Tuesday 10 de September, 2024

OPINIóN | 04-08-2024 08:38

El chavismo se niega a morir

Las denuncias de fraude en Venezuela que dividieron al mundo en dos y el futuro de Maduro. Por qué lo siguen apoyando sus aliados, incluidos los K.

Antes de morir, el entomólogo renombrado E. O. Wilson dijo que el comunismo es una idea espléndida que sería apropiada para las hormigas pero que, por desgracia, no lo es para el complicado género humano. Estaba en lo cierto, pero a pesar de los horrores perpetrados por militantes del izquierdismo extremo que, para solucionar el problema así planteado, tratan a las personas como si fueran insectos  -según se estima, ya han dado muerte a más de cien millones de hombres, mujeres y niños-, las doctrinas que predican no han perdido su poder de atracción. El que en la Argentina y otros países latinoamericanos, además de Europa, aún los haya que siguen apoyando al dictador venezolano Nicolás Maduro y califican de antidemocráticos a quienes se niegan a festejar su supuesto triunfo electoral, muestra que el colectivismo ha sobrevivido no sólo a todos los intentos de reprimirlo sino también a los muchos desastres que ha provocado.  

De más está decir que, para Maduro y sus partidarios, dueños ellos de una verdad que creen superior, los resultados auténticos de las elecciones del domingo pasado carecen de interés. No se les ocurre reconocer la derrota meramente numérica del chavismo porque hacerlo significaría aceptar que el pueblo repudia la revolución que creen encarnar, lo que  desde su punto de vista sería inconcebible. En cuanto a los cacerolazos y marchas de protesta que están agitando a barrios populares largamente leales al régimen de Caracas y otras ciudades, les es evidente que han sido fomentados por la ultraderecha que, como todos saben, se especializa en engañar a los mal informados.  

Así las cosas, es deber de toda persona de bien resistirse a prestar atención a los enemigos de una causa sagrada que está apadrinada por los revolucionarios cubanos. A pesar de haber arruinado un país que en los años cincuenta del siglo pasado estaba -lo mismo que la Argentina- entre los más prósperos de la región, los sucesores de los idealistas barbudos que descendieron de Sierra Maestra han logrado retener el poder en la isla que hicieron suya. Sus alumnos venezolanos se creen capaces de emularlos.

¿Fue un error de parte del régimen chavista brindar a los que aún quedan en su país una oportunidad para decir lo que piensan de Maduro y su entorno? Puede que sí, pero, por razones un tanto misteriosas, casi todos los dictadores del mundo se sienten obligados a rendir homenaje a la democracia liberal celebrando simulacros de elecciones que, aseguran, son tan transparentes como las de cualquier país desarrollado.

Aunque pocos toman en serio los resultados, para ahorrarse problemas engorrosos los gobiernos que conforman la llamada “comunidad internacional” suelen reaccionar como si fueran legítimos el 99,91 % de los votos supuestamente conseguidos por el régimen del norcoreano Kim Jong UN el año pasado o el 100 % que se atribuyó Saddam Hussein en el 2002, antes de la invasión norteamericana.

Son casos extremos: hace algunos meses, el ruso Vladimir Putin se conformó con sólo el 88,48 % y, más cauto todavía, el domingo pasado Maduro se adjudicó el 51,2 % del total y tuvo la generosidad de otorgar el 44,2% al portaestandarte opositor Edmundo González Urrutia.  Esperaba que, como suele suceder, los demás gobiernos latinoamericanos, seguidos por los de Europa, se limitarían a expresar sus dudas acerca del proceso electoral para entonces actuar como si a lo sumo habrá sido cuestión de algunos excesos menores.

Puesto que en Venezuela las urnas están muy bien guardadas, por ahora no hay forma de averiguar de manera rigurosamente fehaciente lo que realmente ocurrió, pero por ser tan diferente lo proclamado por las autoridades electorales de lo previsto por las encuestas previas y de la información recogida por la oposición, es comprensible que, los chavistas y sus amigos aparte, virtualmente nadie crea que el oficialismo haya ganado. Por el contrario, la mayoría da por descontado que, además de prohibir que se postularan candidatos tan competitivos como María Corina Machado, impedir que votaran millones de ciudadanos exiliados y cerrar centros electorales inconvenientes, el régimen ya tenía preparado un margen de triunfo que a su entender sería convincente. 

¿Funcionará la maniobra? Si bien es normal que los dictadores se salgan con la suya, en esta ocasión la presión externa, combinada con la de los muchísimos venezolanos que no quieren continuar oprimidos por un régimen a un tiempo brutal y fabulosamente inepto, podría servir para poner fin a una farsa truculenta que ya ha durado un cuarto de siglo. En este contexto, los reparos de izquierdistas como el presidente chileno Gabriel Boric y, de forma más sibilina, del brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva, habrán sido mucho más hirientes que los explosivos misiles verbales que dispararon Javier Milei y Diana Mondino.

A los dirigentes de regímenes como el de Maduro les importa el apoyo que reciben de figuras vinculadas con el muy influyente progresismo internacional, y no les gusta para nada verse repudiados por tales personajes. No extrañaría, pues, que pronto aparezcan fisuras al rebelarse algunos contra Maduro y el “hombre fuerte” del chavismo tardío, el belicoso Diosdado Cabello. En tal caso, podría estallar una guerra civil sumamente confusa, una posibilidad que, claro está, alarma mucho a los gobiernos de Colombia y Brasil que tendrían que prepararse para dar cobijo a nuevas oleadas de refugiados aun cuando no quisieran intervenir directamente.

Aunque es comprensible que los integrantes del régimen se aferren al poder, ya que saben que en una Venezuela democrática el futuro de muchos se asemejaría al que enfrentaban los militares argentinos responsables de la represión ilegal de la dictadura militar luego de las elecciones de 1983 y, para más señas, no les sería del todo sencillo encontrar un refugio cómodo y seguro en otra parte del mundo, no lo es que sigan contando con el respaldo resuelto de los kirchneristas y otros presuntos progresistas en América latina y Europa. A pesar de haberse habituado a calificar a sus adversarios de “fascistas” o “nazis”, los chavistas tienen mucho más en común con tales personajes que con los socialistas democráticos. De haber surgido en los años treinta del siglo XX, el teniente coronel Hugo Chávez no hubiera vacilado en afirmarse afín a los movimientos fascistas europeos como, en efecto, hicieron los precursores del peronismo antes de la derrota de Benito Mussolini y Adolf Hitler.

Sea como fuere, los hay que están más preocupados por el destino de la “revolución” que se imaginan protagonizando, aunque sólo fuera de manera pasiva, que por cualquier otra cosa. Para ellos, hay que subordinar absolutamente todo, comenzando con el respeto por los derechos humanos, a la fantasía a la que se han entregado. Por lamentable que sea, desde que el mundo es mundo, nunca han faltado personas inteligentes dispuestas a sacrificarse en aras de causas que, andando el tiempo, serían consideradas irracionales y hasta inhumanas por otros de mentalidad parecida. Como dijo George Orwell en una oportunidad, “hay ideas tan absurdas que sólo un intelectual es capaz de creerlas”. Para algunos, el deseo de discrepar con lo que es convencional en su época es tan fuerte que no vacilan en militar a favor de esquemas que resultan ser bestialmente violentos, de ahí la adhesión de tantos al fascismo, nazismo y al comunismo en sus variantes soviética, china o cubana.

Para los enamorados de una abstracción, las consecuencias concretas de un intento de aplicarla carecen de significado. Son detalles anecdóticos. Aunque no cabe duda alguna de que tanto la feroz revolución cubana  como su versión venezolana, financiada como estaba por una cantidad astronómica de petrodólares, han resultado ser fracasos miserables, muchos siguen soñando con ellas.

En el teatro de su propia imaginación, las ven luchando con heroísmo contra “el imperialismo”. No les perturban en absoluto los horrendos costos humanos de los “experimentos” que emprendieron los hermanos Castro,  Chávez y sus sucesores. Lo mismo que los admiradores de la Unión Soviética antes de que se cayera en pedazos y la China de Mao, anteponen sus propias lucubraciones a la realidad sin tomar en cuenta el sufrimiento de los que mueren en las cámaras de tortura o en un intento de huir del “paraíso” que los presuntos iluminados tratan de construir, para no hablar de los millones que tienen que exiliarse en alguno que otro país “reaccionario”. 

En el trascurso de la historia del género humano, muchos han aprendido que no hay nadie más cruel que un idealista despistado que cree tanto en una abstracción que no titubea en tratar a hombres y mujeres de carne y hueso como materia prima para la obra que tiene en mente. Aunque luego de la catástrofe humanitaria de turno siempre aparecen optimistas que gritan “nunca más”, no hay señal alguna de que algo fundamental esté por cambiar. El que en la Argentina aún haya quienes se solidarizan con Maduro por suponer que representa una alternativa buena a la deprimente realidad cotidiana hace temer que, si el país se sumiera en otra gran crisis política, correría el riesgo de sufrir calamidades equiparables con aquellas que han transformado Venezuela en una zona de desastre dominada por fanáticos antidemocráticos, mercenarios despiadados y militares narcos. 

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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