Según el “companion” de poesía moderna de Oxford, la autora nació en Indiana, vivió solo 60 años (1912-1972), y escribió siete libros de poemas, crítica, y esta “novella”. Esa vida le alcanzó para destacarse como uno de los principales nombres de su generación. Además, destaca que su poesía se relaciona “con todas las cosas efímeras con una intensidad tan cargada que solo un lenguaje que apunta a sobrepasarse a sí mismo es adecuado”.
Algo de eso pasa con este libro. Cuesta creer que se haya demorado tanto su traducción (de Ariel Dilon) al castellano. La lectura lo explica un poco. Es, directamente, una novela de animales, tal como lo anuncia el título. Hasta podría hablarse de una fábula, si se leen apenas unas páginas. Cuando el libro levanta el vuelo narrativo, la mezcla de fascinación y de cierto temor a “perder el hilo”(a tal punto el texto amplía su horizonte una y otra vez), lo convierten en una joya.
En el centro de todo está una osa, regente del hotel del título, que se limita a su tarea, ordenando el tráfico de distintos inquilinos (un gato, un ciervo un poco viejo, un topo ciego, etc.) a quienes les impone estrictas reglas de conducta, reservándose el rechazo de aquellos que le parezcan no adecuados. Después, la osa se convierte en un personaje tan inolvidable como Madame Bovary.
El primer cambio brusco es la aparición de un caballo, que trastrueca la relación cómoda, casi digna de un cuento infantil, entre los animales y ella. Viene de afuera, no se adapta a las reglas, enciende la llama de los celos, y revela que la osa, firme como una roca hasta allí, también tiene capacidad para perderse en pasiones y desorden. A tal punto que desaparece, aunque su vacío es aún más central que su presencia. Tendrá aventuras, habrá otro caballo, y cuando regrese, el relato de lo que le pasó es tan intrincado y sospechoso como la vida (animal) misma.
El suspenso extraño, riesgoso hasta lo letal, y también ordenado por las relaciones entre la osa y el caballo, y los humanos que los usan en sus circos terminan por tejer una red a la vez hipnótica y cambiante. Cuando las 130 páginas terminan, el sedimento que dejan es el de una novela mucho más larga. Como lujo agregado y raro, el final no es cómodo, y no cierra todo, sino que queda picando dentro del lector con el peso intrigante, tanto externo como interno, de una experiencia en vez de una lectura.
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