Ansiedad. Temor. Excitación. Desequilibrio. Triunfalismo. Bipolaridad. Todas palabras que definen el estado de ánimo de la clase política argentina en tiempos preelectorales en general y de los operadores del gobierno en particular. Empezó el tiempo de descuento: faltan cada vez menos para el cierre de frentes y alianzas y para presentar candidaturas. No importa nada más que las elecciones de octubre.
En la Casa Rosada hay posturas complementarias. Desde el Ministerio del Interior se mira con lupa y optimismo cada una de las provincias. Tienen en claro que Cambiemos está condenado al éxito político en las urnas. No es ilusión. Si se tiene en cuenta que las elecciones del 2011 y del 2013 tuvieron al PRO como un partido casi vecinalista, que el radicalismo aún no se recuperaba de la debacle De la Rúa y que Elisa Carrió deambulaba por otros lares y localizada en Capital, no es difícil prever que el Gobierno ya podría redactar la tapa de su diario ideal el día después alegando: Cambiemos ganó en cantidad de senadores y diputados.
Según sus proyecciones, de los 87 diputados que tienen hoy pasarán a 100 o 105 en el mejor de los casos. En el Senado tienen la convicción de que se alzarán con los dos de Santa Cruz (hoy la gobernadora está en un catastrófico 15% de imagen positiva) y uno o dos en el mejor de los casos en Buenos Aires (de 0 en ambos casos para el PRO en el 2013). Está claro por qué ya hay quienes descorchan champagne.
Excelente lectura para difundir. Ahora bien, el proceso va por dentro... Macri va a tener que lograr un equilibrio muy especial básicamente con sus aliados políticos. “El romance con Lilita va viento en popa pero le está comiendo la billetera electoral”, susurra por lo bajo uno de los operadores radicales que mira con recelo esta comunión de intereses. Para trasladarse a las comunas porteñas y dejar de lado el conurbano, Carrió exige más y más y más.
Ahora bien, los últimos dos años del gobierno de Cambiemos exigirán un inexorable ajuste. ¿Los lilitos estarán a la altura de las circunstancias o se dará la insólita situación que el bloque que conformará Martín Lousteau termine por concepción siendo más funcional a lo que viene que los progresistas propios?.
En la provincia de Buenos Aires pisan fuerte los radicales a la hora de la exigencia. Está definido que Facundo Manes encabece la lista pero el radicalismo se niega a contabilizarlo como propio. “Ustedes le ofrecieron la candidatura directamente a él, súmenlo en su bolsa”, les dijeron a los armadores PRO hace pocos días.
Y ahí está el gran detalle de esta elección. Porque claramente el principal partido de gobierno que hace culto a la modernidad y buena convivencia interna terminará siendo la variable de ajuste inexorable para sostener el equilibrio. Los representantes PRO en muchas provincias se sienten a la buena de Dios. Si no que lo diga Omar De Marchi, el mendocino que el pasado fin de semana vio aterrizar para un encuentro partidario a la cúpula entera de la Casa Rosada y no logró que Marcos Peña utilizara ni una milésima de su poder para dejarle claro al gobernador Cornejo (radical) que está todo bien mientras el PRO siga creciendo en esa provincia.
Si el Gobierno triunfara en octubre con la actual situación económica, tal como dicen los encuestadores, no sólo se aseguraría otro período de poder sino que decretaría la defunción de la famosa internacionalmente frase de Bill Clinton a George Bush: “Es la economía, estúpido”.
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por Nancy Pazos
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