`Las primeras protestas fueron tímidas. Parecían un movimiento reflejo en un país donde siempre hay motivos para repudiar dirigencias. Pero se fueron multiplicando y fue creciendo la participación. Con el correr de los días, también fueron cobrando agresividad. Ante a una dura represión, los manifestantes quemaron gomas, levantaron barricadas, cortaron rutas y hasta tomaron un aeropuerto.
Reclaman que Pedro Castillo sea puesto en libertad y que Dina Boluarte se limite a convocar elecciones presidenciales y legislativas de manera inmediata. Rechazan esperar hasta el 2024, como pretende quien asumió la presidencia. Las multitudes que protestan entienden que no pueden salir victoriosos quienes llevan años practicando el salvajismo político que obstruye la gobernabilidad y derriba presidentes. ¿Por qué tanta gente en tantos rincones de Perú está saliendo a defender a un presidente fallido, al que no apoyaba nadie y al que su propio partido había abandonado acusando de “traidor”?
Las manifestaciones expresan a un sector de la población que ve a Castillo como víctima de una conspiración, al Congreso como un nido de serpientes y a la presidenta en funciones como una usurpadora que participó del complot para derrocar al hombre del cual era su vicepresidenta.
Castillo no llegó a poner en marcha ninguna política, ninguna acción gubernamental que justifique manifestaciones defendiéndolo. No logró encaminar el gobierno en alguna dirección. Entonces ¿por qué se multiplicaron las manifestaciones? Porque la trama del desquicio parece más compleja y oscura de lo que afirma la versión oficial.
La explicación de las manifestaciones en favor de Castillo, también contiene elementos similares a las que reclaman en Brasil que Bolsonaro siga en el poder. Hay líderes que, a simple vista, resultan caricaturescos, Y lo son. Pero por eso mismo, en ellos se ve reflejada mucha gente. Millones de brasileños conservadores sienten que Bolsonaro habla por ellos cuando denuesta a homosexuales y a feministas. Mucha gente con pensamientos recalcitrantes se siente reivindicada cuando lo escuchan decir cosas que destilan racismo o un anti-izquierdismo visceral y violento.
Por razones diferentes, una parte de la sociedad peruana, aún sin considerarlo un buen presidente, se ve reflejada en Pedro Castillo. El Perú andino se encontraba a sí mismo en los rasgos faciales y en el sombrero típico de Cajamarca que usó más allá de lo aconsejable. Posiblemente, todos tienen en claro que fue un pésimo gobernante, un presidente fallido. Pero al verlo apresado y humillado por la policía, mientras sus inescrupulosos enemigos festejaban, ese país andino que tiene la misma piel y el mismo acento, se solidarizó con él desde las calles y la furia.
No se ven identificados en las ideas o ideología que expresa, como por el contrario ocurre con los fans de Bolsonaro y de Trump. Se ven identificados en la pertenencia étnica, de región y de clase. Por primera vez, las calles del Perú vieron manifestaciones a favor de Castillo. No piden que sea restituido en la presidencia, pero repudian al Congreso y a Boluarte, acusándolos de haber perpetrado un golpe de Estado contra el mandatario al que destituyeron por golpismo. Y no es un razonamiento delirante.
En rigor, es más realista imaginar que lo indujeron con engaños a perpetrar un golpe precisamente para justificar la destitución, que suponer que de verdad Castillo era consciente de lo que hacía. Por cierto, salvo que lo hayan drogado y él pueda demostrarlo, no lo libera de culpa haber sido engañado y haber actuado sin plena consciencia de lo que hacía. Pero parece inverosímil que comprendiera cabalmente cada renglón del mensaje que leyó en cadena nacional. Se le puede decir incompetente, negligente y otras cosas que explican su gobierno inconcebible. Pero no se puede decir que sea un déspota, ni parece ser un golpista.
En la presidencia llevaba largos meses en completa soledad. El partido que lo llevó al poder lo había abandonado, acusándolo de traicionar la causa al echar del cargo de primer ministro a Guido Bellido y pactar con el economista socialdemócrata Pedro Francke un programa económico que mantuvo a Julio Velarde al frente del Banco Central de Reserva, para garantizar la política monetaria que da estabilidad y crecimiento a Perú.
Aislado y sin bancada oficialista, Castillo era fácilmente manejable para actuar según los planes de inescrupulosos o de conspiradores. Cuando lo detuvieron dijo no recordar lo sucedido. Miembros de su gobierno que, conociéndolo, descartan que haya querido dar un golpe de Estado, consideran probable que haya sido drogado o embriagado para hacerlo leer el mensaje que le costó el cargo.
Según esta hipótesis, alguien drogó o embriagó a Castillo para que anunciara la disolución del Congreso y la formación de un gobierno de excepción. Y aunque parezca delirante, esta versión explica lo sucedido de manera más realista que la interpretación según la cual el entonces jefe de Estado dio un golpe de manera consciente. Lo absurdo es pensar que pudiese tener consciencia de lo que hacía. Igual que Chance Gardiner, el personaje de la novela de Jerzy Kosinski que llegaba a la cumbre del poder sin entender las circunstancias que lo empujaban a esa cima porque su único conocimiento era la jardinería, el docente rural nunca estuvo en condiciones de entender su función y el significado de ciertos actos.
La hipótesis más creíble es que, embriagándolo o simplemente engañándolo, los miembros de su entorno que tejieron corrupciones a su sombra valiéndose de su esposa y su cuñada, lo pusieron a intentar un golpe cuando vieron que al Congreso, esta vez, le alcanzarían los votos para destituirlo por “incapacidad moral permanente” y que, destituido Castillo, ellos acabarían en la cárcel.
Otra variante es la que sospecha el propio Pedro Castillo: su sucesora en el cargo, Dina Boluarte, junto con miembros del Consejo de Ministros y algunos líderes de las bancadas que dominan el Congreso, se confabularon para llevarlo hacia el precipicio institucional. Una versión que no resulta más descabellada que la planteada oficialmente afirmando que Castillo lucubró y procuró ejecutar un plan golpista.
Todo es posible en el país en el que la decadencia moral y la mediocridad imperan en la dirigencia de manera aún más fuerte que en el resto de la región, donde también son decadentes y disimulan mediocridad y corrupción con poses mesiánicas y biblias ideológicas.
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