★★★★ Nació en Morón. el 15 de setiembre de 1923, por lo que este año se está conmemorando su centenario. Los que lo conocieron saben que prefería decir que era de Saladillo, a unos 200 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires; es que ahí pasaba mucho tiempo durante su infancia y allí sentía él que se forjó su modo “pampeano” de pensar, de escribir, de relacionarse con los textos y con la política. Militante comunista, poeta, letrista, periodista, fue un personaje fundamental del “boom del folklore” y del Nuevo Cancionero. Publicó montones de libros de poesía en los que apelaba a la emoción, hablaba de las relaciones humanas, reflexionaba sobre las injusticias. Pero además, compartió cartel con enormes compositores y, más allá de su belleza, muchas de sus canciones, de aires folklóricos en su enorme mayoría, se convirtieron en clásicos eternos. Y siempre con una pluma superior.
Con merecimiento irrefutable, la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto lo homenajeó con un espectáculo que fue pensado y armado por su hijo Felipe. Se seleccionaron un puñado de poesías y de canciones. Se encomendaron los arreglos a Guillermo Cardozo Ocampo y a Nahuel Quipildor. Y se convocó al director venezolano Manuel López Gómez y a un grupo de solistas: el actor/recitador Juan Palomino y los cantantes Mónica Abraham, Julia Zenko y Juan Iñaki. Con todo eso, y frente a un Auditorio Nacional repleto, el elenco oficial produjo un tributo emotivo que no mostró fisuras.
Palomino marcó un muy buen tono en los “intermedios” sin música con los textos del poeta y tuvo sus puntos culminantes con su lectura de “Testamento” y “Gente” (“Hay gente que con solo decir una palabra enciende la ilusión y los rosales, que con sólo sonreír entre los ojos nos invita a viajar por otras zonas, nos hace recorrer toda la magia”). Las tres voces cantantes se comprometieron fuertemente con el repertorio y dejaron también momentos particularmente excelentes: Abraham con la milonga “Hermano” (música de Carlos Guastavino) y la imponente zamba “La amanecida”; Iñaki con la “Zamba del duraznillo” (música de Oscar Alem) y “Los pueblos de gesto antiguo”; y Zenko con “Juanito Laguna remonta un barrilete” (música de Iván Cosentino) y la tan popular “Zamba para no morir” con que se cerró el concierto. El director venezolano fue la mano precisa para un repertorio que pareciera haber mamado desde pequeño, para arreglos sencillos, austeros, de tinte popular, muy bien construidos por Cardozo Ocampo y Quipildor. Y la orquesta completó una tarea –que arrancó con un instrumental para el “Triunfo de las Salinas Grandes”- que estuvo a la altura de las circunstancias y que ofreció un excelente comienzo de temporada en esa bella sala del bajo porteño.
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