Es tan vasta la historia de este líder todo terreno de nuestra América, que no sé por dónde comenzar a describir la emoción que siento por su pérdida. Me reconforta pensar que su muerte es tan inevitable como la inmortalidad de sus ideas, y de su ejemplo.
Fidel Castro inspiró siempre mi acción política que se inició cuando daba mis primeros pasos en la militancia estudiantil. Junto con el Che, encarnaron el rol de férreos guerrilleros en contra de un dictador. Fueron los administradores de un país aislado y bloqueado en continua defensa de su independencia. Se constituyeron en un ejemplo a seguir entre millones de jóvenes de distintas generaciones que lucharon y todavía luchan por un mundo mejor, por una sociedad en donde la igualdad, la solidaridad y el amor son los pilares de las relaciones entre las personas.
Carismático, provocador, altivo, humilde, sabio, consejero, trabajador, orgulloso, valiente, Fidel tiene bien ganado los odios que cosechó ya que nunca abandonó sus convicciones y dado que cuando tuvo que cambiar o corregir el rumbo lo hizo sin abandonar nunca la defensa de su causa: la causa de los humildes, de los pueblos latinoamericanos, de los que no tienen voz, la causa de la patria grande.
Lo vi por primera vez en las escalinatas de la Facultad de Derecho, en mayo de 2003, cuando aún era estudiante y todavía no sabía que era hija de desaparecidos.
Fidel había venido a la asunción de Néstor Kirchner y en ese momento el kirchnerismo tenía mucho recelo con el ya por entonces veterano líder cubano. De hecho, no hubo funcionarios ni militantes identificados con el nuevo gobierno, pero hubo decenas de miles de argentinos que fuimos a escuchar y ver a un protagonista con mayúsculas de la historia americana.
Tampoco hubo convocatoria para la llegada de Fidel, fue un acto espontáneo. Los que nos acercamos al lugar nos fuimos enterando por el boca a boca o por algún medio cuando la concurrencia ya era multitudinaria.
Jamás olvidaré ese discurso inspirador que clamaba por resistir la aventura imperial y armamentista de George W. Bush quien encabezaba como presidente de los EEUU la invasión a Irak en ese momento.
Fidel fue siempre un líder de su era, y a lo largo de su vida encarnó distintos roles : guerrillero frente al dictador Batista, defensor feroz de la soberanía de su país en tiempos de la guerra fría, líder solitario de la resistencia cuando el neoliberalismo global arrasaba el mundo y promotor de la unidad latinoamericana cuando ésta entró en crisis.
Cualquier persona puede tener diferencias con el sistema o decisiones políticas que adoptó al frente de su pequeño país, pero nadie duda de su calidad como estadista y líder de su tierra, virtudes que le permitieron además, el poder ser crítico de la propia Unión Soviética cuando ningún comunista se atrevía a poner en duda los designios del Kremlin.
Fidel murió días después del triunfo de Donald Trump en las elecciones de los EE.UU. Trump se manifestó abiertamente feliz por la noticia de su muerte, posiblemente convencido de que es conveniente mostrarse como la contrafigura del líder latinoamericano. Y vaya si tiene razón.
El nuevo inquilino de la Casa Blanca es xenófobo, racista, misógino, multimillonario, violento y hegemónico. Lo que probablemente no comprenda Donald Trump, es que con personajes como él, la presencia de Fidel en el imaginario de los pueblos del mundo no se borrará jamás.
por Victoria Donda
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