El siglo corto de Hobsbawm que va desde la revolución rusa de 1917 hasta la caída del Muro de Berlín, tuvo como protagonista a un intelectual que había muerto un siglo atrás casi en el anonimato: Carlos Marx. En 1989 la mayor parte de la humanidad estaba gobernada por marxistas, y si tenían éxito las guerrillas fomentadas por la URSS en otros países, pudo terminar unificando al mundo bajo su pensamiento. No ha existido otro intelectual que haya impactado tan globalmente en la historia de la humanidad.
La Revolución Rusa
Marx vivió en medio del torbellino que provocaron las transformaciones de la Revolución Industrial, que logró que se produzca una cantidad de bienes y servicios nunca antes imaginada, pero que también trajo consigo estragos dolorosos en la cotidianidad de la gente que hasta entonces había vivido en el campo o vinculada a la producción artesanal. Con la aparición de la máquina de vapor cambió el ritmo de la vida y todos se vieron obligados a trabajar ininterrumpidamente sin respetar el ritmo natural de las estaciones al que habían estado acostumbrados desde siempre. Apareció una sociedad crematística en la que el dinero y el consumo se convirtieron en un elemento central. Los patronos decían que los trabajadores eran perezosos, que dejaban de trabajar cuando tenían lo necesario para satisfacer sus necesidades y eso era cierto porque hasta entonces no estuvo en su horizonte la pasión por enriquecerse. Se parecían al “hombre sovietico” que describe Svetlana Alexievich en el libro que le valió el Nobel de Literatura, incapaz de comprender el mercado y vivir el orden capitalista.
Se produjo un ambiente apocalíptico en el que parecía que se destruía el orden natural atribuido a Dios. Las máquinas se movían sin depender de elementos de la naturaleza como el viento o el agua, parecían artefactos satánicos que los militantes de los movimientos luditas trataban de destruir. Cundió la pobreza, la explotación de las mujeres y de los niños que morían por miles en las minas y en las fábricas. Se produjo una migración masiva de la zonas rurales a las ciudades y a los polos industriales, que terminaron rodeados por cientos de miles de personas que se hacinaron en la miseria más extrema, hambrientas, víctimas de enfermedades. Estalló el conflicto social, los sindicatos aparecieron para defender los derechos de los trabajadores. Europa estaba desbordada, muchos de sus habitantes carecían de trabajo y habían sido expulsados del autoconsumo. Profetas religiosos y científicos pensaron que había llegado el fin del mundo. Decenas de seguidores de sectas como los shakers, los cuáqueros y otras, entraban en éxtasis histéricos, temblando ante la inminencia del Juicio Final. Para colmo, justamente cuando Marx escribía el Manifiesto Comunista, se desató en 1845 la Gran Hambruna Irlandesa que pronto se extendió a todo el continente. El tizón tardío de la papa destruyó las plantaciones. Millones de personas murieron por el hambre. Había demasiada gente, se desató el caos, muchos querían irse. Los barcos a vapor que habían aparecido hacia 1928 se multiplicaron y ayudaron para que se produzca la mayor migración de la historia de la humanidad, que llevo a millones de europeos a países que se formaron con ese fenómeno, especialmente a Estados Unidos, Canadá, Argentina, Australia y Nueva Zelanda.
Cuando en 1818 este proceso se iniciaba, nació Karl Marx en Tréveris (Alemania), en una familia de clase media judía. Su padre lo bautizó cuando tenía seis años. Se había convertido un año antes al luteranismo para poder ejercer su profesión de abogado que la legislación prusiana prohibía a los judíos. Esta ciudad fanáticamente católica fue un infierno para el hijo de un luterano por conveniencia, cuya madre no podía asistir a la sinagoga en que oficiaba su tío. Esas experiencias traumáticas seguramente le condujeron a odiar a la religión en general y al judaísmo en particular. Se hizo un antisemita radical. En su libro “El pueblo judío en la historia” afirmó que “el culto practicado por el judío es la usura y su Dios es el dinero” y que la “emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, será la emancipación de nuestra época”. Y Marx, como la mayoría de los europeos de su época, despreciaba a quienes no lo eran. Cuando se dio la guerra entre Estados Unidos y México Engels dijo "Hemos sido testigos de la conquista de México, y nos hemos alegrado. Es en interés del propio México que quede bajo la tutela de Estados Unidos”. Tampoco sentía simpatía por los negros. Cuando en 1887 Paul Lafargue, yerno de Marx, se candidatizó en un distrito parisino en el que estaba el zoologico, Engels le escribió a su esposa Laura que "al estar, en su calidad de negro, un paso más cerca del reino animal que el resto de nosotros, es sin duda el candidato más adecuado para ese distrito".
En la primera etapa de su vida Marx fue un activista revolucionario que luchó en Alemania, Francia y otros países. Desde 1849 se estableció en Londres y se dedicó fundamentalmente a escribir. En esa ciudad fundó con Engels y Bakunin la Primera Internacional que reunió a intelectuales y militantes, socialistas y anarquistas. Sus disputas con los anarquistas y particularmente con Bakunin, terminaron destruyendo la organización, que tampoco logró ser importante en su época.
Marx fue poco conocido hasta que murió en Londres en 1883 a causa de una gripe que se transformó en neumonía. El internacionalismo en el que creía y su desprecio por los mitos nacionales le condujo a morir en condición de apátrida. Lo enterraron sus familiares y amigos en marzo de 1883 con una modesta ceremonia a la que asistieron diez personas.Marx creyó que la lógica del sistema capitalista llevaba a polarizar a la sociedad y que quedarían solamente dos clases en lucha: la burguesía y el proletariado. Suponía que se daría un proceso de pauperización de la clase obrera que terminaría dejándole únicamente en posesión de su prole y de sus cadenas. En esta situación solo le sería hacer la revolución y e implantar el socialismo que conduciría a la liberación de toda la humanidad.
Una de sus principales discrepancias con Bakunin tuvo que ver con la posibilidad de que la revolución tuviera lugar en Rusia, que para Marx era un país primitivo. En contra de sus predicciones, la clase obrera de Alemania e Inglaterra que debía ser la vanguardia revolucionaria, no se pauperizó, sino que formó sindicatos y partidos democráticos que defendían los derechos de los trabajadores: se coligaron en 1889 en la Segunda Internacional Socialdemócrata para disputar el poder. Esta organización entró en crisis en 1914 cuando, al iniciarse la Primera Guerra Mundial, se enfrentaron en su seno los reformistas que querían permitir que los obreros participaran en el conflicto defendiendo a sus países y los revolucionarios que se oponían a un conflicto"útil sólo para la burguesía”. Algunos intelectuales que se opusieron a la guerra pagaron caro su idealismo, como Jean Jaurès que fue asesinado tres días después de que empezó el conflicto, y Bertrand Russell, sentenciado a seis meses de prisión por su militancia pacifista.
Finalmente, al terminar la Guerra Mundial se produjo la revolución en Rusia, encabezada por intelectuales revolucionarios como Lenin, que reivindicó el pensamiento de Marx y le convirtió en el ideólogo de la revolución mundial. El ruso estaba convencido de que la Segunda Internacional había traicionado al socialismo cuando cedió ante el nacionalismo y fundó la Tercera Internacional en 1919. Para Lenin estaba claro que el nacionalismo era un concepto retardatario que niega el principio de igualdad de los seres humanos. La verdad es que cuando se mezcló con el socialismo produjo las ideologías más nefastas de derecha como el nazismo, el fascismo y algunos populismo tropicales. Lenin creyó en la necesidad de realizar una revolución mundial. Al consolidarse la URSS en 1922 tuvo como himno la Internacional que decía “Agrupémonos todos en la lucha final, el género humano es la internacional”.
Lenin asumió el poder con una salud debilitada por el atentado del que fue víctima años atrás. Su poder declinó constantemente y después de siete años en el gobierno falleció. Le sucedió Stalin, un zar gris que proclamó la tesis del “socialismo en un solo país”, y formó un Partido Comunista moralista, que representaba en realidad a un nuevo imperialismo ruso con manto revolucionario. Los procesos de Moscú en contra de todos los colaboradores de Lenin, la sangrienta dictadura del georgiano, hicieron que algunos intelectuales occidentales que habían apoyado al proceso dieran marcha atrás. En 1944 la Internacional fue reemplazada por un himno que empezaba “¡Tenaz unión de repúblicas libres que ha unido por siempre a la Gran Rusia!”.
Trotsky fue el líder que pretendió recuperar el discurso revolucionario, pero fue perseguido y finalmente asesinado en México. Durante muchos años fue la figura que inspiró a los revolucionarios marxistas que rechazaban el estalinismo y a muchos jóvenes del mundo.
Pero Marx se basó en la dialéctica de Hegel, sustituyendo el idealismo por una concepción materialista según la cual las fuerzas económicas determinan, en última instancia, lo que ocurre en el orden social, político y cultural que son solamente fenómenos “superestructurales”. Calificó de utópicos a los pensadores socialistas que le precedieron, Saint-Simon, Owen y Fourier que se habían dedicado a diseñar cómo sería la sociedad del futuro, creyendo que se instauraría convenciendo a la gente de sus bondades gracias al funcionamiento de algunas comunidades modelo. Marx y Engels quisieron desarrollar un método de análisis, «el socialismo científico», que partía de la crítica al orden establecido y señalaba leyes que permitían su superación. Creían que el capitalismo había surgido sustituyendo al feudalismo y su destino inexorable era destruirse por sus propias contradicciones para dar paso al socialismo. La lucha de clases y la revolución eran las que llevarían a la nueva sociedad, y no el proselitismo inocente en que crían los utópicos.
En una época en que no se habían desarrollado los medios de comunicación, fue creíble la aparición en la URSS de un nuevo hombre soviético, especie superior al homo sapiens, que anunció Michel Heller. Caído el Muro de Berlín se descubrió que los países que parecían “liberados” por el ejército rojo, se sentían colonizados y pasaron a un anti comunismo fanático. El capitalismo no colapsó como creía Marx sino que impulsó un enorme crecimiento económico en todos los pàíses en que se instaló, lo mismo en Estados Unidos, que en Suecia, China o Vietnam. Todos los gobiernos que mantuvieron regímenes con economías dirigidas están entre los más pobres: Cuba, Corea del Norte, Simbabwe.
No estamos en el siglo XIX, estamos en el siglo XXI, pero después de Marx no surgió otro pensador importante que intente alejarse del idealismo y conectarse con la realidad. Marx no quiso ser un filósofo atemporal. Sabía que la realidad cambia todo el tiempo y pretendió crear un método de análisis que le permitiera comprenderla para transformar el mundo. Su crítica al capitalismo fue tan contundente que todavía hay intelectuales que tratan de usar sus ideas para interpretar un mundo que no se parece en nada al que él vivió. La sociedad actual y las relaciones entre los seres humanos son totalmente distintas a las que existían en el tiempo de Marx. Desde ese entonces ocurrieron cambios profundos que generaron otra realidad. Vivimos nuevas revoluciones, más radicales que la Revolución Industrial, pero muchos miembros de la élites no conciben nuevas teorías que puedan contrastarse con la realidad para enfrentar un mundo signado por la revolución en todos los aspectos.
*Licenciado en Filosofía Escolástica, doctorado en Derecho e Historia. Magister en Sociología. Desde el 2005 manejó todas las campañas de Mauricio Macri.
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