Bocón, de pelo revoltoso, Javier Milei revolotea sobre el mundillo político argentino como un duende malicioso. Para desconcierto de los asesores de imagen, se comporta como un roquero punk que entretiene a sus fans con una mezcla de insultos groseros contra los prohombres que no le gustan y alusiones doctas a pensadores vieneses largamente muertos.
La irrupción en el escenario de una figura tan singular ha dejado pasmados a casi todos. Los preocupados por lo que pudiera salir del gran desaguisado nacional habían hablado del riesgo de que surgiera un personaje como Donald Trump, Jair Bolsonaro o, acaso, alguien de características castrenses, papel éste que a buen seguro sigue tentando al teniente coronel Sergio Berni. Nunca se les ocurrió que sería alguien con un estilo típico de aquellos actores cómicos que se especializan en decir verdades que la mayoría suele pasar por alto.
Aunque les costó tomarlo en serio, Milei ya asusta a oficialistas y opositores. A los kirchneristas les molesta porque está privándolos del apoyo de la juventud rebelde y, para colmo, repudia con furia el relato imaginativo que han confeccionado en torno a lo que sucedió en los añorados años setenta, pero son reacios a maltratarlo ya que entienden que podría ayudarlos apropiándose de votos que de otra manera irían a Juntos por el Cambio. Es que Milei representa una alternativa al statu quo que es tan drástica que, comparada con ella, la de los halcones del PRO, y ni hablar de la versión blanda preferida por las palomas del partido creado por Mauricio Macri y los radicales, parece patéticamente insustancial.
¿Es Milei un anarquista que, de tener la oportunidad, no vacilaría en demoler todas las instituciones del Estado, comenzando con el Banco Central, además de obligar a los miembros de “la casta” a buscar trabajo en un sector privado en que ningún empresario tendría motivos para vincularse con políticos y funcionarios? Puede que lo sea, pero también es algo más. A su modo encarna el capitalismo liberal contra el cual han luchado, anotándose un triunfo fulminante tras otro, el grueso de la clase política y un sinnúmero de intelectuales. Gracias a sus esfuerzos, el capitalismo argentino yace comatoso en la lona. ¿Será posible reavivarlo? Milei no es el único convencido de que, a menos que se recupere de los mazazos que ha recibidos últimamente, la Argentina correrá peligro de convertirse en un baldío apenas habitable.
El estrellato de Milei se debe a los fracasos de una prolongada serie de gobiernos militares y civiles, peronistas, radicales y tímidamente liberales que no lograron combinar la pujanza del capitalismo con la necesidad evidente de proteger a quienes no están en condiciones de aprovechar las oportunidades que posibilita.
El desafío que plantea el intruso es muy similar a aquel que, un par de generaciones atrás, fue encarnado por la figura del ingeniero Álvaro Alsogaray, un dogmático de ribetes militares cuyas recetas parecían inhumanamente duras hasta que un tal Carlos Menem decidió que le convendría aplicar algunas de ellas y, mientras tanto, incorporar a los partidarios de la Ucedé a lo que en aquel entonces era la rama principal del movimiento peronista. Puede que Macri quisiera hacer lo mismo con Milei, José Luis Espert y sus seguidores, pero hasta ahora sus tanteos en tal sentido no han prosperado; desde el punto de vista de Milei, Juntos por el Cambio es excesivamente colectivista, y desde aquel de los moderados y, sobre todo, los radicales, sería una locura asociarse con un “neoliberal” que los desprecia, tomándolos por comunistas disfrazados de demócratas sensibleros.
El que un personaje tan particular como Milei haya logrado erigirse en uno de los protagonistas del melodrama político nacional puede considerarse una buena señal. No es un militarista. Tampoco es un populista irresponsable o, lo que sería peor, un revolucionario de izquierda del tipo que quisiera eliminar o, si es benévolo, enviar a campos de concentración a quienes no comparten sus ideas.
¿Qué es lo que Milei se propone? Para comenzar, le gustaría derribar de golpe las barreras que mantienen acorralada la economía. Se trata de un objetivo que no es demasiado distinto de aquel de muchos otros, tanto macristas como algunos radicales y peronistas, que son conscientes que está cercano al colapso el modelo kirchnerista según el cual hay que continuar exprimiendo al ya exhausto “aparato productivo” para subsidiar a su clientela electoral y proveer a los militantes de agrupaciones como La Cámpora salidas laborales en un Estado ya clínicamente obeso.
Aunque es evidente que la popularidad creciente de Milei no se debe a su admiración por los pensadores de la Escuela Austriaca sino a la exuberancia con la que ataca a los miembros vitalicios de “la casta” y su desinhibido estilo teatral, el hecho de que reivindique con pasión el único sistema económico que es capaz de producir en abundancia los bienes que todos necesitan incidirá en el pensamiento de muchos que están hartos de verse defraudados por la hipotética solidaridad de populistas que atribuyen todos los males del mundo al “neoliberalismo”. Los así perjudicados no pueden sino preguntarse: ¿Si dicho credo es la alternativa al conjunto de ideas que ha arruinado al país, no valdría la pena adoptarlo? Después de todo, por perverso que sea el capitalismo liberal, no puede ser peor que el modelo que fue improvisado por la clase política nacional.
La mentalidad de los responsables de la depauperación de la mitad de la población, la inflación crónica y tantos otros males es rentista. Para justificar su conducta, aquellos políticos y quienes dependen de su voluntad que están acostumbrados a vivir de la productividad ajena, sin interesarse en lo que tienen que hacer los empresarios, agricultores y otros que les aporten el dinero que necesitan, se aferran con tenacidad al mito de que la Argentina es un país congénitamente rico. Cuando los ingresos escasean, no lo atribuyen a sus propios errores sino al accionar de sujetos que, por razones siniestras, quieren hacer sufrir a los vulnerables, de ahí la afición de Cristina y sus admiradores a las teorías conspirativas.
De estas, la más nociva es la que divide a los políticos en dos bloques; una, el suyo, es de los buenos que defienden al pueblo argentino contra el capitalismo salvaje, el imperialismo yanqui y otros flagelos; otro, es el de los malos que, sus cabezas llenas de ideas foráneas, quieren esclavizar a los pobres. Según esta interpretación fantasiosa de la historia del país, no hay ninguna diferencia moral entre Macri y Jorge Videla porque los dos suponían que al país le convendría algunas reformas económicas, tema éste de una exhibición, rotulada “Neoliberalismo Nunca Más”, en lo que era la ESMA con la que la Secretaría de Derechos Humanos intentó mostrar que, pensándolo bien, la oposición es en verdad una coalición de asesinos viles que sueñan con reeditar el Proceso militar. De quererlo, los macristas y radicales podrían organizar una muestra para subrayar los vínculos de los kirchneristas con el terrorismo de aspiraciones genocidas, la amistad con dictaduras atroces y la corrupción en escala industrial, además de mencionar la Triple-A de Juan Domingo Perón y José López Rega, pero por fortuna son reacios a entregarse por completo al fanatismo maniqueo.
¿Qué es el neoliberalismo? Nadie sabe muy bien, ya que hay muy pocos economistas que se afirman neoliberales, pero quienes se sienten indignados cuando gobiernos procuran reducir el gasto público suelen usar la palabra porque para ellos tiene connotaciones muy negativas. A su entender, todos los ajustes son malos y la falta de dinero en las arcas estatales no es razón suficiente como para ir a tal extremo. Así las cosas, parecería que cuánto peor sea la situación financiera de un país, más “neoliberales” tendrían que ser las medidas necesarias para equilibrar las cuentas, lo que hace prever que a la Argentina le aguarda un futuro ferozmente “neoliberal” no porque sus gobernantes, los actuales o sus eventuales sucesores, sean sádicos sino porque la triste realidad es que no tendrán más opciones.
A esta altura, resistirse, con el pretexto de que nunca es bueno ajustar nada, es inútil. Hay indicios de que la mayoría lo entiende. Tan mal están las cosas, que la única pregunta es si el mercado se encargará del ajuste que viene o si se animará a hacerlo un gobierno debidamente elegido, repartiendo los costos de la manera más equitativa posible sin perder de vista la necesidad apremiante de estimular la producción.
Los líderes de la coalición opositora juran que, si le toca regresar al poder, revelará un “plan” que, según Horacio Rodríguez Larreta, aplicarán en las primeras “cien horas” para dar “señales claras y contundentes” de lo que haría. Al acercarse las elecciones y agravarse la crisis socioeconómica, es probable que Juntos por el Cambio, presionado por Milei que está consiguiendo atraer a muchos que desconfían del conservadurismo de los radicales cuando es cuestión de achicar el Estado -lo que supondría la eliminación de una multitud de cargos aptos para políticos- y descreen en la voluntad reformista del PRO, asuma posturas que en otras circunstancias sus integrantes denunciarían por neoliberales.
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