Saturday 27 de April, 2024

OPINIóN | 23-03-2024 07:23

Lo bueno y lo malo de Javier Milei

El Presidente está convencido de sus reformas económicas pero no busca o no consigue el respaldo del Congreso ni del resto del arco político. La importancia de negociar.

A diferencia de los macristas, que creían que hablar de la corrupción kirchnerista sería suficiente como para asegurarles un triunfo contundente en las elecciones del año pasado, los mileístas se concentraron en subrayar las deficiencias manifiestas de un orden económico que se caía en pedazos. Brindaban la impresión de estar dispuestos a pasar por alto lo que habían hecho ciertos personajes vinculados con los gobiernos kirchneristas, pero no tardaron en darse cuenta de que había una relación íntima, uno podría decir estructural, entre la corrupción y el modelo estatista y burocrático.

La corrupción propende a crecer exponencialmente; tarde o temprano, absorberá más dinero que el país productivo, del que en última instancia todo depende, estará en condiciones de generar. Así, pues, la crisis socioeconómica que tanto ha depauperado al país es una consecuencia previsible de la voluntad colectiva de tolerar la corrupción. Al multiplicarse las oportunidades para hacer del poder político una fuente casi inagotable de ingresos suplementarios para funcionarios, desde el concejal municipal más humilde hasta el mismísimo presidente, además de integrantes del Poder Judicial, policías venales y muchos otros, virtualmente todas las decisiones de los encargados de manejar la economía nacional se verían afectadas por los intereses personales de los directamente involucrados y sus amigos

Aunque Javier Milei y quienes lo rodean no hayan hecho de la lucha contra la corrupción kirchnerista una prioridad -desde su punto de vista, toda “la casta” es intrínsecamente corrupta-, al procurar racionalizar la economía, están destapando una serie al parecer interminable de esquemas sospechosos organizados por políticos vinculados con la administración de “cajas” como las del PAMI, las universidades politizadas y, según parece, el negocio lucrativo de los seguros. Es que, para demasiados políticos, el país en su conjunto ha sido durante muchas décadas una “caja” gigantesca, pero, mal que les pese a los conformes con lo que para ellos es normal, ya lo han vaciado. Aun cuando consiguieran sobrevivir al peligro que les supone el huracán libertario, a muchos no les será dado continuar como antes porque la han dejado sin plata.          

Tales personajes confían en que Milei caiga víctima de la vehemencia que le ha permitido aplastar a todos aquellos que se pusieron en su camino. Aunque fue merced a sus dotes retóricas que logró derrotar a los representantes más destacados de la política tradicional para erigirse en Presidente de la República, le cuesta comunicarse con quienes no comparten sus ideas. En lugar de intentar convencerlos de que sería de su propio interés ayudarlo a transformar la Argentina en una auténtica potencia capitalista, los trata como si pertenecieran a otra especie, una que le parece aún más ajena que la de los perros, y que por lo tanto no le valdría la pena prestarles atención. Puesto que cree que dialogar con ellos sería perder el tiempo, se limita a cubrirlos de insultos.

Hasta ahora, el desprecio que siente Milei por los políticos del montón le ha permitido conservar el apoyo de aproximadamente la mitad de la población que, para sorpresa de muchos, continúa  aplaudiendo sus embestidas contra “la casta” que, según él, ha dominado el país desde por lo menos las primeras décadas del siglo pasado. Aunque hay algunos eruditos que encuentran los orígenes de la prolongada decadencia argentina en el colonialismo español que, por cierto, no impulsaba la formación de comunidades autosuficientes, Milei prefiere atribuir el comienzo del desastre al radicalismo de Hipólito Yrigoyen que puso fin al orden conservador que, dice, había hecho de la Argentina “el país más rico del mundo”.

Es su forma de rendir homenaje a un mito debilitante que ha contribuido enormemente a los males que él mismo denuncia. La noción de que los recursos eran casi infinitos incidiría de manera muy negativa en la conducta de una larga sucesión de elites. Al convencer a generaciones de políticos de que, por ser la Argentina un “país rico”, siempre dispondrían de muchísimo dinero para gastar, quienes se resistían a despilfarrarlo se vieron tratados como enemigos del pueblo.

Por ser cuestión de dejar atrás un orden socioeconómico que tiene raíces muy profundas, la ruptura con el pasado propuesta por el “liberal libertario” tiene forzosamente que ser sumamente drástica. Para que un nuevo modelo se consolidara, se requeriría una “revolución cultural” comparable con la impulsada por la Reforma Protestante del siglo XVI que en Europa puso fin a la hegemonía intelectual en el mundo cristiano occidental de la Iglesia Católica. Con todo, si bien es comprensible que Milei sea reacio a pactar con personajes que se guían por principios  colectivistas que cree perversos y que, a juzgar por lo que ha sucedido, han tenido consecuencias concretas calamitosas en el país, su negativa a ayudarlos a cambiar de opinión amenaza con hundir el proyecto ambicioso que ha puesto en marcha. 

¿Cuántos legisladores peronistas y radicales coinciden en que el camino de la salvación nacional no puede sino pasar por un ajuste financiero severísimo que, además de sanear las cuentas nacionales, sirviera para facilitar la instalación de una economía capitalista vigorosa, pero se sienten tan doloridos por la despiadada retórica mileísta que votan en contra de medidas que serán necesarias para alcanzar tal objetivo? Nadie sabe la respuesta a dicho interrogante, pero habrá muchos que entienden que en el mundo actual no hay otras opciones viables, ya que todos los intentos de imponer una han tenido consecuencias catastróficas. Sin embargo, en vez de dar a tales políticos dubitativos pretextos para respaldarlo, Milei insiste en suministrarles motivos personales para oponérsele. No se deja influir por el consejo resumido en el refrán “lo cortés no quita lo valiente”.

Como pudo preverse, la furia con que Milei ataca a disidentes está generando anticuerpos que benefician a los partidarios del orden que busca destruir. Al reivindicar lo que es fácil tomar por una versión caricaturesca del “capitalismo salvaje” de las encíclicas papales en que los fuertes devoran a los débiles, provee a kirchneristas como Axel Kicillof y sus aliados, entre ellos los piqueteros que han hecho de la mendicidad militante una alternativa política más, razones para tirarle lindezas igualmente brutales, calificándolo de lunático, criminal y así largamente por el estilo. Aun cuando sea poco probable que la contraofensiva verbal de los kirchneristas resulte suficiente como para permitirles regresar pronto al poder, estimula anímicamente a los convencidos de que un estallido de violencia política callejera asustaría tanto a quienes confían en Milei que no tardarían en darle la espalda. 

La democracia es un sistema político en que los medios son los fines, ya que no presupone un modelo socioeconómico determinado sino la adhesión de todos a un conjunto de reglas que, siempre y cuando sean respetadas, aseguran la convivencia pacífica de los que apoyan al oficialismo de turno y sus adversarios para que puedan resolver sus diferencias sin recurrir a la violencia. ¿Lo entiende Milei? A menudo, parecería que no. Antes bien, brinda la impresión de querer gobernar exclusivamente por decreto, ya que le molesta verse constreñido a negociar acuerdos -toma y daca, dice- con quienes considera enemigos o mercenarios que defienden intereses espurios. Aunque en circunstancias como las actuales la impaciencia que sienten los mileístas puede comprenderse, a menos que el programa de reformas estructurales que están tratando de llevar a cabo cuente con el aval parlamentario, podría hundirse si en los meses próximos la opinión pública experimentara un nuevo cambio.

En todas partes, la política es un oficio muy competitivo. Tanto aquí como en todos los demás países democráticos, es normal que la oposición espere que fracase el oficialismo de turno y que procure hacerlo tropezar poniendo obstáculos en el camino por motivos que son meramente tácticos. Sin embargo, por ser tan peligrosa la situación de la Argentina, el eventual colapso de la gestión de Milei tendría un impacto devastador en la vida de muchos millones de familias.

La carta de triunfo de Milei, acaso la única que tiene, es la conciencia de que, a pesar de todas las dificultades que está provocando un ajuste despiadado, el grueso de la ciudadanía sigue apoyándolo por entender que, tal y como están las cosas, no existe ninguna alternativa mejor. Por sus propios motivos, muchos políticos discrepan, pero parecería que el Presidente no tiene interés en persuadirlos de que les convendría colaborar en la tarea que ha emprendido ya que está en juego no sólo el futuro de los ciudadanos de a pie sino también el de sus dirigentes, un detalle que para muchos sería decididamente más importante que el impacto que tendría una hipotética decisión mayoritaria de aferrarse a lo que todavía queda del disfuncional modelo económico corporativista que fue construido por generaciones de políticos habituados a privilegiar el corto plazo sin preocuparse por el mediano o largo, un modelo que, al imprimir cantidades astronómicas de pesos con la presunta esperanza de que sirvieran para reavivar una economía moribunda, Massa y sus amigos echaron a una hoguera hiperinflacionaria.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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