“La mujer que soy” es el retrato que Britney Spears ofrece sobre su estrellato vertiginoso y problemático, escrito con discos de platino, flashes de fotografías y videos masivos. Pero también es un relato sobre el cautiverio paterno, perturbadoramente visible, cuyas condiciones fueron reveladas en las audiencias judiciales de los últimos años.
En la publicación, se describe como durante trece años, bajo una estricta tutela supervisada por su padre, Jamie Spears, no pudo ver a sus dos hijos sin autorización ni elegir sus propias comidas, se le prohibió conducir su auto, tomar café o quitarse el DIU. Además, de como la obligaban a mantener un riguroso calendario de presentaciones, que incluía una serie de espectáculos en Las Vegas que generaron decenas de millones de dólares, de los que solo podía disponer un máximo de 2000 dólares semanales.
La mayoría de sus admiradores ya conocen los detalles de esos hechos. También se puede vislumbrar la historia de la crianza de la artista en la zona rural de Kentwood, Luisiana, donde cultivó una afición temprana por el canto y el baile. Por supuesto, su transformación en miembro del elenco de “El club de Mickey Mouse”, junto a un grupo de futuras estrellas que incluía a Christina Aguilera, Justin Timberlake y Ryan Gosling; a la edad de tan solo once años.
Pero lo íntimo de la voz de “Toxic” y “Baby One More Time” se encuentra en su prosa sobre la disfunción familiar y el miedo que la llevaron a buscar refugio en su carrera artística. En el seno de su familia, se puede descubrir el alcoholismo de su padre, los problemas económicos de la casa y los maltratos y desapariciones constantes de su madre, Lynne Spears. Un pasaje De sorprendente, es el momento que Spears revela que su madre empezó a darle alcohol a los 13 años, en viajes por carretera a la playa de Biloxi, Mississippi.
El libro también detalla una breve relación con el actor Colin Farrell, a quien ella describe con cariño como un tórrido romance de dos semanas Hay otras revelaciones del mismo estilo, la más notable es su relación con Justin Timberlake, de quien estaba “patéticamente” enamorada. La confesión del aborto, que el ex cantante de N´Sync exigió que se hiciera cuando quedó embarazada, es una de las más crudas del relato.
Finalmente, el papel de villano principal es para Jamie Spears. Escurridizo, errático y a menudo cruel, la influencia del padre de la diva se pone en manifiesto en unos de los pasajes al tomar el control legal de la vida profesional y personal de su hija diciendo: “Ahora yo soy Britney Spears”. Es casi imposible que su lectura no inspire una verdadera indignación y empatía por la rubia artista, cuya amargura admitida por las terribles circunstancias de la última década de su vida se ve atenuada por un optimismo perdurable e insistente.
por R.N.
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