En los últimos años, esta disociación histórica entre la madre y la mujer, se vio muy avalada y respaldada por tendencias como la llamada “crianza con apego”, “attachment parenting”. En esta, se postula que la dedicación absoluta es beneficiosa para el desarrollo del hijo, ya que, un excesivo contacto, la cercanía y la atención continua, fundamentalmente en los primeros años, fortalecerían el lazo con el niño, entre otras virtudes.
Se basa en ocho consignas para ejercerla correctamente, las ocho B, porque los encabezados de las mismas en inglés comienzan con la letra “B”. Algunas son: llevar al bebe encima, literalmente, - “Babywearing” - todo el tiempo que la madre pueda y su espalda resista; dormir cerca del bebe - “Beding close to baby” -, para evitar la angustia de separación y facilitar el amamantamiento a libre demanda. Pero lo más interesante es que, llegando al final de estas recomendaciones, se acuerdan del padre y lo incluyen, diciendo que algunos de estos cuidados los pueden ejercer ambos padres, - “Both” -.
Es así que, sin ir demasiado lejos ni hacer demasiado análisis, sólo por una cuestión de disposición temporal, fácil es advertir que la madre queda conminada a ser sólo una madre, anulando toda posibilidad de que allí coexista una mujer.
Desde hace muchos años, en el imaginario social existe una conceptualización muy impuesta, al igual que cuestionable, acerca de lo qué es ser una “buena madre”. Se sobrevalua la cantidad de tiempo dedicado a niño y, la presencia, que como todo concepto sólo puede definirse por oposición, (un significante es lo que los otros no son), al aspirar a convertirse en una constante, en ese mismo acto, deja de tener valor. Ya Sigmund Freud conceptualiza esta idea en el famoso juego del carretel o Fort-Da, en donde nos dice que, lo que saludablemente simboliza el niño, es la presencia/ausencia de la madre.
Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia encontramos madres que llevan su bebe a “upa” todo el tiempo que resisten, simbiotizados a su cuerpo, que duermen en la misma cama, sin aceptar si su pareja consiente o no, que amamantan a libre demanda, que dejan de dedicarse a actividades laborales para estar más tiempo con el niño, o que por el contrario, continúan trabajando pero la culpa de no cumplir con este ideal social. Esto las lleva a crear un vínculo de consentimiento que luego se les vuelve inmanejable. Madres que, a la larga o la corta, se agobian y se sienten sobrepasadas por la demanda, madres que se comienzan a angustiar y a no disfrutar de su maternidad. Aquí comienza el problema.
Generalmente estas madres, demasiado madres, desestiman las opiniones criteriosas de su partenaire quien, desde una mirada externa, y tan necesaria para la saludable constitución subjetiva de ese niño, intenta intervenir separando esta célula narcisista madre-hijo.
Ahora, Ustedes se preguntarán: ¿qué quiere decir entonces que la madre sea además una mujer?. La respuesta podría resumirse de la siguiente manera: que pueda tener un deseo que la convoque, que trascienda al niño, más allá del niño, sea este un trabajo, un interés particular, relaciones sociales, hobbies, etc. Pero, cuidado, siempre en el punto justo, a fin de no caer en el otro extremo donde el niño queda sin un lugar en su deseo para ser alojado.
Que la madre sea deseadora implicará pensar no dejar a un lado a la mujer, habilitando de este modo al niño a poder ser un sujeto más allá de ella y a no quedar encriptado en un lugar de objeto que, patológicamente, la completa. Que la madre sea deseadora implicara pensar que el niño no deberá ser todo.
Y con respecto a modelos de crianza impuestos, me opongo. Cada uno deberá diseñar el que mejor le quede. Solo quiero a través de estas puntuaciones, mostrarles un motivo de consulta recurrente. Quien se haya sentido identificado, es buen momento para dar lugar a un pensamiento dialéctico.
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