Cristina Pérez está pasando por uno de los momentos más vibrantes de su vida. En un mismo fin de semana sobrevoló los polos opuestos. Por un lado, el domingo 27 fue galardonada con el Martín Fierro de radio a Mejor Conducción Femenina por su programa Cristina sin vueltas (Radio Rivadavia), donde dio un encendido discurso a favor de hacer "un periodismo honesto". "Yo nunca tuve caretas", dijo. 24 horas antes había estado como invitada al discurso que dio el presidente Javier Milei en la Exposición Rural, pero no como periodista, sino como pareja del ministro de Defensa Luis Petri. Juntos, caminaron entre funcionarios, productores y cámaras, sonrientes, como si el periodismo de denuncia pudiera convivir sin contradicciones con el afecto a las relaciones del poder.
Pérez mantiene su vida profesional y personal a una distancia difícil de sostener: conduce en LN+ su programa de televisión Siempre+, mientras mantiene una relación sentimental con uno de los ministros más cercanos al presidente Javier Milei. Dice que “no tiene filtros” y que siempre habla “sin vueltas”. Pero su cercanía al Gobierno genera preguntas incómodas entre sus colegas, incluso dentro del propio ecosistema político que la circunda. Ella insiste en que su mirada no está sesgada sino, por el contrario, más afilada que nunca. Sin embargo, la pregunta es: ¿puede mantener la independencia periodística que predica?

Inicios. Nacida en Tucumán el 17 de agosto de 1973, Pérez comenzó a los 14 años su carrera en la radio y a los 17 ya estaba en la televisión de su provincia en Canal 5. Pasó por Canal 9, Azul Noticias y, en 2002, llegó a la pantalla grande de Telefe para conducir el noticiero, en el cual estuvo durante más de veinte años junto a Rodolfo Barili, con quien jugaron públicamente a un romance que nunca concretaron. Y fue en ese período, al mando de uno de los programas más vistos de la televisión argentina, que se convirtió en una figura reconocible por todos los públicos: la de una conductora formal, de tono institucional, con peinados de época y gestos justos. Su salida del canal en 2024 por motivos de no poder unir su profesión con los intereses políticos de su nueva pareja, marcó el final de esa etapa.
Con el correr de los años, Pérez fue construyendo un perfil más literario e introspectivo. Publicó varios libros, entre ellos Tiempo de renacer y La dama oscura, novelas donde mezcla misteriosas historias con pasiones intensas. Y su incursión en la narrativa de ficción pareciera haberse filtrado también en sus editoriales, con monólogos intensos, climas dramáticos y una fuerte carga personal en cada intervención. Para algunos, su pluma es símbolo de sensibilidad; para otros, una marca de subjetividad que en el periodismo no siempre funciona como mérito.

Amores. En el ámbito sentimental, Pérez siempre dio material para los titulares. Fue pareja de empresarios como Jorge Pérez Bello, Gustavo Grobocopatel y Yoel Freue. También se la vinculó, en su momento, con el actor Joaquín Furriel. Pero con Petri la historia terminó siendo muy distinta: no hubo ocultamiento ni prudencia. Todo se mostró, desde las vacaciones hasta las cenas familiares, pasando por las caminatas públicas en Palermo. Es que su noviazgo con un político radical que hoy forma parte del gabinete de Milei empezó, según ella misma contó durante una entrevista radial, de forma apasionada. Se trataron de “usted” durante semanas, hasta que llegó la primera cita y el flechazo. Desde entonces, no se separaron. Hoy comparten actos oficiales, cenas protocolares, selfies en campañas de vacunación y coberturas agropecuarias. Él aparece con cara de funcionario, mientras ella, entre sonrisas y vestidos elegantes, posa cual primera dama o figura rutilante de las postales institucionales del poder.
Regreso con gloria. Pese a haberse apartado del periodismo por esa incompatibilidad privada, en 2024 desembarcó en LN+ y consolidó su lugar en Radio Rivadavia, donde conduce el ciclo Cristina sin vueltas, un espacio en el que combina entrevistas, opiniones políticas y largos editoriales donde la primera persona se impone con fuerza. Y fue allí, justamente, donde hace poco lanzó una dura crítica a Javier Milei por sus ataques reiterados a periodistas.

Sin embargo, y pese a sus esporádicas objeciones al Gobierno (en medio de muchas coincidencias), Pérez insiste en que mantiene independencia editorial. En público afirma que tiene “una relación fluida” con el Presidente, que puede criticarlo, disentir, opinar con libertad. Pero al mismo tiempo, sus comentarios parecen moverse en una zona segura, criticando el tono de Milei y respaldando su “defensa de la libertad”.
Denuncia operadores, pero no da nombres. Cuestiona el estilo de comunicación, pero celebra el modelo económico. No le falta contundencia, pero tampoco cálculo. “Si critico al Presidente, ¿me va a insultar mañana?”, se preguntó al aire. “Tengo derecho a expresar una crítica y no me debería costar nada”, remató, como si aclarar fuera también parte ahora de su código periodístico.
Días después, fue todavía más lejos y denunció que en los alrededores del Gobierno hay operadores que cobran comisiones para facilitar encuentros con el Presidente. La Casa Rosada lo negó, pero el episodio no dejó de llamar la atención. ¿Puede una periodista con acceso íntimo al poder denunciar sin comprometer esa cercanía? ¿O sus críticas son, más bien, el margen de acción que el propio sistema le permite para seguir siendo funcional?

El clímax de su narrativa llegó días más tarde, durante un acto público, cuando defendió a viva voz la “igualdad ante la ley” y reivindicó ser “una periodista independiente, que no se calla nada”. “No pertenezco a ninguna corporación. Soy una periodista libre y me debo solo a la gente”, declaró. Y remató: “No vengo de una familia de poder”. Las redes no tardaron en reaccionar. A su discurso le llovieron memes y cuestionamientos. Para muchos, su cercanía con el Gobierno hace difícil sostener la bandera de la independencia.
Pérez hoy combina experiencia y ambigüedad. Su carrera tiene más de treinta años, premios, libros publicados y una audiencia fiel que la sigue por televisión, radio y redes. Pero su lugar en la escena actual ya no es el de la periodista que observa desde afuera, sino la de alguien que, aún con micrófono en mano, forma parte del mismo escenario que dice analizar.














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