Desde hace alrededor de dos meses, la cuenta de Instagram de Florencia Kirchner causa estupor en seguidores y lectores ocasionales. La primera sorpresa fue tomar contacto por primera vez con el miembro menos conocido de la familia K. Y la segunda, navegar en la oscuridad de una escritura por momentos impenetrable.
La recomendación de libros, una suerte de diario personal poético y la reflexión filosófica son el material principal de su cuenta, que tiene 215.000 seguidores y no está abierta a comentarios.
El tipo de post que realiza, en sí mismo, no es novedad. En Instagram pueden considerarse ya géneros instituidos, tanto la reproducción de poesía propia o ajena, como la sugerencia de autores y títulos literarios. Hay cuentas dedicadas en exclusiva a estos tópicos, desde hace mucho tiempo.
Pero lo que en otros es simple pasatiempo, en Florencia tiene una característica especial. Casi todos los días recomienda una lectura y cada autor viene acompañado de un pensamiento personal alrededor de ciertos temas recurrentes: la enfermedad, la locura, el encierro. “The mad woman in the attic” (La loca en el ático), una expresión que remite a la represión de las mujeres escritoras, figura en su descripción personal de Instagram junto con su profesión de “guionista y realizadora audiovisual”.
Libros. Su biblioteca es coherente y consistente, aunque no aporta demasiadas novedades para una poeta en formación, porque de eso parece tratarse este diario online, en donde la ficción ocupa el primer plano y las experiencias personales están enmascaradas con palabras incomprensibles.
No faltan los monumentos literarios como Kafka, Nabokov o Rilke. Y tampoco, el set de escritoras malditas, raras y locas que constituyen el equipaje imprescindible de cualquier chica feminista que pretenda escribir. No es extraño que la primera recomendación de su cuenta sea Virginia Woolf, la autora de un texto esencial para alentar la libertad de pensamiento en las mujeres: “El cuarto propio” (aunque Florencia está leyendo “De la enfermedad” cuando la sugiere, aún en Cuba, y más tarde hablará de sus “Diarios”).
Dos poetas excelentes, que merced a sus muertes tempranas se transformaron en el símbolo del “suicidado por la sociedad” (como describió Antonin Artaud a Van Gogh) son las favoritas de la señorita K. Sylvia Plath, la poeta norteamericana que murió en 1963, y la argentina Alejandra Pizarnik. Otras raras que le gustan son Emily Dickinson, que vivió encerrada, era fóbica y no publicó casi nada de lo que escribía durante su vida y Emily Brönte, la más tímida y rara de las talentosas hermanas, que escribió ese gran clásico romántico que es “Cumbres borrascosas”.
Fleur Jaeggy, nacida en Suiza pero con una obra escrita en italiano, es otra de las mencionadas por Florencia, una escritora difícil, que combina bien con la estética de Kirchner. También aparecen en su cuenta algunas escritoras menos conocidas para el gran público, como Lorenza Mazzetti o Mary MacLane, entre otras.
Dentro de ese cuadro de escritoras malditas, llaman la atención ausencias como la de Marosa di Giorgio, tan leída entre los poetas argentinos, o Anne Sexton, otra famosa poeta suicida de los tiempos de Plath.
Es cierto, no se puede leer todo y Florencia lee muchísimo, aunque su biblioteca sea un tanto demodé y vaya en un solo sentido, dar vuelta sobre sus temas preferidos, los que ya mencionamos al principio: la locura, la enfermedad, la dificultad de encajar, el cuerpo como obsesión.
Escribir. En cuanto a su escritura, provoca varias reacciones. Si la leyéramos como una obra literaria, encontraríamos demasiado descontrol y confusión. La oscuridad nunca fue sinónimo de buena literatura. Y tampoco el desborde de sentimientos.
Pero la pregunta se impone: ¿cómo podría escribir Florencia con libertad, cuando media humanidad está leyéndola (y muchos, por los peores motivos) y, seguramente, la presión familiar le sugiere silencio? Esa catarata de palabras insondables podrían ser buena una manera de decir sin revelar. De enmascarar lo que le pasa, sin taparse la boca.
Lo que sí sorprende y mucho, es su silencio casi total respecto de lo que sucede en el país. Una desconexión del contexto que se interpreta muy mal viniendo de un miembro de la familia Kirchner. Una autoreferencialidad adolescente que se niega a enterarse de lo que pasa fuera de su casa. Una indiferencia que hace ruido, alimenta a los monstruos y recupera la violencia de la grieta.
¿Para qué sirve la cultura si no puede conectarnos con el dolor del mundo? Esa es la pregunta que hoy debería hacerse Florencia Kirchner.
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