Sunday 5 de May, 2024

OPINIóN | 15-10-2023 08:15

Los candidatos e Israel

Qué sostienen los cinco postulantes presidenciales sobre la guerra en Medio Oriente. Y por qué Myriam Bregman no condena el ataque de Hamas.

En 1960, cuando el joven demócrata John F. Kennedy se enfrentó en un debate público con el republicano Richard Nixon, los estadounidenses que escucharon los intercambios en la radio coincidían en que había perdido, mientras que los televidentes, impresionados por su aspecto físico, lo creían el ganador. De tal modo se inauguró la farandulización de la política que no tardó en difundirse por el resto del mundo tanto democrático como dictatorial. Ahora, todos saben que una buena imagen vale más que un programa de gobierno genial y que es mejor parecer capaz que serlo. He aquí una razón por la que, en muchos países, los líderes actuales son considerados inferiores a aquellos de varias generaciones atrás. 

De más está decir que la Argentina no ha quedado ajena a este fenómeno. Antes de los dos debates presidenciales que se han celebrado, los candidatos prestaron tanta atención a su apariencia física que a lo que se proponían decir y entendían muy bien que sus gestos -una sonrisa, una mueca, un movimiento de la cabeza- podrían incidir más en la opinión pública que la coherencia, o falta de ella, de sus afirmaciones.

Los medios y, es de suponer, el grueso de la inmensa audiencia televisiva, opinaron que, a diferencia de lo que sucedió en el primer round en Santiago del Estero, en el segundo Patricia Bullrich actuó bien, mostrándose más agresiva y más segura de sí misma, Sergio Massa pareció ser más vulnerable que antes a los golpes verbales, y Javier Milei titubeó demasiado sin por eso desdibujarse por completo.

En cuanto a Juan Schiaretti y Myriam Bregman, se dedicaron a consumir tiempo que los tres aspirantes principales pudieron haber aprovechado. Así y todo, el papel que está desempeñando el gobernador saliente cordobés dista de carecer de importancia; presunto dueño del 5 por ciento de los votos, podría determinar el futuro inmediato del país privando a Bullrich de los que necesitaría y de tal modo brindando a Massa una mayor posibilidad de acceder al balotaje. No se tratará de un pacto tácito sino de una realidad acaso mortificante.

En buena lógica, deberían ser decisivos los debates en que, a través de la pantalla, el electorado puede familiarizarse más con el pensamiento de los distintos candidatos y ver cómo se comportan bajo presión, pero los especialistas en la materia no creen que en esta oportunidad el impacto sea muy grande. Como sucede en el ámbito deportivo, los partidarios de uno se regocijan de los presuntos éxitos de su preferido y pasan por alto sus debilidades. Los más beneficiados por esta propensión han sido Milei y Massa; el primero porque cuenta con la imagen de ser un outsider disruptivo que se ha propuesto dinamitar el statu quo, el otro porque se las ha ingeniado para cumplir el rol de un advenedizo sin vínculos genuinos con el gobierno que contribuyó a formar y del que se ha erigido en el jefe indiscutido. Es una ilusión, claro está, pero, como Milei, Massa entiende que buena parte de la población quiere romper con un orden que ha sido terriblemente decepcionante y, aludiendo al radicalmente nuevo relato que, por fin, empezará el 10 de diciembre, se ofrece para liderar la transformación que borrará el pasado.

A inicios del debate, cuatro participantes manifestaron su solidaridad con Israel que acababa de ser víctima de un ataque terrorista en que, entre otras atrocidades, miembros del grupo yihadista Hamas, masacraron centenares de jóvenes que asistían a un festival musical, emulando de tal manera a sus correligionarios que, en el 2015 en el teatro Bataclan de Paris, al grito de “Allah Akhbar” (nuestro dios es más grande) mataron a noventa entusiastas del rock, decapitando a algunos, y con una bomba otro hizo lo mismo en Manchester un año y medio después, donde asesinó a 22 personas, incluyendo a muchos adolescentes. Para los islamistas más fanatizados, la música es pecaminosa.

Para sorpresa de nadie, la trotskista Bregman culpó a Israel por lo que ocurría, atribuyéndolo a la “ocupación y apartheid contra el pueblo palestino”. Como muchos otros ultraizquierdistas, da por descontado que a Hamas, una agrupación que, basándose en conceptos coránicos, fantasea con exterminar a todos los judíos, le interesa el destino de los palestinos que, dicho sea de paso, disfrutan de más derechos en Israel que en cualquier país del mundo musulmán.

Se equivocan quienes piensan como Bregman. Al igual que los militantes del Estado Islámico, Al Qaeda, Hezbollah, los talibanes y docenas de otras organizaciones de mentalidad parecida, los de Hamas se imaginan protagonistas de una lucha maniquea entre el bien y el mal que comenzó hace 1413 años y que no terminará hasta que el planeta entero se haya visto subyugado a su fe. Lo que quieren no es la liberación nacional ni el bienestar de los palestinos sino la aniquilación de un pueblo de otro credo que ha hecho suyo un trozo de tierra que antes formaba parte del mundo islámico. Sin embargo, en el Occidente, abundan los izquierdistas que toman a los yihadistas por aliados en la guerra santa que están librando contra el capitalismo; olvidan que, luego de haber contribuido a la caída del Shah Reza Pahlevi, los comunistas y socialistas fueron eliminados sistemática y brutalmente  por los ayatolás. Como hubiera dicho Lenin, es lo que suele suceder a los idiotas útiles.  

La Argentina tiene más motivos que cualquier otro país de la región para sentirse perturbada por el nuevo estallido de odio yihadista hacia no sólo el pueblo judío sino a todo cuanto sabe a cultura occidental. Ya ha sido escenario de dos atentados sanguinarios, el de la embajada de Israel seguido por el de la AMIA, y no hay garantía alguna de que no haya más. Es una fantasía creer, como quisieran hacer pensar tantos izquierdistas y algunos kirchneristas, que si los habitantes judíos de Israel  desaparecieran de la faz de la Tierra, lo que a buen seguro ocurriría si el gobierno asumiera una postura pacifista, en el resto del mundo nadie tendría que preocuparse por el extremismo de raíz religiosa.

Por fortuna, los proclives a minimizar la amenaza planteada por la barbarie yihadista, insistiendo en que todo es culpa del único Estado judío, constituyen una minoría escuálida. Aunque parecería que Cristina, por razones que la Justicia tendrá que intentar aclarar, se acercó peligrosamente a la República Islámica de Irán que financia y da ayuda militar a Hamas y Hezbollah, ni Massa ni el presidente fantasmal Alberto Fernández han procurado encontrar excusas por el salvajismo del ataque sorpresivo que en un solo día provocó un millar de muertes mayormente civiles. Fue la matanza más cruel que ha sufrido el pueblo judío desde el holocausto nazi.

Quienes representan a más del 95 por ciento de la población son, para decirlo de algún modo, “occidentalistas”. Les parece evidente que, para recuperarse de las gravísimas heridas autoinfligidas que la ha obligado a entrar en terapia intensiva, la Argentina tendrá que reforzar los lazos con América del Norte, Europa e Israel, si bien, con la presunta excepción de Milei, son conscientes de que le convendría mantener una buena relación económica con China que, a pesar de sus graves problemas, no dejará de ser una parte muy significante del orden globalizado. Asimismo, no les atrae para nada la noción de que el capitalismo sea malísimo y que por lo tanto hay que inventar una alternativa; si bien Massa está a cargo del resultado del esfuerzo extravagante del kirchnerismo por hacerlo, cuando de la economía se trata es por lo menos tan “derechista” como Patricia Bullrich.

Así, pues, las opciones frente al electorado son tres; el “salto al vacío” alocadamente liberal que Milei espera provocar, la transición ordenada pero muy rápida que promete Bullrich y una es de suponer similar, que cree contaría con el respaldo a regañadientes pero importante del peronismo y los sindicatos afiliados, que insinúa Massa.

Aunque Milei sigue siendo el favorito para ganar el premio máximo de la política nacional, para gobernar por más de un par de meses tumultuosos necesitaría la ayuda de la parte rescatable de “la casta”; entre bambalinas, macristas y sujetos del entorno de Massa sugieren que estarían dispuestos a darle una mano, lo que enoja mucho a Bullrich que, a menos que los escándalos protagonizados por personajes como Insaurralde, Julio “Chocolate” Rigau y otros compañeros terminen hundiendo al ministro-candidato Massa, pronto quedará eliminada de la corta lista de presidenciables.

En tal caso, la opción ante el país estaría entre Milei y Massa, lo que, huelga decirlo, sería muy poco alentador por ser cuestión de elegir entre un hombre notoriamente volátil y un político profesional que, para trepar hacia la presidencia, nunca ha vacilado en asociarse con personajes que son sumamente corruptos, es decir, con “chorros” parasitarios que han hecho del mundillo político una cloaca. Que haya llegado tan lejos, desafiando las leyes de gravedad y sin contar con el apoyo firme de un movimiento político bien articulado, es un auténtico milagro. También lo sería que lograra sobrevivir a la nueva corrida cambiaria que está convulsionando el mercado financiero y  los escándalos de corrupción que están proliferando en su hábitat natural, pero parecería que el electorado está tan traumatizado que aquí no rigen las normas políticas que suelen respetarse en otras latitudes.   

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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