“Es mentira que mi padre fue congelado, ni siquiera escuchó acerca de la criogenia”, declaró hace unos años la hija del genial Walt Disney. Fue un gran mito urbano que, como toda fábula, tiene algún componente de realidad que lo torna verosímil. “Se non è vero è ben trovato”, reza el viejo adagio italiano. La idea no era nada descabellada. ¿Cómo alguien que legaba a la humanidad un proyecto de ciudad del futuro como Epcot Center, no podía tentarse con la idea de meterse en un súper freezer, para despertar en el año 2.100 con todas las soluciones científicas a sus dolencias e, inclusive, con una esperanza de vida de 130 años quizás? Tenía que correr mucho agua debajo del puente, así como una pandemia originada por unos inocentes murciélagos chinos, para que Argentina pruebe el experimento que no pudo ni siquiera realizar el célebre caricaturista.
Al estado de la ciencia actual, la criogenia tiene una buena noticia y otra mala para dar. Primero la buena. Hay conocimiento científico para congelar un cuerpo humano e, inclusive, al país entero. Ojo, Policía y Fuerzas Armadas mediante ¿Y la mala? No hay tecnología para revivir individuos, menos a un colectivo completo. Peor aún, la otra pata de este gran desafío científico, es el conocimiento médico. En caso de poder resolver el primer enigma, Lázaro levántate y anda, tampoco la ciencia avanzó con la cura de los padecimientos que llevaron al paciente al freezer. En una palabra, de congelar, bien, de descongelar y curar, ni hablar. Semejante evidencia, no debería amilanar a Alberto Fernández. En realidad, el sueño de muchos científicos sociales, es organizar comunidades desde cero. ¿Utopías como Epcot Center o Proyecto Venus? Sí, algo así.
En tal sentido, el coronavirus nos abrió una enorme oportunidad histórica. Jugados por jugados, no nos queda otra que abordar el desafío político, científico y tecnológico más ambicioso de todos. Estamos en zona de tener que resolver lo que casi nadie, y especialmente nosotros, jamás fuimos capaces de solucionar, y encima, en tiempos que no podemos ir más allá de la cama al living. De entrada, sabemos algo. Que una vez descongelados, no nos servirán las viejas rutas ya gastadas por la dirigencia política actual. Ni mencionar aquellas sugeridas por intelectuales y ex funcionarios, que lanzan propuestas pergeñadas a partir de las conclusiones sobre crisis anteriores, que visiblemente no están funcionando ni en los principales centros de experimentación política y económica mundial. Tenemos las manos libres para lanzarnos a la aventura, como nunca.
Pero, antes que nada, sin engañarnos, edulcorándonos con falsas disyuntivas, algunas de ellas, sustentadas por diferentes líderes mundiales que plantean “la salud o la economía”. Para muestra, sobra una Corea del Sur. Una percepción también reforzada por diferentes encuestas en circulación, como una reciente de Aresco que estima que la primera va ganando por goleada, en una relación de 70 a 30. En esa línea de argumentación, da la idea que Alberto Fernández tomó un camino para Argentina y, tanto Bolsonaro para Brasil como López Obrador para México, un sendero alternativo. Nada de eso. Las encuestas son una foto del día, hoy dicen eso, mañana otra cosa. Un sondeo de opinión pública del 3 de abril de 1982, casi seguramente daría (o dio) 99 a 1 a favor de la guerra de Malvinas. Pero a los pocos meses, la película era otra.
En tal sentido, el primer desafío que tenemos que abordar, como aquel de Fitzcarraldo cruzando su barco en seco a través de la montaña, es comprender el cambio de paradigma. La criogenia, por definición y carácter experimental, nos exige el desafío de afrontar con audacia, el diseño de una nueva organización política, centrada en la solución de los problemas humanos esenciales. En este caso, parece ser el área de salud como una isla aparte, pero qué problemas de ese sistema se pueden solucionar, sin atender todo el abanico de subsistemas conectados, capacitación, tecnología, recursos humanos de excelencia y, al igual que en el resto de los ámbitos, aquel que toca a la víscera más sensible de todas, el presupuestario. Ello implica un desafío colosal para una democracia que, hoy más que nunca, tiene que curar, in honorem Raúl Alfonsín.
Este experimento criogénico inédito, nunca puede abrirnos la posibilidad de volver peores. Se supone que el piso mínimo, sería despertarnos como nos fuimos a dormir pero, además, con un equipo ocupado en la quimera de corregir los grandes vicios previos que trascienden a la salud, pero que está probado que la deterioran y nos terminan matando. Empecemos por la creación de empleo y, a la par, la inflación, la peor cara del hambre. El observatorio de la UCA estimaba en 2016, 12 millones de personas sin un empleo de calidad, situación hoy agravada por las brutales recesiones de 2018 y 2019. Por otra parte, en este contexto de crisis, la inflación 2020, podría repetir el tenebroso 54% de 2019. Ello va a contramano de todo experimento criogénico. Si vamos a volver con más problemas que antes, mejor sigamos en cuarentena hasta 2021.
Si somos capaces de identificar las causas profundas del fenómeno inflacionario, tal como lo pontifican economistas de diferente extracción en los fatigados paneles de televisión abierta y por cable, el escenario de experimentación tipo tabla rasa que abrió el propio gobierno con la crisis del coronavirus, nos debería brindar la posibilidad de cortar de cuajo algunos de los circuitos que la transmiten. Sin embargo, ello no acaba ahí. El gobierno nacional, arrancó como lo hace cualquier nueva administración que diseña una agenda, una organización y un equipo de trabajo acorde a las realidades circunstanciales. Ahora bien, el gabinete de Franklin Roosevelt durante la II Guerra Mundial, tenía poco y nada que ver con el actual de Donald Trump. Obviamente, el primero estuvo casi totalmente concentrado en funciones de guerra. La historia se repite.
Según Einstein, Dios no juega a los dados. La realidad argentina lo contradice. Hace menos de un año, Alberto Fernández se calzaba el traje de embajador en España ante “Wado” de Pedro. Hoy le toca tener en su mano, el lápiz con el que Walt Disney pergeñó su proyecto de ciudad del futuro, aquel que sigue fascinando tras 50 años a millones de visitantes de todo el mundo y, que hizo creíble la fábula del congelamiento, en un momento que Estados Unidos hacía sus primeros experimentos en la materia. Lo increíble es que, hasta hace dos meses, la vara de su mandato era llegar a 2023 renegociando la deuda, bajando un poco la inflación y, de yapa, con algún puntito extra de crecimiento versus los magros resultados de Cristina y Macri. Ah, y la interrupción voluntaria del embarazo. Eso ya fue. Ahora le toca el reto de diseñar un nuevo Epcot Center.
@DanielMontoya_
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por Daniel Montoya, analista político y consultor estratégico
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