció Maduro como una victoria suya, en realidad no cambia nada. Todo sigue como estaba desde el 2015. Sin un poder legislativo independiente y sin que los venezolanos puedan elegir de verdad a sus gobernantes.
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